Los que soñamos por la oreja
No sé con exactitud cuándo conocí a Frank Delgado. Quizá fue en algún festival de la FEU, en los que él intervenía en representación de la CUJAE, mientras que yo lo hacía a nombre de la Universidad de La Habana. Tal vez fue en uno de los tantos conciertos llevados a cabo en el anfiteatro del parque Almendares a fines del decenio de los 70 o a inicios de los 80. Lo cierto es que, aunque me considero alguien con excelente memoria, claro que no al punto de la de nuestro común amigo Humberto Manduley, precisar ese dato me resulta imposible.
Lo que sí puedo asegurar es que hace alrededor de 30 años que a cada rato me sorprendo tarareando una de las muchísimas canciones de este ingeniero, que un día renunció a ejercer la profesión que había estudiado, para dedicarse en cuerpo y alma al quehacer trovadoresco.A pocos días de la celebración de un concierto el martes 15, a las 8:30 de la noche, en el teatro Mella, entrevisto a Frank Delgado a propósito de su cercana presentación y de lo que ha hecho últimamente.
—Por espacio de siete meses has actuado todos los viernes en El Sauce. ¿Cuán beneficioso ha sido para ti ese ciclo de presentaciones?
—Tener un lugar fijo donde actuar ayuda a renovarte y a preparar más repertorio. Llegué a montar cien canciones. Presentarse sistemáticamente en un centro nocturno le da a uno elementos para atrapar al público, que está en otra cosa, además de oír música. Yo convocaba ciento y tantas personas que iban a escuchar, y lo asombroso es que en un ambiente en el que se come y se bebe, hacían silencio.
—¿Y qué tiene de negativo?
—A veces la continuidad es más fuerte que el poder de recuperación y, llegado un momento, hay que parar. Por otra parte, no todo el público que consume mi música tiene acceso a esos lugares, de ahí es la importancia de actuar en un teatro, con todas las condiciones técnicas para la presentación.
—A propósito de la experiencia de un lugar como El Sauce, ¿qué opinión te merece lo sucedido allí como centro cultural?
—Yo estoy vinculado al proyecto desde sus inicios y en los dos primeros años fui su productor artístico. Ahora lo es el actor Luis Alberto García. La idea de sacar la cultura de la matiné y llevarla a la noche es lo que ha perseguido El Sauce. El lugar ha asumido una personalidad, a partir de una propuesta en la que no se divorcia el hecho cultural de la ambientación del sitio. Ello abarca desde los videos que se ponen, hasta el hecho de que la gastronomía se subordina a lo artístico. Aquello es un concepto en función de la cultura y lo importante es que ha dado resultado económico. La divisa recaudada es para las escuelas de arte, por eso la división se llama Enseñarte. A partir de ahí, se han desarrollado otras instalaciones bajo el mismo principio rector.
—En el verano del año pasado, y solo acompañado por tu guitarra, ofreciste nueve conciertos en la sala teatro El Sótano. ¿Qué te aportó semejante experiencia?
—Para mí resultó una prueba o reto, porque lo más fácil es seguir con lo que tiene éxito, o sea, mis actuaciones con banda. Fue increíble la reacción de la gente en aquellas presentaciones. El silencio absoluto a veces me asustaba. En El Sótano era impresionante el nivel de escucha, te confieso que el primer día me chocó. Fueron nueve conciertos que funcionaron con el público y para mí. Yo tenía que llevar el sonido, pero valió la pena, por la satisfacción que me originaba. Es comprobar si a la gente le sigue interesando lo que uno hace o no.
—¿Cómo has concebido el concierto del Mella? ¿Tiene nombre la función?
—Actuaré con mi banda, pero el acompañamiento será diáfano y la guitarra acústica es el principal instrumento. Sí hay muy buenos coros, sobre todo en los sones que toco, en los que se une el tres y un híbrido que es percusión y batería. Mi formato es muy práctico y minimalista; uno rígido aburre a la gente. Cuando haces variaciones de timbres, las intenciones se modifican. Son cuatro músicos que cambian de un género a otro, van de la sonoridad de un grupo de rock a la de un sexteto típico y ahí está lo que me agrada. Es algo que he aprendido en los centros nocturnos. En cuanto a tu última pregunta, yo no le pongo nombre a mis conciertos.