Los que soñamos por la oreja
No son muchos los músicos que abarquen en su proyección personal una diversidad de maneras de hacer, que permite decir que son iguales de buenos en el ámbito de lo culto como en el de lo popular. Pedro Luis Ferrer Montes está entre esos pocos elegidos de los que mañana se dirá que fue, al propio tiempo, guarachero y trovador, rockero y sonero, decimista y experimental, rumbero y compositor de obras para guitarra clásica, musicalizador de poetas y poeta por derecho propio, cubano y universal.
Este tremendo creador, el pasado lunes 17 cumplió 55 años de haber venido al mundo en Yaguajay, antigua provincia de Las Villas. Nacido en una familia de filiación comunista, una de las mayores influencias que recibió desde temprano fue la procedente de su tío, el poeta Raúl Ferrer quien, al decir del propio Pedro Luis, fue un espíritu permanente en su niñez.
En cuanto a la formación musical, los primeros pasos los dio con su tío Rafael, que era compositor y le enseñó las notas del pentagrama. En lo adelante, el resto de su aprendizaje se corresponde a un empeño autodidacto, que lo lleva a estudiar por su cuenta guitarra y piano, instrumento este que en lo fundamental emplea para componer.
Con apenas 16 años, vive su primera aventura musical, cuando integra el cuarteto Los Nova, en compañía de figuras como Carlos Alfonso y Eliseo Pino (aquel fue el embrión de lo que luego sería Tema 4, antecedente directo del grupo Síntesis). Poco tiempo después, en 1969, es captado por Los Dada, para que trabaje con ellos como vocalista.
Dicha agrupación es una de las bandas capitales en la historia del rock en Cuba. De ese período son las dos primeras grabaciones que se hacen de la obra autoral de Pedro Luis y en las que, además, aparece como cantante. Los temas Démonos la mano con la flor y Letras en jarrones de cristal, anunciaban ya las enormes potencialidades del cantautor, quien durante su estadía en Los Dada hace amistad con el tecladista de la banda, Alfredo Arias Borges, al que Ferrer considera le debe mucho en cuanto a su visión estética del hecho musical.
El paso por el aludido grupo le permite también entrar en contacto con Mike Pourcel, que era otro de los integrantes de la banda. Entre ambos componen una de las que para mí resulta una de las más hermosas piezas del cancionero cubano de todos los tiempos, Diálogo con un ave, interpretada magistralmente por Beatriz Márquez y con un arreglo para dos guitarras sencillamente memorable, a cargo de Mike y Pedro Luis.
Lamentablemente, por entonces en Los Dada había dos tendencias, una orientada hacia la creación de temas propios y de experimentación en las lides del rock, y otra que también dentro de los patrones de dicho género se decantaba por un repertorio funcional para espectáculos de cabaret, línea esta que fue la que se impuso y que llevó a Ferrer a salirse de la agrupación, para iniciarse como solista.
En su carrera durante los 70, en algunas composiciones de Pedro Luis, como Guillermina camarioca (con texto de su padre Rodolfo), aparece la tendencia a utilizar la fábula, vista como macrorrelato básico o esquema de oposiciones. Por esos años, se desarrolla también como orquestador y comienza a viajar por diferentes países. En la etapa, se perfilan además las vertientes que han tipificado su obra como creador: un costado lírico de alto vuelo poético y amplio despliegue guitarrístico (Romance de la niña mala), y otro guarachero (La vaquita Pijirigua) donde la tradición se emplea como un instrumento de comunicación.
Con apenas siete discos editados, los álbumes Pedro Luis Ferrer, Debajo de mi voz, En espuma y arena (los tres con la EGREM), 100% cubano (Carapacho Production), Pedro Luis Ferrer (Caliente Records), Rústico y Natural (los dos últimos, publicados como parte de una tetralogía que formará una colección denominada Escondida y que sale por el sello Ultra Records), este artista, que según ha declarado se ve como su propia versión de la cubanía y de la trova, en una de sus tantísimas canciones escribió una frase que desde que la escuché por primera vez, y la interioricé, la convertí en un leit motiv para mis días: «somos dueños de la vida, siempre que aprendamos a mirar».