Los que soñamos por la oreja
La soprano Eglise Gutiérrez. No puedo afirmar que yo sea lo que se dice un devoto del bel canto. En la manifestación hay algunas cosas que me gustan, pero no me considero un conocedor de la materia. Sin embargo, si en nuestro panorama musical hay artistas con los que me solidarizo, por la falta de promoción que padecen y el absoluto olvido de que resultan víctimas por parte de los sellos discográficos locales o foráneos, esos son los cantantes líricos. Numerosas figuras de nuestro país, que han dedicado sus vidas a la ópera han envejecido y visto pasar sus mejores momentos como intérpretes, sin haber tenido la posibilidad de plasmar su voz en una grabación digna que deje para la historia una muestra de su tránsito por el quehacer artístico. Y lo más triste en ese sentido está dado porque las voces que van surgiendo, tampoco tienen una esperanza cierta de que no les toque en suerte vivir semejante infausto panorama.
Lo anterior contrasta con la riquísima tradición operística que tiene la música en Cuba. Vale solo recordar lo mucho y bueno llevado a cabo durante las décadas del 40 y del 50 en nuestro país por la Sociedad Pro Arte Musical, donde brillaron nombres como los de Marta Pérez, Iris Burguet, José Le Matt, Humberto Diez o Ana Menéndez, todavía recordados con admiración por quienes disfrutaron del canto de tan relevantes figuras. Del glorioso pasado de nuestras voces líricas, provienen también personalidades como las de Zoraida Morales, María de los Ángeles Santana, Zoila Gálvez, Alba Marina y Esther Borja, sin olvidar a Rita Montaner, quien en 1955 estrenó la ópera La médium, de Menotti.
Lo significativo de lo ocurrido en las recientes décadas, viene dado por el hecho de que en ningún momento han dejado de surgir voces con enormes potencialidades para el bel canto, que no han podido alcanzar su cabal realización por el desinterés de la industria en lo que hacen. Aunque son muchos los profesores que han preparado a las nuevas generaciones, me permito simbolizarlos a todos en dos nombres que resultan capitales: María Eugenia Barrios y Lucy Provedo.
En cualquier historia que se pretenda escribir de lo ocurrido con la cancionística nacional de los 90 hacia acá, no se puede obviar que el arte lírico se ha mantenido vivo en el país a través de la representación de zarzuelas, óperas y operetas, al margen de que no tengamos una producción discográfica del género ni una crítica especializada en nuestros medios de comunicación que, de forma sistemática, aborde la manifestación.
Pese a los numerosos problemas que en estos años han debido enfrentar, continúan en pleno accionar tres compañías: la Ernesto Lecuona, de Pinar del Río; el Teatro Lírico Nacional, de Ciudad de La Habana; y la Rodrigo Prats, de Holguín, a las que en fecha reciente se ha unido una cuarta, la Compañía Ópera de la Calle, dirigida por el barítono Ulises Aquino. Con miras a estimular el desarrollo del género entre nuevas figuras, se lleva a cabo en Holguín el Concurso Nacional para Jóvenes Cantantes Líricos, donde han sido premiados, entre otros cantantes, las sopranos Sheila Rizo, Milagros de los Ángeles Soto, Anisley Martínez, Liudmila Pérez y Dayamí Revé, el barítono Alfredo Más, el tenor Ramón Centeno y el bajo Marcos Lima.
Entre las voces cubanas emergentes que en el plano internacional llaman la atención a los seguidores de esta escena, están Elizabeth Caballero, Bárbara Llanes y Alioska Jiménez. Ahora bien, la cantante lírica que de las nuevas promociones ha recibido mayor reconocimiento en el extranjero es, sin duda, la soprano Eglise Gutiérrez, muy elogiada por la crítica especializada de lugares como Italia, Argentina, New York, Santa Fe, gracias a su Lucía de Lammermoor en el Colón de Buenos Aires, o por su papel de Hada madrina de la ópera Cendrillon (Cenicienta), de Massenet, puesta a cargo de la Santa Fe Opera. Formada en el ISA en la clase de la profesora María Eugenia Barrios, con sus triunfos en papeles como el de Gilda en Rigoletto, el de Violeta en La Traviatta, Elvira en Puritani, o el de Lakmé, por todo el mundo hoy Eglise da testimonio de los altos valores formativos de la escuela cubana de canto lírico, manifestación que debería ser mucho más apoyada.