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La Universidad cumple años

Hasta los años 40 de la pasada centuria, si se hablaba de la Universidad de La Habana se aludía a la Universidad Nacional: no había otra. En 1947 surgía la Universidad de Oriente, y en 1952 la Universidad Central de Las Villas. A ellas se sumaban algunas universidades privadas. Hoy, 65 instituciones de educación superior y 3 150 sedes universitarias municipales conforman el sistema de educación superior cubano. De ellas, la Universidad de La Habana se ubica, según encuestas académicas internacionales, entre las 500 mejores del mundo. Veamos su historia.

Recinto que se desborda

Cuando se habla de la Universidad de La Habana se alude al imponente complejo arquitectónico que se alza, majestuoso, con escalinata y representación de su Alma Mater, a la entrada de El Vedado. Ubicado en lo que se llama la colina universitaria, ese grupo de edificios, construidos en su totalidad antes de 1940, sigue siendo la Universidad de La Habana, aunque hace mucho rato ya que esa casa de altos estudios desbordó tal recinto y sus facultades se expandieron por la ciudad e incluso más allá de sus límites.

Se dice que La Habana moderna no se concibe sin el Capitolio, el túnel de la bahía, el Malecón, la Rampa ni Coppelia… ¿Se la imagina usted sin su escalinata universitaria?

Los orígenes

Fray Jerónimo Valdés, obispo de Cuba y antiguo profesor de la Universidad de Alcalá de Henares, gestionó, hasta conseguirla, la autorización para fundar la Universidad de La Habana. Una bula papal de Inocencio XIII, de 12 de septiembre de 1721, autorizó que hubiese universidad en Cuba, y esa bula fue ratificada por el Real Consejo de Indias, el 27 de abril del año siguiente. Pero no sería hasta el 5 de enero de 1728 cuando un Real Despacho la dejaba establecida con el título de Real y Pontificia, y se le otorgaba a la Orden de los Predicadores. El obispo Valdés, que tanto celo puso en esta obra, no pudo asistir a su inauguración. Viejo y enfermo, moría poco después. Sucesor inmediato del obispo Compostela, había sido asimismo el creador del seminario de San Basilio el Magno, de Santiago de Cuba.

No siempre radicó donde está. En el momento de su fundación se asentó en el convento de Santo Domingo, enmarcado por las calles Obispo, O’Reilly, Oficios y San Ignacio; inmueble que durante años compartió con el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana hasta su traslado, ya en las postrimerías del siglo XIX, a la meseta de la Pirotecnia Militar, en la loma de Aróstegui, al fin de la Calzada de San Lázaro.

Eran instalaciones de madera, precarias; barracones que dieron albergue a tropas norteamericanas en los días de la primera ocupación militar.

Crece la Universidad

El panorama cambiaría poco a poco. Entre 1906 y 1911 se edificó el Aula Magna, obra del arquitecto Emilio Heredia. No destaca por su belleza, pero acumula una historia caudalosa y la adornan en su interior seis grandes frescos del notable pintor cubano Armando Menocal. Reposan allí, en una urna, los restos de Félix Varela, sacerdote y patriota, «el que nos enseñó primero en pensar», como dijo José de la Luz y Caballero.

La escalinata se ejecutó en 1928, en cuatro meses, y entre 1934 y 1940 se construyeron los edificios que la flanquean, destinados originalmente a las escuelas de Física, Química, Farmacia y Ciencias Comerciales. De corte más clásico que esos inmuebles, pero más moderno, es el rectorado, edificio en el que desemboca la escalinata y que se alza en el lado este de la plaza Ignacio Agramonte, en tanto las facultades de Derecho y Ciencias ocupan los lados norte y sur, respectivamente. El espacio restante corresponde a la biblioteca central, construida en 1937 por el arquitecto Joaquín Weiss y que empezó a llamarse Rubén Martínez Villena en 1961.

La extensión que fue adquiriendo la Universidad y el incremento de su matrícula obligaron a la construcción de varios edificios fuera de lo que se consideraba el recinto universitario. También en 1937 quedó terminada la entonces Escuela de Medicina, en 25, entre I y J. En 1944, la de Veterinaria y la de Odontología eran ubicadas en la Avenida de Carlos III, la de Ingeniería Agronómica (1939) en la Quinta de los Molinos, y en la calle G, frente a uno de los costados del castillo del Príncipe, la Escuela de Filosofía y Letras. En la actualidad, algunas de esas escuelas cambiaron de sede. El Estadio Universitario data de 1939 y la Clínica del Estudiante radicaba en el Hospital Calixto García, que era el hospital universitario. La plaza Agramonte fue antes plaza Cadenas, en homenaje al rector José Manuel Cadenas, fallecido en 1939.

Rectores y profesores

El ingeniero Cadenas se destacó por su dinamismo y afán constructivo. Era hombre de carácter. Una tarde, un grupo numeroso de estudiantes lo abacoraron y, amenazándolo con ahorcarlo si no la firmaba, le pusieron en las manos la renuncia. No lo hizo, rompió el documento en las propias narices de sus antagonistas y dominó la situación.

Leopoldo Berriel, como rector, llena toda una época en los albores del siglo XX. Otra figura ineludible es Clemente Inclán Costa, eminente pediatra a quien los estudiantes dieron el título de Rector Magnífico. Se desempeñó como tal antes del golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 y siguió siéndolo, reelegido por el Consejo Universitario, durante todo el batistato. La Revolución, abolida ya la autonomía universitaria, lo nombró rector consultor. Falleció en 1963 y fue velado en el Aula Magna. La Doctora Miriam Nicado García, actualmente en el cargo, es la primera mujer que asume el rectorado de esa casa de estudios en sus casi 300 años de existencia.

Imposible mencionarlos a todos. Si de profesores ilustres se trata, vienen a la mente los nombres de Enrique José Varona, Raúl Roa y Carlos Rafael Rodríguez. Jorge Mañach y Roberto Agramonte. Elías Entralgo y Raimundo Lazo. Roberto Fernández Retamar y Adelaida de Juan. Ignacio Fiterri y Pablo Miquel. Y una larga relación de médicos, entre los que figuran Ramón Grau San Martín, Pedro Kourí, Francisco Lancís y Julio Martínez Páez. También Raimundo Menocal, Vicente Pardo Castelló, Pedro Castillo y Alberto Inclán. José Presno Albarrán, Cosme Ordoñez, Rodrigo Álvarez Cambra… Ángel Arturo Aballí, gloria de la pediatría cubana, trabajó hasta el final; impartía su clase cuando cayó fulminado por un ataque al corazón.

Los hubo que dejaron una huella curiosa en la memoria de la familia universitaria. En invierno, José Antolín del Cueto impartía sus clases de Derecho Civil con sobretodo y bufanda y sin despojarse del sombrero de castor, sentado siempre en la parte más resguardada del aula. Orestes Ferrara (de Derecho Público) nunca suspendió a un alumno porque «ya lo suspenderá la vida». Sergio Cuevas Zequeira (ayudante de Varona en Sociología) concurría a sus clases con sombrero de copa, paraguas y chaqueta de alpaca negra. Solo llevaba un alumno a extraordinario cuando no le quedaba otra alternativa. Entonces, en víspera del examen, el suspendido lo visitaba en su casa para presentarle sus respetos y rogarle una buena calificación. Cuevas Zequeira le recomendaba que estudiase tal o cual lección, y tenía tan buena memoria que a la hora del examen jamás preguntó otra que no fuese la que había recomendado.

Incluido fuera

Bella y espiritual escultura, lleva una túnica amplia que cubre la figura que descansa sobre un pedestal de piedra, con la escolta de seis mujeres de estilo griego, que simbolizan sendas disciplinas académicas. Es el Alma Mater.

Las edificaciones de la colina están dotadas de pórticos y escalinatas que mucho las realzan. Las bordean calles y plazuelas sombreadas por altos árboles para conformar un conjunto, aseveran especialistas, del que podrían enorgullecerse muchas ciudades.

No excluye este recorrido la plazoleta dedicada a Julio Antonio Mella y que se ubica fuera de la Universidad, frente a la escalinata.

Justo en ese sitio, en 1953, se emplazó el busto del líder estudiantil, obra del escultor Tony López. Los estudiantes le rindieron homenaje y al día siguiente la escultura amaneció profanada. Los universitarios protestaron y organizaron una marcha hasta la explanada de La Punta, donde se emplaza el monumento a los ocho estudiantes de Medicina fusilados en 1871 por el colonialismo español, uno de los crimines más horrendos de España en Cuba. Intervino la Policía y en la refriega cayó herido de muerte Rubén Batista Rubio, estudiante de Arquitectura.

La protesta estudiantil no se detuvo hasta 1959, cuando triunfó la Revolución. En los años 70 se construyó la plazoleta y el busto quedó como centro del complejo monumental, cuya pieza principal guarda para siempre las cenizas de Julio Antonio.

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