Lecturas
Antonio Guiteras Holmes es uno de los íconos de la Revolución de 1930. Conocer su pensamiento y ejecutoria pública se hace imprescindible para una comprensión mejor de dicho proceso, confuso y contradictorio. Olvidado y negado durante años por personas, incapaces de ver en él lo que hubo de revolucionario.
Fidel Castro Ruz, a cinco meses escasos del triunfo de la Revolución, en el aniversario 24 de su muerte en combate rindió a Guiteras «el más emocionado tributo de recordación y simpatía… porque él quería hacer lo que nosotros hemos hecho y cayó como han caído otros muchos revolucionarios y porque se lanzó a hacer lo que nosotros estamos haciendo hoy».
Años más tarde, Ernesto Che Guevara lo definía como «el más puro luchador antimperialista». Un hombre imbuido del mismo espíritu de los mambises, afirmó, «precursor de una nueva etapa, de la lucha guerrillera, de la utilización del campo como factor fundamental para desarrollar la pelea contra todos los agentes del imperialismo. Su acción fue múltiple, como su vida fue multifacética».
La mejor presentación del personaje la hizo el narrador y periodista cubano Pablo de la Torriente Brau, que moriría en España peleando con los milicianos, en los días de la Guerra Civil:
«En su apasionante carrera política hay páginas buenas para que un historiador sin miedo diga la verdad y la angustia de un hombre honrado en la encrucijada de los dilemas terribles… Antonio Guiteras, como quien sale vivo de una emboscada, pasó por esos momentos, abrumado, pero seguro de su fe, en su fiebre por la revolución. Porque la revolución fue como una fiebre en la imaginación de este hombre. Y por eso tuvo delirios terribles, alucinaciones potentes, hermosas fantasías y sueños maravillosos e irrealizables para él. Era como un hombre que, despierto, quisiera realizar lo que había concebido soñando. Y muchas veces no reconoció a los hombres, e hizo confianza en quien no la merecía y llamó su amigo a quien sería traidor y supuso talento en algún cretino. Tuvo, arrastrado por su fiebre, el impulso de hacerlo todo. E hizo más que miles. Y tenía el secreto de la fe en la victoria final. Irradiaba calor. Era como un imán de hombres y los hombres sentían atracción por él. Les era misteriosa, pero irresistible aquella decisión callada, aquella imaginación rígida hacia un solo punto: la revolución. Tuvo también defectos. El día del castigo no hubiera conocido el perdón. Era un hombre de la revolución. Tampoco tuvo nada de perfecto».
Para el destacado escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II, Guiteras fue un hombre guapo. Precisamente ese es el título Tony Guiteras, un hombre guapo, de la biografía de más de 400 páginas que dio a conocer en 2009. Con más de 50 títulos publicados, Taibo es autor asimismo de la biografía de Pancho Villa, y de otra, muy exitosa, Ernesto Guevara, también conocido como el Che —ese es su título—, publicada originalmente en 1996 y que en 2016, solo en español, andaba ya por su edición 49. «Yo solo escribo de revolucionarios. Los reaccionarios que escriban de su gente; yo solo de gente de izquierda», dice el también autor de Cárdenas de cerca, una entrevista biográfica.
El término guapo en Cuba define a alguien valiente, echado para adelante, lo mismo que en Venezuela. Mientras que en España y en México (menos y en desuso) se remite a la belleza masculina. En la región costera de Colombia es sinónimo de bueno. En Argentina, además de valiente, un guapo es alguien fuerte y resistidor, y en localidades como Salta, ponerse guapo significa recuperarse después de alguna enfermedad. Precisa Taibo II: «El término usado en el título recupera en una todas estas versiones».
Para Taibo, el cubano fue un revolucionario que siendo ministro de Gobernación en el Gobierno de los 127 días (1933-34) del doctor Ramón Grau San Martín, un político nacional reformista, expropió las empresas eléctricas norteamericanas a punta de decreto y pistola; promulgó el salario mínimo, la jornada de ocho horas; trató de quitarle los pantalones a la iglesia, y nombró mujeres alcaldesas, por primera vez en América Latina.
Un hombre al que le gustaba fotografiarse con dos mujeres bellísimas al lado, pero que rara vez sonreía. Que se sentaba en el suelo como Buda y fumaba cigarrillos encendiendo uno con la colilla del anterior, que, de tan puro ideológicamente, a sus amigos les provocaba amor y a sus enemigos un escalofrío en la columna. Un hombre que hizo una lectura no bolchevique de la revolución rusa y mezcló las lecciones de Bakunin y Durruti con la lógica de los socialdemócratas adlerianos y las enseñanzas del Stalin-Kamo expropiador.
A la caída de Gobierno de Grau, defenestrado por el coronel Fulgencio Batista, Guiteras cesa como ministro y pasa a la oposición. De esos 127 días queda el recuerdo de las leyes que en su mayoría promovió. Un grupo de sus partidarios lo visita en su apartamento en el edificio López Serrano. Son las siete de la mañana y lo encuentran sentado a la mesa, desayunando. Preguntan ¿qué hacemos ahora? Y Guiteras responde, rápido: «Volver a empezar».
Apunta el historiador Newton Briones Montoto: desde el mismo momento de la caída de Grau, Guiteras se mantuvo en la clandestinidad. Fundó la TNT para combatir al Gobierno Caffery-Batista-Mendieta, y después Joven Cuba, sustentada por un programa nacionalista y antimperialista. Fue en la reunión del Comité Ejecutivo Central de esa organización, celebrada en abril de 1935 en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, que solicitó autorización para conseguir dinero con destino a la preparación militar de un grupo de miembros de Joven Cuba. Una vez obtenidos los recursos necesarios mediante el secuestro de Eutimio Falla Bonet, pidió viajar a un congreso en México con el objetivo de preparar el regreso a Cuba de los que se entrenaban en aquel país. Llegó así el 8 de mayo de 1935.
Asegura Briones Montoto que Guiteras supo escoger los hombres y mujeres que lo acompañarían: tomó en cuenta el peligro que correrían si permanecían en Cuba. Entre ellos estaba el venezolano Carlos Aponte, quien peleara en el pequeño ejército loco de Sandino y sería uno de los jefes de la expedición que vendría de México. Esperaba el grupo en el abandonado fortín de El Morrillo, en la costa norte de Matanzas, el barco que los sacaría de la Isla cuando tuvieron indicios ciertos de haber sido delatados, y ya ante la presencia enemiga, Guiteras ordenó internarse en la manigua de dos en dos.
El primer tiroteo los dispersó. Juan A. Casariego abrió fuego con una ametralladora, pero fue herido y Guiteras y Aponte, junto con Paulino Pérez Blanco y Rafael Crespo, avanzaron hasta toparse con un anciano pescador a quien Aponte pidió que los sacara del lugar. Se disponía el hombre a ayudarlos, pero ya el Ejército estaba demasiado cerca. Paulino quiso pararlo con la esperanza de que sus compañeros pudieran huir, pero el cerco se estrechaba cada vez más. Guiteras y Aponte se situaron en lo alto de una de las márgenes de una pequeña quebrada.
¡Compay, antes de rendirnos, nos morimos!, dijo Aponte a su compañero. ¡Nos morimos!, respondió Guiteras y casi enseguida un balazo le partió el corazón. Aponte y Paulino siguieron combatiendo y el venezolano causó por lo menos dos bajas a los soldados, pero un disparo hizo blanco en su cuerpo y pidió a Paulino que lo matara para que no lo capturaran vivo. A las 8:30 de la mañana, salvo tres que lograron escapar, los integrantes del grupo de El Morrillo estaban muertos o presos.
Los cadáveres fueron conducidos a la morgue matancera, en el mismo cementerio de la ciudad. Doce aforados los custodiaban. El coronel Fulgencio Batista no quería velorio ni flores. Llegaron la madre, la hermana y la novia de Guiteras. Ninguna lloraba, pero no podían ocultar su desesperación. Tuvieron que imponerse para que las dejaran entrar. Sobre una mesa de mármol yacían los cadáveres de ambos combatientes. En una funeraria local compraron las mujeres los dos ataúdes. Pagaron 12 pesos por cada uno. Era todo lo que podían pagar.
Torriente Brau estaba en lo cierto. Guiteras hizo confianza con quien no la merecía y llamó amigo a quien sería traidor. Los dos hombres que lo traicionaron pasaban como sus amigos. Ambos le debían favores y ascensos en la Marina de Guerra, y a uno de ellos lo conocía desde que era prácticamente un niño. El destino de ambos traidores lo veremos la próxima semana.