Lecturas
La estatua de Martí, el Apóstol, que se yergue en el Parque Central habanero, es una obra del escultor cubano José Vilalta Saavedra que se emplazó hace 117 años y se tiene como el primer monumento erigido a la memoria del Héroe Nacional cubano.
Es un monumento de mármol de Carrara y se compone de pedestal, fuste y estatua. Una representación de la Patria y de soldados del Ejército Libertador, está tallada a relieve en la parte inferior del fuste, mientras que en su parte superior, también a relieve, aparece el escudo de la República. Las figuras aludidas son de tamaño heroico, y la de Martí es la mayor. Aparece de pie, con su vestimenta habitual y como si pronunciara un discurso.
Fue inaugurada el 24 de febrero de 1905.
Vilalta Saavedra es un mulato nacido en La Habana, en 1862. Gracias a la generosidad de su maestro, Miguel Valls, escultor y marmolista con taller en la ciudad de Cienfuegos, pudo hacer estudios en la Academia de Bellas Artes de Ferrara, en Italia, donde sobresalió como uno de los alumnos más distinguidos.
Se dio a conocer en Cuba cuando el concurso para la ejecución del monumento a los ocho estudiantes de Medicina, el primero hecho en la Isla por un artista cubano.
Son también obras suyas la representación de las virtudes teologales —Fe, Esperanza y Caridad— que coronan la entrada principal de la necrópolis de Colón, y, en el mismo cementerio, la estatua de Amelia Goyri, «La Milagrosa», así como, frente al edificio de la antigua Manzana de Gómez —hoy hotel Manzana—, el monumento a Francisco de Albear, el constructor del acueducto que lleva su nombre.
Vilalta Saavedra falleció en Italia, en 1912. Fue en ese país, en el que tuvo taller propio en la ciudad de Florencia, donde ejecutó sus más importantes encargos monumentales.
Dice la historiadora Marial Iglesias en su libro Las metáforas del cambio en la vida cotidiana: Cuba 1898-1902, que con la República se abre en la Isla una etapa de institucionalización de la memoria histórica.
Precisa dicha autora, la cual obtuvo premio de la Uneac por su libro, que uno de los ejes centrales del proceso de legitimación de las nuevas élites políticas en el poder fue la construcción de una épica nacional sin manchas ni contradicciones. Es en ese empeño de corte nacionalista, afirma por su parte el investigador Arturo Pedroso, que se erigen monumentos a no pocas figuras de la independencia.
Durante las tres décadas iniciales del siglo XX, escultores italianos «harán zafra» en Cuba. Aunque el cubano Vilalta Saavedra ejecuta algunos de los monumentos de la etapa, y el checo Mario Korbel acomete la imagen del Alma Máter, en la universidad habanera, serán sobre todo italianos los autores de no pocos monumentos que en esos años se emplazan en la capital cubana.
Así, Carlo Nicoli es el autor de la estatua de Miguel de Cervantes en el parque de San Juan de Dios. Domenico Boni lo es de la de Antonio Maceo en el parque que lleva su nombre. Un monumento que ya no existe, el del presidente Alfredo Zayas, que se erigió en el espacio que ahora ocupa el Memorial Granma, es obra del italiano Vanetti, y el de Emilia de Córdoba, en la Víbora, de Ettore Salvatori.
La Estatua de la República, una de las esculturas más altas que existen bajo techo en el mundo, es obra de Ángelo Zanelli, autor asimismo de otras importantes obras que se exhiben en el Palacio de las Leyes.
El nombre de Giovanni Nicolini se repite por lo menos tres veces. Fruto de su talento son los monumentos a Tomás Estrada Palma, en G y 5ta, en el Vedado, que ya no existe, el del mayor general espirituano Alejandro Rodríguez, en la intersección de Paseo y Línea, y el fastuoso monumento al mayor general José Miguel Gómez, segundo presidente de la República, en G entre 27 y 29.
Tres monumentos ejecutó en Cuba el italiano Aldo Gamba.El del Generalísimo Máximo Gómez, frente a la Avenida de las Misiones, La danza de las horas o Fuente de las Musas, hoy en el cabaré Tropicana y que se emplazó originalmente en los jardines del Casino Nacional, en 11 y 120, en el reparto Country Club, y la estatua ecuestre del mayor general Ignacio Agramonte, en Camagüey.
Domenico Boni fallece en La Habana en diciembre de 1918, a consecuencia de una peritonitis. No sobrevivió a la intervención quirúrgica a la que lo sometió el eminente cirujano Benigno Souza.
Aldo Gamba tenía mala sombra. El monumento a Máximo Gómez que se convocó en 1916, debía quedar listo en 1919. Disponía de un presupuesto de 200 000 pesos, y ahí mismo comenzaron los inconvenientes. La prensa y los artistas plásticos cubanos se ensañaron con la propuesta de Gamba, triunfador entre los proyectos de otros 40 artistas. Se reconvino la forma en que sesionó el jurado y se reprochó al monumento su exceso de referencias clásicas, su desarraigo y carencia de identidad. Las críticas llegaron a la burla cuando en alusión al templete que sirve de apoyo a la escultura se dijo que en la obra el caballo de Gómez estaba encaramado en una azotea. El Congreso de la República terminó retirándole el premio concedido, pero Gamba apeló a los tribunales y hubo que respetar el fallo del jurado.
Para remate, el artista baleó a su prometida y pasó tiempo en la cárcel. Logró salir de prisión y regresó a su país luego de prometer que ejecutaría el monumento. El empeño allí volvió a dilatarse por desavenencias entre el artista y los proveedores, y se impuso recurrir a los tribunales romanos con la paralización consecuente de los trabajos. La Habana asumió entonces el tema como una cuestión de Estado y Roma dio una respuesta positiva al pedimento de la Isla, solución en la que resultó decisiva la mediación directa de Benito Mussolini.
El monumento se develaría, al fin, el 18 de noviembre de 1935, casi 20 años después de resultar premiado.
La impronta italiana se hace presente en la escultura conmemorativa de Santiago de Cuba. Puntualiza Aida Liliana Morales Tejeda, de la Oficina del Conservador de esa ciudad, que no es posible estudiar la escultura conmemorativa local sin evaluar la presencia de los escultores italianos. Triunfen o no, su presencia es constante en concursos que se convocan en la región. De esos creadores, los más significativos fueron Umberto Dibianco y Ugo Luisi, figura que investigaciones de Aida Liliana salvaron del olvido.
Trabajó Luisi en ciudades como Santa Clara y Gibara, pero fue en Santiago de Cuba donde su quehacer se hizo más sostenido entre 1915 y 1930. Antes, en 1910, su proyecto resultó finalista en el certamen para el monumento de Francisco Vicente Aguilera, que ganó Dibianco, autor además del monumento a Martí en el Parque Central de Palma Soriano. Dos años más tarde, Luisi se adjudicaba un importante triunfo al resultar vencedor en la propuesta del Consejo Provincial de Oriente de realizar 12 conjuntos conmemorativos dedicados a honrar la memoria de otros tantos patriotas o hechos históricos de la independencia.
Obras suyas en la ciudad son también el monumento a José María Heredia, el que honra la memoria del mayor general José Maceo, y los dedicados a Guillermo Moncada, Carlos Manuel de Céspedes y Rafael Portuondo Tamayo, y al periodista Desiderio Fajardo, El Cautivo. En la necrópolis patrimonial de Santa Ifigenia se halla el mausoleo que en 1924 dedicó a Estrada Palma.
En 1912, en ocasión de una estancia de Ugo Luisi en Santiago de Cuba, maestras de la escuela no. 3 Spencer, le pidieron que ejecutara un busto de Martí para colocarlo en el templete que guardaba sus restos en Santa Ifigenia. El artista se comprometió a ejecutar la pieza sin más costo que el de los materiales que se emplearían. El busto fue develado en 1913. Se trata de un retrato de gran trascendencia, pues fue empleado para acuñar las primeras monedas cubanas.