Lecturas
Reabrió sus puertas, luego de un largo y esmerado trabajo de remodelación, la librería Fayad Jamís, posiblemente, en su tipo, el establecimiento más emblemático de la ciudad. Se inauguró en 1999, en uno de los salones del Palacio del Segundo Cabo, sede entonces del Instituto Cubano del Libro, y ocupó su espacio actual, en Obispo esquina a Aguiar, en 2010, en ocasión del aniversario 80 del natalicio del poeta que da nombre al local, voz imprescindible de las letras cubanas, autor de libros como Vagabundo del alba, La pedrada, Por esta libertad y Los puentes, poemarios que antologó en 1966, en ese libro medular que es Cuerpos.
Hijo de libanés y mexicana, Fayad nació en Zacatecas, México, en 1930, y se radicó de niño en Sancti Spíritus. Fue un notable pintor y editor. Dirigió las ediciones La Tertulia y fue jefe de la plana cultural de diarios como Combate y Hoy. En 1954 se instaló en París, regresó a La Habana en 1959 y tres años después se alzó con el importante premio de la Casa de las Américas. A partir de ahí viajó intensamente y pasó muchos años en México como consejero cultural. Roberto Fernández Retamar lo conceptuó como «uno de los poetas más importantes de nuestra generación en el continente». Un poeta que, hecho al dolor, aprendió con coraje a cantar la alegría, y que legó un testimonio profundo de su tierra y su época.
El escribidor, que entrevistó a muchas de las más grandes voces de nuestra literatura —Lezama, Carpentier, Guillén, Fina, Eliseo, Cintio, Lisandro, Barnet, Pablo Armando, Marré, Padura y un largo etcétera—, no logró entrevistar a Fayad. Lo intentó en uno de sus regresos a La Habana y lo visitó con ese fin en su apartamento a la entrada de El Vedado. Llevaba el entrevistador un ejemplar de La pedrada para que el poeta lo autografiara. Accedió a la entrevista, pero quiso un cuestionario previo, y en cuanto al libro, debía dejárselo porque no solo lo dedicaría, sino lo enriquecería con un par de dibujos. Todo quedó en nada. El poeta enfermó de cáncer y el escribidor no tuvo valor para hacerle reclamo alguno. Murió en 1988. Sobresalía por su distinción y elegancia. Le decían «El Moro».
Es un local con historia ese de la Fayad. Allí estuvo La Galería Literaria, librería que fue propiedad de José del Pozo y luego de su viuda, y donde radicó a partir de 1885 y hasta disponer de local propio en Obispo entre Compostela y Aguacate, la revista El Fígaro y, como se verá más adelante, se gestó la revista Bohemia. Ya en el siglo XX, ocupó el local la Casa Swan, «la tienda más moderna y amplia del estrecho bulevar», decía la prensa, dedicada al expendio de perfumes, artículos de regalo, bombones y revistas extranjeras; tienda esta muy parecida a lo que fue la Casa Wilson, perfumería y librería, que con su dependiente Severino Sollozo, español muy amigo de los cubanos y de la independencia de la Isla, desempeñó determinado papel en la vida social y política habanera. Hacia 1920, la Casa Swan hacía gala de todo su esplendor. Decayó, el local pasó a ser almacén y se convirtió en comedor obrero hasta que fue rescatado por la Oficina del Historiador de la Ciudad.
Obispo era entonces, dice Federico Villoch en sus Viejas postales descoloridas, «la calle de La Habana», la vía más comercial de la ciudad. Fue hasta 1915, junto con O’Reilly, meca del comercio y la moda, como lo eran de las secretarias de despacho (ministerios), la banca y los bufetes de prestigio. En Obispo hallaban asiento la mejor heladería, la dulcería más solicitada, la farmacia más confiable, las librerías más actualizadas, joyerías de renombre como La Casa de Hierro o el Palais Royal, tiendas como La Villa de París y La Francia. Una sastrería reputada como la del padre de Julio Antonio Mella, se localizaba asimismo en esta calle, al igual que El Pedregal, un expendio de semillas de mucha calidad y alto poder de germinación. La dulcería El Ángel, frente al costado del Ayuntamiento, deleitaba a grandes y chicos con su oferta; un poco más allá media Habana degustaba los refrescos de cebada y horchata que se elaboraban en el cafecito de La Mina, mientras que el café Europa, en Obispo y Aguiar, muy cerca de la librería, aseguró hasta 1959 y después, los mejores pasteles de La Habana, y enfrente, donde se construyó el edificio Gómez Mena —sede actual del Instituto Cubano del Libro— había un almacén de víveres finos con el nombre de La Primera de Aguilar, donde las personas pudientes y de buen gusto se surtían de la galleta especial que allí se elaboraba y que era tan grande como una pandereta. Cruzando la calle de Aguiar, en el lugar en que estuvo la droguería, se hallaba La Gran Antilla, colegio de primera y segunda enseñanza.
Fue el café Europa, muy concurrido y ruidoso a toda hora, el que inspiró al periodista Luis Bonafoux a escribir su novela satírica El Avispero, hoy olvidada. Y es frente al Europa donde se desarrolla un breve pasaje de Juan Criollo, la célebre novela de Carlos Loveira, cuando Don Roberto sorprende al protagonista de la obra con la boca hecha agua y los bolsillos vacíos ante las vidrieras del café; estas ofrecen todo un compendio de la repostería popular que deja al muchacho sin más recurso que el de comerlos con los ojos.
Fue alrededor de 1890 que apareció en Obispo José López Rodríguez, el célebre «Pote». Compró el espacio que en la esquina con Bernaza ocupaba la zapatería de Sánchez Cuétara, liquidó los zapatos por lo que le ofrecieron por ellos y llenó de libros el local. Casi siempre libros de relance que se exhibían sobre toscas tablas sin pintar montadas sobre burros. Surgía así La Moderna Poesía.
Pronto consiguió Pote los derechos de impresión de los billetes de la Lotería Nacional, y de los sellos del timbre y del impuesto estatal. Controló el mercado de libros de texto e introdujo en la Isla las máquinas de linotipo. Se permitía entrar en el Palacio Presidencial en mangas de camisa en una época en que se hacía obligatoria la chaqueta. Era propietario de dos centrales azucareros y de la empresa que fomentaba el reparto Miramar. También de la fábrica de cemento El Almendares, de la Compañía de Seguros de Cuba y de la Compañía Nacional de Finanzas, entre otros negocios. Entre 1911 y 1912 compró los intereses de la casa Morgan en Cuba y se convirtió en el mayor accionista del Banco Nacional, entidad netamente privada pese a su nombre, que llegó a tener depósitos por 190 millones de pesos y más de cien sucursales. Su posición en esa entidad le permitió disponer a su antojo de los fondos y cubrir con ello sus especulaciones en diversos campos. Lo hacía con absoluta confianza y falta de precaución ante una crisis. Cuando esta estalló, luego del crack bancario de 1920, el Banco Nacional tuvo que cerrar sus puertas y Pote fue encontrado muerto en su mansión de El Vedado. Tras considerarse traicionado por socios y amigos, se suicidó el 17 de marzo de 1921. Se creyó arruinado. Su fortuna en ese momento, luego de liquidar todas sus deudas, sobrepasaba los 11 millones de pesos, que legó a sus hijos. Fueron ellos los que en 1935 construyeron el edificio de La Moderna Poesía.
Frente, cruzando Obispo, en la librería de Racoy, se veía por las tardes a Alfredo Zayas, Carlos de la Torre, González Lanuza y a Enrique José Varona, registrar afanosos en las tongas de libros y revistas que obstruían la pequeña sala del establecimiento.
En contra de lo que la mayoría piensa, Obispo no empieza en Monserrate, sino que allí termina, a la vera del restaurante Floridita, que se vio antecedido por una bodega poco surtida, y que cifró su éxito en la cantina y en el agua con harina que por cubos expendían a los cocheros para sus caballos.
El Fígaro apareció en 1885 como un «semanario de sports y literatura; órgano del baseball». Con el tiempo fue cambiando su subtítulo hasta que en 1894 apareció como un «periódico artístico-literario». Esta revista, dirigida a la burguesía, reflejó las principales actividades de esa clase social, bien a través de la crónica, el grabado y la fotografía, pero lo que le dio todo su valor y trascendencia fue su vínculo con el movimiento modernista. Por sus páginas y por su Redacción, en Obispo casi esquina a Aguiar, pasó lo mejor de ese movimiento literario: Casal, Juana Borrego, Carlos y Federico Urbach, entre los del patio, y Rubén Darío, Santos Chocano, Nervo, Icasa, Blanco Fombona, Nájera… entre los de fuera. Solo faltó Martí en su nómina de colaboradores; su ausencia se comprende. Figuras como Justo de Lara, Sanguily, Montoro, Fray Candil… completaban los nombres que la revista podía exhibir. Dejó de aparecer en 1933, pero desde 1929 aparecía ya de manera irregular. Reapareció en 1943, pero no fue lo mismo.
Miguel Ángel Quevedo Pérez era empleado administrativo de El Fígaro cuando ideó la revista Bohemia. Tomando a El Fígaro como modelo, quiso hacer una revista literaria, pero aquella Bohemia, que empezó a aparecer el 10 de mayo de 1908, no cristalizó. Tiempo después, con motivo del nacimiento de su hijo, Quevedo pidió a El Fígaro cinco días de licencia. Se los negaron y renunció a su empleo. Tendría así más tiempo para impulsar su viejo proyecto, y Bohemia volvía a estar en la calle el 10 de mayo de 1910. Tenía un carácter literario, artístico y social. Ante su empuje desaparecían revistas tradicionales como Cuba y América y El Mundo Ilustrado, mientras que El Fígaro decaía y se batía en retirada.