Lecturas
«No dejen solo al General», balbucea cerca de unos escasos arbustos uno de los protagonistas del combate del 18 de noviembre de 1896 en el Paso de las Damas, en la margen izquierda del río Zaza.
«Calma, mira, está con los generales Francisco Carrillo y Avelino Rosas», responde otro mambí que intenta controlarlo para revisarle una herida de bala.
Con desasosiego, el soldado pide más de una vez incorporarse para estar cerca de Serafín Sánchez Valdivia, quien al mando de una tropa de menos de 800 hombres se bate en desigual enfrentamiento contra 2 600 efectivos españoles. No le duele tanto el orificio por donde se le escapa la vida como el triste presentimiento que le corroe hasta los huesos.
Relativamente cerca está su líder del Ejército Libertador, quien observa el escenario de operaciones desde una elevación entre el Paso de las Damas y el Paso de La Larga. Han transcurrido casi cuatro horas de duelo desigual, y aunque han podido detener al enemigo, el general Serafín, con más de 1 080 acciones patrióticas sobre sus hombros, sabe que solo una retirada ordenada de las huestes cubanas evitará un innecesario número de bajas.
Da la orden sin titubeos y presiona todo su cuerpo sobre los estribos para alcanzar mayor altura y observar más lejos, pues no se permitía jamás dejar atrás a ninguno de sus hombres.
Son pasadas las cinco de la tarde y sobre las balas de un máuser cabalga la muerte. Corren perdidas en todas las direcciones y una de ellas atraviesa desde el hombro derecho hasta el izquierdo al Paladín espirituano. El cuerpo se sacude sobre el caballo. Teo, el ordenanza del general Carrillo, monta desde el suelo sobre las ancas del animal de gran alzada, aguanta al oficial y José Inés Fernández corre a sus pies para ayudarlo a depositar el cuerpo en un lugar seguro.
«Mi abuelo impidió la caída al suelo de Serafín», cuenta a la vuelta de 124 años Jorgelina María Muñoz Fernández, y asegura que justo allí se escuchó la frase que hasta hoy estremece al pueblo espirituano por su profundo significado: «¡Carajo! Me han matado… ¡Siga la marcha!».
José Inés Fernández llegó desde la región oriental a Sancti Spíritus vestido todavía con pantalones cortos y de manos de su mamá María Leonarda. Vivían gracias a las escasas monedas que recibía su progenitora por trabajar en las casas de las familias adineradas. Aún con olor a cascarón salió para la manigua, donde encontró a su otra familia.
«No hablaba mucho de la guerra… Pero mi mamá, su primera hija junto a su hermana jimagua, nos contaba que sí decía que Serafín era como su padre», rememora a sus 70 abriles una de las descendientes del fiel mambí.
Junto a la foto de su abuelo conserva cuanta evidencia ha podido recuperar, tanto del Archivo Nacional como de la Casa Natal Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, en la urbe del Yayabo. Resguardada con recelo, posee una fotocopia del documento emitido en 1958 por el entonces Ministerio de Defensa Nacional, en el que se confirma que José Inés Fernández, natural de Tunas de Bayamo, prestó servicios en el Ejército Libertador desde el 8 de agosto de 1895 hasta el 24 de agosto de 1898, cuando se licenció con el grado de sargento primero.
«Enseñó a la familia a admirar a Serafín como un hombre inteligente, perspicaz, y con nociones de la guerra, como si fuera un militar de academia», acota.
Vuelven a su memoria aquellos días en que su mamá y 13 hermanos sobrevivientes de los múltiples partos de María de la Caridad Marrero Gual rodeaban al padre en el portal de la casa, en la finca La Caridad, cerca de Las Tosas, y con la curiosidad en la punta de la lengua lograban sacarle alguna anécdota.
«Mi abuelo supo ganarse la confianza del Mayor General; tanto resultó ser así que fue su ordenanza. Nos legó, según cuentan mis tías también, que la tropa lo quería y respetaba mucho porque era un guerrero sin igual», refiere.
Jorgelina María Muñoz Fernández lamenta que los recuerdos del abuelo no tengan fuertes cimientos. Era aún pequeña cuando él, con 102 años, dejó de contar historias. Mas no olvida cuando lo visitaban en la casa de la actual calle Brigadier Reeve, de la ciudad espirituana.
«Hacía en la cocina un ruedo con todos los nietos y nos pedía que lo imitáramos. Con el pie derecho marcaba el ritmo y entonaba: “Seferino el manco/ Manuel Sanguily / el que tiene nigua / no puede caminar”. El pobre, ya tenía lagunas por los años», rememora.
Pero su desmemoria no borró aquellos cantos nacidos en plena manigua, cuando los estómagos apenas se calentaban con un poco de canchánchara caliente. Y aunque prefería el silencio, no olvidó su épica al lado del Paladín de las Tres Guerras, como la búsqueda en Cienfuegos del cargamento traído por la expedición del brigadier Miguel Betancourt o el paso por la trocha de Júcaro a Morón, ni tampoco su incorporación a las fuerzas de Carrillo después de la muerte del Mayor General espirituano.
«Mi abuelo mencionaba mucho a Aquilino Amézaga, el negro que Serafín alfabetizó en plena manigua, cuya figura lo acompaña en la estatua de la Plaza de la Revolución de Sancti Spíritus».
Como pasaje de orgullo de la familia descendiente de José Inés está el día en que lo buscaron para que, junto a otros testigos, señalara el lugar en la manigua donde habían enterrado el cuerpo del líder espirituano, lejos del alcance del ejército español.
«Dicen que miró y miró, hasta que apuntó el sitio exacto», concluye la nieta, recordando historias que la familia se encargó de preservar.
Según cuenta, y confirman las investigaciones, esa noche fatídica de noviembre lograron llegar con el cadáver venerado y una parte de la tropa hasta la otrora finca Las Olivas, cerca del río Jatibonico del Sur, después de apabullar al enemigo y obligarlo a recruzar el río Zaza y retroceder, también con significativas pérdidas en sus filas.
La emoción del recorrido se percibe en la última nota del diario del propio Serafín, escrita por uno de sus hermanos: «Ha sido la más triste marcha que la luna ha alumbrado, en silencio cruel que solo el llanto de los hombres interrumpía».
Nota: Los pasajes narrados han sido corroborados en el libro Serafín Sánchez, un carácter al servicio de Cuba, de Luis F. del Moral Noguera.
Jorgelina María Muñoz Fernández guarda la foto y documentos de su abuelo, ordenanza del mayor general Serafín Sánchez Valdivia.