Lecturas
Cuando se habla acerca de negocios turbios en Cuba, antes de 1959, vienen a la mente affaires tan escandalosos como los del dragado del puerto habanero, el canje del Arsenal por la estación de trenes de Villanueva, la entrega de los centrales azucareros a la Atlantic Gulf y el negocio del convento de Santa Clara.
«Ninguna de esas aventuras financieras alcanza los desaforados niveles del Inciso K», escribía hace muchos años en la revista Bohemia el periodista Fulvio Fuentes. Añadía con aquella prosa suya en la que tan bien se combinaban lo culto y lo popular: «La oncena letra del alfabeto, tan ajena por otra parte al idioma español, se inserta en la vida nacional, a todo alcanza y contamina, reproduciendo en escala moral los efectos mefíticos de la polución tan comunes a las grandes ciudades».
¿Qué es el Inciso K? Los más jóvenes no lo conocen ni de nombre, y los viejos, por lo general, lo desconocen en sus detalles. No es más que un discreto renglón, el onceno, de uno de los capítulos de la ley número 7 de 1943, que contempla el pago de los salarios a un grupo de profesores de la Segunda Enseñanza que ejercen ya como tales, pero que esperan que se les nombre oficialmente para poder cobrar sus emolumentos. Una medida justa, sin duda. La cifra original para pagar a esos maestros perjudicados por un trámite burocrático es de 15 000 pesos mensuales; 180 000 al año. Una minucia. Fulgencio Batista es el Presidente de la República, y Anselmo Alliegro Milá, el ministro de Educación.
Exmachadista, chambelonero de rompe y rasga, el cacique liberal baracoeso comprende pronto las suculentas posibilidades del Inciso, y cuenta, si algo no le queda claro en el trapicheo de fondos que se avecina, con la asesoría técnica de José Manuel Alemán, jefe del negociado de Personal, Bienes y Cuentas del propio ministerio y que, con el tiempo, llegará a calzarse la cartera en propiedad, lo que lo convertirá en el caso más espectacular de enriquecimiento súbito del que se tiene noticias en la Isla desde la época de taínos y siboneyes.
«Abierto el apetito, Alliegro no encuentra mayores dificultades para ligar intereses con la mayoría congresional, elaborando las fórmulas para nutrir el prometedor acápite presupuestal. Muy pronto el Inciso se eleva hasta 2 500 000 pesos. Ancho campo para el reparto, las plazas de maestros empiezan a cotizarse como mercadería electoral e instrumento de soborno», expresa Fulvio Fuentes.
Vienen la elecciones generales del 1ro. de junio de 1944, Grau San Martín derroca a Carlos Saladrigas, el candidato batistiano, y toma posesión de la Presidencia el 10 de octubre del propio año. Cuando Alliegro, que simultanea el Ministerio de Educación con el cargo de Primer Ministro, entrega el Premierato a Félix Lancís admite que se apelaron a todos «los recursos legales» para conseguir el triunfo de Saladrigas. El Inciso forma parte de esos «recursos legales». De político a político, comprensivo y tolerante, Lancís convalida, con su sonrisa asiática, la desaprensiva práctica.
El ascenso de Grau al poder no significó la muerte del Inciso K; al contrario. Asume Educación el pedagogo Luis Pérez Espinós, un hombre honrado que movido por aspiraciones presidenciales protagonizará la campaña de «Todo por el niño». Lo sustituye Diego Vicente Tejera, senador de la República y jefe del clan político conocido como «Los Dieguitos». Ambos ven con justificado recelo al avispado subalterno de Alliegro, pero no les queda otro remedio que apoyarse en su indudable competencia. Intocable e inamovible, con el favor del Presidente y la familia presidencial, José Manuel Alemán sigue el frente del negociado de Personal, Bienes y Cuentas. Un día Grau lo premia con la dirección del Centro Superior Politécnico, antigua Escuela Cívico Militar de Ceiba del Agua. «Esto vale tanto como un ministerio», dice a sus amigos y para probarlo envía medio millón de pesos al tercer piso del Palacio Presidencial.
Con Alemán de Ministro de Educación crecen los fondos del célebre Inciso. Ridículos parecen ya los 180 000 pesos del comienzo e incluso los 2 500 000 pesos a los que Alliegro lo eleva. En 1947 la cifra es de más de 17 millones de pesos, y llega poco después a 32 millones.
Tras la masacre de Orfila, el 15 de septiembre de 1947, el hallazgo de todo un arsenal en su finca América, en Arroyo Naranjo, lo hace entrar en contradicciones con el general Genovevo Pérez, jefe del Ejército, erigido en represor del gansterismo. Debe Alemán alejarse del país. Su antiguo jefe lo recibe en Cayo Hueso, a donde llega a bordo de su lujoso yate Chanteclair. Lleva el viajero un extraño equipaje: cuatro maletas grandes llenas de billetes de mil pesos. A Alliegro se le encandilan los ojos.
—Pero José Manuel, ¿cuánto traes ahí? —pregunta.
—No sé. Recogí al bulto —responde Alemán.
Anselmo Alliegro Milá nace en la ciudad de Baracoa, en el extremo más oriental de la Isla, el 16 de mayo de 1899. Descendiente de italianos y catalanes, su verdadero apellido era Allegro, al que él introduce una «i».
Culmina sus estudios de Derecho en 1919 y bien pronto se decide por la política. Concejal y presidente del Ayuntamiento baracoeso, no demora en llegar a la Alcaldía de su ciudad natal. Gana un acta de representante a la Cámara en 1930, durante el Gobierno de Gerardo Machado, a quien sirve hasta el desplome de la dictadura, en 1933. Después Alliegro se eclipsa, desaparece del panorama nacional, ajeno a todo trajín político. Batista, ya presidente constitucional, lo saca de su ostracismo.
Vuelve Alliegro a la Cámara en 1942 y en el propio año el Presidente lo llama a ocupar la cartera de Comercio y luego, de manera simultánea las de Educación y Hacienda y también el Premierato, toda vez que la Constitución de 1940, vigente entonces, establecía que no se requería de una figura en particular para desempeñar dicho cargo, sino que dejaba claro que «entre sus ministros, el Presidente nombrará a uno que será Primer Ministro».
Cuando Batista abandona el poder en 1944, Alliegro, ya millonario, se domicilia en Miami, abre una oficina y emprende la construcción de numerosos edificios de apartamentos.
En 1946 gana otra vez un acta de representante, y tras el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 se convierte, al amparo de Batista, en una figura política de primer orden. Forma parte del Consejo Consultivo que, tras la asonada militar, suplanta al Congreso de la República, y llega al Senado en 1954. Presidirá ese cuerpo colegislador hasta 1958, y encabeza en la provincia de Oriente el Partido de Acción Unitaria (PAU; batistiano) y es miembro del Consejo de Dirección de la Universidad Nacional Masónica José Martí. Preside en 1956 la delegación gubernamental al llamado Diálogo Cívico que en la Casa Continental de la Cultura —hoy, Casa de las Américas— sentó en la mesa de conversaciones a figuras de la dictadura y de la oposición política. Su discurso, apegado a los cánones de una vieja retórica, no convence a amigos ni enemigos y obliga a Gastón Godoy, presidente de la Cámara, a asumir la defensa del Gobierno. De una manera o de otra, fue un diálogo que se disolvió en el vacío en el mismo año en que Fidel Castro preparaba en México su regreso a Cuba.
Guillermo Jiménez, en su libro Los propietarios de Cuba; 1958, sitúa a Alliegro en la categoría dos de los más ricos, en una escala que corre de mayor a menor desde el uno hasta el cinco. Es propietario del periódico Pueblo —Zanja esquina a Escobar— aunque se dice que el verdadero dueño es Batista. Posee acciones en la General Motors, la mayor productora de automóviles a nivel mundial, y es accionista menor del Banco de la Construcción. No llega a convertir en realidad su proyecto de establecer dos fábricas de pulpa para papel a partir del bagazo de caña.
La noche de San Silvestre, Anselmo Alliegro Milá acude a la casa presidencial de la Ciudad Militar de Columbia a fin de saludar al dictador en ocasión de la fecha. Conversa con Andrés Rivero Agüero, presidente electo —debía tomar posesión el 24 de febrero de 1959— cuando Cosme Varas, uno de los ayudantes del mandatario le notifica que Batista lo espera en su oficina privada. Cuenta el propio Alliegro que, ya dentro, vio a Batista sudoroso y despeinado, pálido y evidentemente nervioso. Lo rodean Francisco Tabernilla Dolz, general de cinco estrellas y jefe del Estado Mayor Conjunto, y otros altos oficiales. Batista escenifica la mejor actuación de su vida.
—¿Qué le parece, Alliegro? —dice. Señala a los generales presentes y agrega: «Estos señores me han dado un golpe de Estado.
El aludido no entiende lo que pasa. Increpa a los generales que cree «golpistas», pero Batista le corta la perorata. Lo toma de un brazo y lo conduce a un ángulo del estrecho salón. Le habla en voz baja: «Hay aquí tres conspiraciones en marcha y ya yo no puedo hacerme obedecer; no queda otra alternativa que mi renuncia». Aún así, aboga Alliegro por encontrar otra salida. Expresa: «Piense en esos hombres que duermen en las barracas. ¿Qué pasará cuando sepan que ya usted no está?» Precisamente de eso se trata. Sabe Batista con certeza que si la noticia trasciende a la tropa acantonada en Columbia, la fuga puede fracasar. Apura a Alliegro, le dice: «Firma que te matan a ti también».
José Eleuterio Pedraza, llamado a filas, con grados de general de brigada, por el Servicio Militar de Reserva, extiende a Alliegro el documento con la renuncia de Batista. Lo firma como Presidente del Senado, y añade una nota en la que dice: «Sustituto constitucional por haber renunciado el Vicepresidente constitucional por haber sido elegido Alcalde». Firman a continuación Tabernilla Dolz, el contralmirante Rodríguez Calderón, jefe de la Marina, el teniente general Rodríguez Ávila, jefe del Ejército, y los generales de brigada Tabernilla Palmero, jefe de la División de Infantería Alejandro Rodríguez y del regimiento mixto de tanques «10 de Marzo», Fernández Miranda, jefe de la Cabaña, Juan Rojas, Luis Robaina Piedra y Pilar García, jefe de la Policía.
Alliegro no acepta la propuesta de formar gobierno que le hace el mayor general Eulogio A. Cantillo Porras, jefe ya del Estado Mayor Conjunto, y se va para su casa, en la Avenida 47, no. 1418, esquina a 18, en Miramar. No era partidario de salir del país. Pero al día siguiente, el hijo de su esposa, luego de dar una vuelta por La Habana, lo conminó a que buscase refugio en una embajada. Se trasladó al apartamento de soltero de su entenado y allí lo recogió el automóvil del Embajador de Chile, en cuya sede diplomática se refugió.
De sus estancias anteriores, tenía casa propia en Miami, y sus numerosas propiedades en esa ciudad le permitieron vivir cómodamente de las rentas. Allí falleció el 22 de noviembre de 1961.
(Respuesta a la solicitud del lector Duany Hernández Torres, de Santa Clara).