Lecturas
El nombre de Capitolio dado al edificio emplazado en la manzana comprendida entre las calles Prado, Industria, San José y Dragones, con fachada principal sobre la primera de esas vías, fue fruto de la encuesta promovida por el Doctor Carlos Miguel de Céspedes, secretario (ministro) de Obras Públicas del presidente Gerardo Machado, y llevada a cabo por el periódico habanero Excélsior. Parte importante de la opinión pública quería que la obra, que comenzaría a construirse el 1ro. de abril de 1926, se le diera el nombre de Palacio del Congreso, mientras que otro grupo se inclinaba por Capitolio. Este fue el nombre que, por mayoría, decidió la encuesta. Capitolio, esto es edificio majestuoso y elevado.
Ocupaba la presidencia de la República el mayor general José Miguel Gómez cuando el Congreso, por ley de 20 de julio de 1910, autorizó la permuta de los terrenos y edificios del Arsenal (113 020 m²), propiedad del Estado, por los que ocupaba la Estación de Villanueva (43 906 m²), propiedad de los Ferrocarriles Unidos de La Habana. Se trató, dijo la prensa de entonces, del cambio de la vaca por la chiva, y se comentó que, para hacerlo posible, se movió bajo cuerda una fuerte suma de dinero que la empresa ferroviaria entregó a los gobernantes para que aprobaran la maniobra.
Hasta entonces los mandatarios cubanos despachaban y vivían en el viejo Palacio de los Capitanes Generales. José Miguel quería construir el Palacio Presidencial en los terrenos de Villanueva. Para su edificación, el Congreso aprobó, el 22 de julio, un crédito de un millón de pesos, y el Presidente por decreto convocaba a un concurso internacional para elegir el proyecto del edificio. De las 23 propuestas remitidas por arquitectos de distintas nacionalidades, 19 se eliminaron por no cumplir los requisitos contemplados en las bases del certamen. Tampoco clasificó a la larga ninguna de las cuatro restantes y el concurso quedó desierto. Un jurado más reducido conformado a propuesta del mandatario, examinó otra vez los proyectos finalistas. Se decidiría por aquel que, aun cuando hubiera que hacerle modificaciones, tuviera mejores condiciones para su ejecución. Escogió el presentado bajo el título de «La República», elaborado por Eugenio Rayneri Sorrentino y Eugenio Rayneri Piedra. Se sacó entonces a subasta la ejecución del Palacio y se adjudicó la obra a los arquitectos Rayneri. Sería un edificio de 100 por 70 metros y, debido a los cambios introducidos al proyecto original, tendría un costo de 1,2 millones de pesos.
Todo marchó sobre ruedas hasta la subida al poder, en 1913, del mayor general Mario García Menocal. Disgustaba al nuevo mandatario el lugar escogido para Palacio Presidencial. Prefería ubicarlo en la Quinta de los Molinos y destinar al Poder Legislativo el edificio que se construía en Villanueva, utilizando lo levantado hasta esa fecha. Se votó otro crédito y los nuevos arquitectos determinaron añadir a los extremos del edificio dos hemiciclos, uno para el Senado y otro para la Cámara de Representantes. El inmueble tendría ahora 140 metros de frente por 75 de fondo. La cúpula ya ejecutada les pareció muy baja y se decidieron por otra más elevada. La vieja cúpula, de unos 550 m3 de hormigón y 1 200 toneladas de peso, se eliminó mediante una explosión controlada. La nueva, de más peso y altura, impuso reforzar los cimientos con 532 pilotes de madera dura de júcaro y jiquí.
Llegó así el mes de diciembre de 1917. Subían los jornales de obreros y técnicos, y se elevaban los precios de los materiales de construcción. Menocal detuvo los trabajos. Se reanudarían tiempo después. La paralización definitiva llegó el 21 de octubre de 1921, cinco meses después de la toma de posesión del licenciado Alfredo Zayas como presidente de la nación. A propuesta de su ministro de Obras Públicas, y en virtud de la crisis económica por la que atravesaba el país, se ordenaba además arrendar los terrenos a una compañía particular que, con el nombre de Havana Park, montaría allí un parque de diversiones con montaña rusa, tiovivos, carruseles y salas de juego, así como bares y una variada oferta gastronómica.
Gerardo Machado se hizo cargo del poder el 20 de mayo de 1925. El 15 de julio siguiente, el Congreso votaba la Ley de Obras Públicas que consignaba, en su acápite de Construcciones Civiles, la edificación del palacio de las leyes en los terrenos de Villanueva. Ya para entonces, aparte del Havana Park, otros negocios particulares habían buscado asiento en el área, convertida además en depósito de trastos e inmundicias. Dispuso enseguida el Gobierno la cancelación de las licencias otorgadas a particulares para operar en los terrenos que serían del Capitolio y no demoró en desolarlos. Había apuro por concluir el edificio, pues la VI Conferencia Panamericana se celebraría en La Habana y Machado había prometido que sesionaría en edificio nuevo. Para ello debía estar listo antes de las 12 meridiano del 1ro. de enero de 1928, lo que equivalía a que la obra se concluyera en 22 meses. De no ser así, el contratista pagaría mil pesos por cada día de demora.
Carlos Miguel de Céspedes encargó a los arquitectos Govantes y Cabarrocas la realización del proyecto del nuevo edificio. El presupuesto sería de tres millones de pesos para la construcción y otro medio millón para el mobiliario, y debía aprovecharse todo lo que se pudiera de los empeños anteriores. Tres empresas constructoras acudieron a la licitación y se encargó a la Purdy and Henderson, pese a ser su propuesta más costosa que la de Arellano-Mendoza-Morales. La Purdy tenía los mejores antecedentes, tanto desde el punto de vista de solvencia material y moral, como por haber construido los palacios del Centro Gallego y del Centro Asturiano y los edificios de La Metropolitana y el Banco Gómez Mena, entre otros. Construiría después el Hotel Nacional.
Fueron infructuosos todos los esfuerzos por aprovechar en la nueva obra el máximo de lo construido antes. El intento se hizo. Demolidas algunas partes, reforzados muros y techos en otras, construidos dinteles y colocadas vigas de acero, se advirtieron diferencias de medidas y falsas escuadras que obligaron al replanteo de los planos. En algunos casos las cimentaciones antiguas no correspondían con los ejes de los nuevos muros y en todos resultaban insuficientes para soportar las nuevas cargas. Hubo que excavar hasta siete metros para encontrar terreno lo bastante sólido para cimentar. Fueron excavaciones difíciles, pues el terreno estaba materialmente minado de cimientos de concreto que corrían en todas direcciones y que correspondían a proyectos anteriores y sin conexión alguna. No podía emplearse, por tanto, ningún medio mecánico y las excavaciones debieron hacerse a pico y pala. La cúpula, más alta y pesada en este proyecto, impuso un refuerzo de la cimentación y hubo que hincar cerca de mil pilotes de jiquí y fundir sobre ellos una gran placa de hormigón armado que soportaría las grandes columnas de acero de la estructura.
El producto de las demoliciones y de los cimientos que hubo que desechar se aprovechó en el relleno del propio terreno, así como en las obras en construcción del Malecón habanero, en la Avenida del Puerto y en la Avenida de las Misiones, donde se emplearon miles de metros cúbicos de relleno. No existían en Cuba las maquinarias, herramientas, ni tampoco los obreros capacitados para trabajar la cantería, por lo que hubo necesidad de importar los equipos y contratar algunos especialistas extranjeros de alta calificación para los trabajos. Se instalaron nueve sierras mecánicas con hojas de diamantes que cuadraban los cantos a las medidas más aproximadas para que el desbaste a ejecutar por los canteros fuera el mínimo. La manipulación de los cantos, algunos de los cuales pesaban hasta nueve toneladas, fue mecanizada con grúas. Fue sin duda un acierto reactivar la vía férrea que llegaba hasta Villanueva. Por ella se transportaron los materiales pesados que se recibieron en grandes cantidades tanto del exterior como del interior de la República, lo que proporcionó facilidad, economía y rapidez en su transporte, manipulación y acarreo. Cinco obreros y técnicos, cubanos y no, encontraron la muerte mientras laboraban en la construcción del Capitolio.
Terminadas las cimentaciones, conforme a las exigencias del proyecto y con objeto de salvar los contratistas su responsabilidad en el cumplimiento del contrato, dirigieron al ministro de Obras Públicas una comunicación referente al retraso experimentado y los desembolsos hechos por causa de trabajos que consideraban extraordinarios y no previstos, y como consecuencia informaban que la obra no podría ejecutarse en el término previsto ni por el precio pactado. Céspedes estimó que no procedía la prórroga y no accedió a la demanda. Sin embargo, la complejidad de los trabajos, los imprevistos que se impuso solucionar y el uso de materiales de mejor calidad y mayor costo, hicieron que la Purdy reiterara su pedido, recomendando al Gobierno la conveniencia de no precipitar la marcha de los trabajos. Se habían agotado ya los tres millones previstos. Sugerían buscar otro emplazamiento para la Conferencia Panamericana. La Universidad de La Habana, la única que funcionaba entonces, se alzó como sede alternativa de la reunión, y se procedió a embellecer el centro docente. Se demolió lo inservible y se construyeron calles y jardines dentro del recinto académico, así como la regia y monumental escalinata. A fines de marzo de 1927, Céspedes se reunía con el arquitecto Rayneri, director de las obras, y hacían el balance detallado de lo pendiente. Calcularon entonces que unos diez millones de pesos adicionales a lo ya gastado se requerían para concluir la obra. Fijaron, por otra parte, una nueva fecha para su inauguración: 20 de mayo de 1929. Ese día, con pompa y boato, Machado tomaba posesión de la presidencia para un segundo mandato.
El Capitolio representó una inversión de 16 640 743 pesos con 30 centavos, cifra que incluye el valor de las obras de arte que atesora, los muebles y las maquinarias que se adquirieron para la construcción misma. Ocupa una superficie total de 43 609 m2, de los que 13 489 corresponden al edificio. De ellos, 10 839 son área techada. Los jardines se extienden sobre 26 583 m2. Su construcción demoró 37 meses, tiempo récord para una obra de esa envergadura. Monumento Nacional. Símbolo de la República. Orgullo para todos nosotros.
(Con información de Luis Bay Sevilla, Enrique Luis Varela, Juan de las Cuevas y Emilio Roig)