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Banco de los Colonos y otras respuestas

Sobre el Banco de los Colonos inquiere la lectora Ada M. Smith Machado, directora de la sucursal 296 del Banco Metropolitano, sita en Juan Delgado y Lacret, Santos Suárez. Afirma Ada en su mensaje que son muchos los clientes que siguen llamando Banco de los Colonos a esa entidad bancaria y «es interés mío —afirma— conocer la historia de su surgimiento y el motivo por el que se le dio ese nombre».

Guillermo Jiménez en su libro Las empresas de Cuba. 1958, publicado por la Editorial de Ciencias Sociales en 2004, dice que, en atención a sus depósitos —22 millones de pesos— ocupaba el décimosegundo lugar en importancia entre los bancos cubanos. Tenía su casa matriz en la calle Aguiar 360, y contaba con siete sucursales. La de Juan Delgado y Lacret, apunta por su cuenta el escribidor, debe haber sido de las últimas en inaugurarse, pues no aparece consignada en el Directorio Telefónico de La Habana correspondiente a 1958 y que asienta informaciones anteriores al 31 de diciembre de 1957.

Contaba el banco con 3 000 accionistas. El propietario principal, con el 54 por ciento de las acciones, era Gastón Godoy Loret de Mola, que tras el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 presidió el Consejo Consultivo batistiano; fue, en 1953, ministro de Justicia y encabezó la Cámara de Representantes entre 1954 y 1958. En ese último año, en las elecciones espurias del 3 de diciembre, resultó electo vicepresidente de la República, cargo que debía asumir el 24 de febrero de 1959. El triunfo de la Revolución le cerró esa posibilidad. Junto con su esposa y su hijo, salió del país rumbo a la República Dominicana en la misma aeronave en que lo hizo el dictador Fulgencio Batista.

Jiménez considera a Godoy como el más encumbrado propietario entre los altos dirigentes del Gobierno batistiano. Además del banco, era dueño de una compañía de seguros y de una empresa dedicada al comercio de grasas y aceites para uso en centrales azucareros, ferrocarriles, tractores y equipos agrícolas, así como de una operadora de muelles y almacenes que oficiaba asimismo como agencia de vapores en Santiago de Cuba. Era accionista del central azucarero Andorra, donde Batista también tenía intereses, y controlaba las dos terceras partes de la producción nacional de mieles.

Hijo de español, nació en Perú, y, junto con su familia, no demoró en radicarse en Santiago. Fue un abogado prestigioso, especializado en temas azucareros, pero en tiempos de Machado defendió, como criminalista, a antimachadistas presos y tras el derrocamiento de la dictadura asumió la defensa de machadistas llevados ante los Tribunales de Sanciones. Defendió, en 1941, al coronel José Eleuterio Pedraza en el juicio que se le siguió por su intento de golpe de Estado contra Batista.

Gastón Godoy Agostini, padre de Godoy Loret de Mola, promovió la fundación del banco en 1943. En Cuba se llamaba colonos a los cosecheros de caña. Cuarenta de ellos, de origen canario en su mayoría, se nuclearon en la empresa con el propósito de refaccionar a pequeños colonos. Pronto los accionistas mayores, encabezados por Godoy padre, empezaron a forzar a los accionistas menores para que vendieran su participación y, a partir de 1952, el banco rehuyó su propósito inicial de ayudar a los pequeños colonos y se convirtió, en lo esencial, en prestamista de dueños de centrales azucareros. Así, en esa fecha, el 80 por ciento de sus préstamos beneficiaba a la industria del azúcar, y solo el nueve por ciento a los colonos. Sus principales clientes eran la Asociación Nacional de Colonos de Cuba, la Nueva Compañía Azucarera de Gómez Mena, el central Andorra, que tenía dificultades de pago; el central Narcisa…

La situación financiera, la política crediticia y la solvencia y las utilidades, aunque estas no las declaraba, eran buenas en el Banco de los Colonos, escribe Guillermo Jiménez en Las empresas de Cuba. 1958. Su administración era segura y eficiente, aunque comenzó a resentirse bajo la presidencia de Gastón Godoy hijo.

Judíos en Cuba

La publicación de Herejes, la más reciente novela de Leonardo Padura, ha despertado el interés por la presencia judía en Cuba. Por el tema se interesa el lector José Antonio Herrera Pita.

Los primeros judíos llegaron a Cuba con Colón. En sus viajes a América navegaron con el Almirante unos 160 judíos, seguramente conversos o que ocultaban su origen para escapar de la Inquisición. De ellos se recuerdan los nombres de Martín Alonso Pinzón, Rodrigo de Jerez y Luis de Torres, políglota consumado que fue el primer terrateniente hebreo en Cuba y el introductor del tabaco en Europa. Fueron judíos portugueses, por otra parte, los que trajeron la caña de azúcar.

Aun así fue ardua la tarea de los judíos en su afán de echar raíces en Cuba y en todo el nuevo continente,  pues cuando se autorizó la venida de los hijos de los quemados por la Inquisición, se les impuso la restricción de que no ocupasen cargos públicos. Se les obstaculizaba su movilidad social y no fructificaban sus expedientes de «limpieza de sangre». Carlos V, en 1552, prohibió la venta de hidalguías a los que tuviesen un antepasado condenado por «pública infamia», a los descendientes de los comuneros y a los sospechosos de herejía o de descender de judíos. Los sucesores del Emperador, a partir del siglo XVII, flexibilizaron la venta de ese privilegio. De todas formas, era judía conversa Isabel de Bobadilla, que sustituyó a su esposo, Hernando de Soto, como gobernadora de la Isla, e inspiró al artista que esculpió La Giraldilla.

No fue hasta 1881 cuando el Gobierno de Madrid autorizó la migración de los judíos. Es a partir de entonces que puede hablarse de una comunidad judía en Cuba, si bien no existía la libertad de cultos. Martí tuvo judíos entre sus colaboradores cercanos y fue valioso el aporte de la comunidad judía de Cayo Hueso a la Guerra de Independencia, en la que sobresalieron combatientes judíos.

En 1906 sumaban unos mil los judíos radicados en Cuba. Eran en lo esencial hombres de negocios y fundaron una institución social y una sinagoga en La Habana y un cementerio en Guanabacoa. Entre 1910 y 1917 arribaron unos 4 000 judíos sefarditas procedentes de Marruecos y Turquía. En 1919, llegaban 2 000 hebreos askenazis provenientes de Polonia, Rusia y Lituania, y esa cifra se duplicaría hacia 1924.

Los sefarditas buscaban zonas suburbanas o rurales. Eran vendedores ambulantes e introdujeron los créditos en su práctica comercial. Al comercio y a la pequeña industria se dedicarían en La Habana los askenazis, sobre todo durante la  II Guerra Mundial y después. En 1945 se contaban unos 25 000 judíos en Cuba. Las más nutridas migraciones habían tenido lugar en las décadas de los 20 y los 30 y en La Habana Vieja, sobre todo, establecieron escuelas, bodegas, cafés, restaurantes, tiendas para la venta de tejidos y retazos… e introdujeron la industria de la talla de diamantes. Dos periódicos, uno en yiddish y otro en español, se editaban para esa comunidad, que desplegaba una activa vida cultural y social tanto en la capital como en las provincias. Muchos de esos judíos, con el fin de la Guerra, volvieron a Europa o pasaron a radicarse en Estados Unidos o Canadá.

Esa comunidad entró en crisis a partir de 1960, cuando la nacionalización de comercios e industrias provocó la emigración de la mayoría de sus componentes, por lo general comerciantes y profesionales. ¿De qué fuentes se nutriría? El Patronato Hebreo de La Habana convocó a todo el que tuviera briznas de judaísmo en su estirpe. Eran contadas en Cuba las parejas que tenían ascendencia directa y desde 1965 las uniones matrimoniales eran mixtas, pues casi nunca un judío o una judía podían casarse con alguien de su misma creencia. El Patronato adoptó el rito conservador, que es mucho más moderno y acorde con los tiempos que el rito ortodoxo. En este último, enquistado en tradiciones antiguas, es la madre la que otorga legitimidad a sus descendientes. Ahora se trataba de que todas las familias, mixtas o no, se asumieran como judías.

¿Cuál será el destino de esta comunidad en Cuba? Decía hace varios años el escritor judío Jaime Sarusky: «En Cuba, los hebreos enfrentan la dramática disyuntiva de disolverse o intentar reencontrarse y conseguir una cohesión, por precaria que sea. Es imposible vaticinar cómo será la comunidad hebrea en Cuba en el 2025 o en el 2050. Pero si aún entonces permanece viva y activa, seguramente tendrá características muy propias, en las que estarán fundidas, en una entidad singularmente caribeña, dos tradiciones: la hebrea y la cubana».

Ferrara

Varias interrogantes formula en su mensaje el lector Miguel A. López Fernández, abogado de Unión de Reyes, Matanzas. Imposible dar respuestas a todas. La muerte de Gonzalo Castañón la abordó el escribidor hace ya mucho tiempo y es imposible referir ahora los detalles por cuestión de espacio. Por otra parte, desconozco si el político  machadista camagüeyano Rogerio Zayas Bazán, muerto en 1932 en un duelo irregular, era familia de Carmen, la esposa de José Martí, también camagüeyana. Zayas Bazán fue secretario (ministro) de Gobernación (Interior) en el primer gabinete de Machado y desde ese cargo fue el brazo visible de la pretendida política de regeneración moral de la vida cubana orquestada por Machado. Persiguió con saña a prostitutas y proxenetas, lo que le valió aplausos y denuestos y su nombre se asocia a la construcción del Presidio Modelo, en Isla de Pinos. En ese tiempo, la prensa le dedicaba tanto espacio como el que le dedicaba a Machado. Renunció a su puesto de ministro en mayo de 1928 y en abril de 1931 el Partido Liberal lo llevó al Senado de la República. Vivía en la esquina de L y 21, en el Vedado, donde ahora hay un parqueo.

Sobre el italiano Orestes Ferrara (1876-1972) ha escrito el escribidor hasta decir no quiero más. Pregunta López Fernández cómo llegó a Cuba y cuándo y dónde se graduó de abogado. Era estudiante y se entusiasmó con la guerra que los cubanos libraban contra España. Un día, sin dar cuenta a los suyos, salió de su casa, en Nápoles, y llegó a Nueva York. Vino a Cuba como miembro de la expedición del sexto viaje del vapor Daunteless, que desembarcó en la provincia de Oriente. Pasó un tiempo en esa provincia y en la de Camagüey hasta que cruzó la trocha de Júcaro a Morón y se incorporó como comandante auditor a la primera división del cuarto cuerpo del Ejército Libertador que operaba en Las Villas a las órdenes del general José Miguel Gómez, con quien participó en los combates de Bacuino y Peña y en la toma de Arroyo Blanco, entre otras acciones.

Al concluir la guerra, con grados de coronel, volvió a Italia y terminó sus estudios de Derecho. Regresó a la Isla y se dedicó al Derecho Penal hasta que se percató de que era más productivo dedicarse a representar los intereses en Cuba de las grandes compañías norteamericanas.

Fue Representante a la Cámara, el máximo cargo elegible al que podía aspirar dada su condición de extranjero, y ocupó la presidencia de ese cuerpo colegislador. Fue embajador en EE.UU. y canciller en tiempos de Machado. Huyó a la caída de la dictadura (1933) y regresó en 1937. A finales de los años 40 se le nombró embajador ante la Unesco y en ese cargo permaneció hasta que el Gobierno cubano lo cesanteó en los primeros días de enero de 1959.

Impartió en la Universidad de La Habana la asignatura de Derecho Romano. Fue un buen profesor. Se dice que jamás suspendió a alumno alguno por incapaz que se mostrara en el examen. Cuando sus compañeros de tribunal le reprochaban aquellos aprobados, Ferrara tenía una frase invariable: «Aprobémoslo ahora, que ya lo suspenderá la vida».

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