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Los dos golpes del 10 de marzo

En varias ocasiones hemos aludido en esta página a los dos golpes de Estado del 10 de marzo de 1952, hace 60 años. El primero, el de un grupo de jóvenes oficiales, encabezados por el capitán Jorge García Tuñón, que derrocó al presidente Carlos Prío, y el segundo, el del ex general Fulgencio Batista contra esos jóvenes militares.

El periodista Luis Ortega, fallecido en Miami hace un par de años, refiere en sus memorias todavía inéditas, que avisado en su casa de Arroyo Arenas de lo que sucedía, llegó a la Ciudad Militar de Columbia. No pudo o no quiso entrar —dice que un tanque de guerra se encimó amenazante sobre su automóvil— y se fue a la casa de Sergio Carbó, director del periódico Prensa Libre. Desde allí telefonearon al mayor general Ruperto Cabrera, jefe del Ejército. Arminda, la esposa de este, les dijo que un grupo de hombres armados de ametralladoras había irrumpido en la casa para llevarse detenido a Cabrera, que a ella la habían encerrado y que antes de marcharse inutilizaron todos los teléfonos de la vivienda, sin reparar en el del baño, lo que le permitió dar aviso al teniente coronel Vicente León, jefe de la Casa Militar del Palacio Presidencial, para que a su vez  informara a Prío, a la sazón en su finca La Chata, en Arroyo Naranjo.

Una hora después volvía Luis Ortega a Columbia. Vio de casualidad a su amigo «Silito» Tabernilla, hijo del «viejo Pancho» y secretario de Batista, que lo dejó entrar y en un jeep lo condujeron a la jefatura.

Contó Ortega al historiador Newton Briones Montoto «… Batista estaba muy nervioso… El que estaba dando las órdenes era Jorge García Tuñón… Estaba dando órdenes por teléfono y controlando la situación». Ortega se acercó a Batista y le preguntó qué era lo que estaba pasando. Batista respondió que habían tenido que tomar el poder. Acota Ortega:

«El ambiente era de temor, porque todavía el golpe no había cuajado y el mando estaba en manos de los oficiales principales. Batista estaba en un rincón y no daba órdenes, las daba García Tuñón».

Cambian los papeles

Unas horas después, al mediodía del 10 de marzo, la situación era otra. Recordaba Ortega: «Los papeles cambiaron y los oficiales jóvenes, incluido el capitán García Tuñón, terminan arrinconados». El historiador Briones Montoto, en su libro General regreso, escribe por su parte: «A partir de ese momento, Batista es el que controla el golpe. Fue una maniobra muy bien realizada y con mucho sentido, porque lo que había comenzado como un golpe de unos militares insatisfechos con un jefe civil, Batista lo convirtió en un golpe de Batista. Y a partir de ese momento empezó a decidirlo todo».

Diría el mismo García Tuñón en una entrevista que concedió a la revista Réplica, de Miami, en marzo de 1972:

«Dimos el golpe por la madrugada. Batista quedó confinado en una oficina del edificio del Regimiento. El mando en Columbia lo teníamos los militares. Pero en casos como estos, por mucho que se haga, siempre hay presente alguna desorganización. Batista logró enviar a un capitán a distintas postas para que ordenara a sus jefes que permitieran la entrada de civiles al campamento. Cuando vinimos a ver miles de ellos estaban por toda la base militar dando vivas a Batista, confraternizando con los soldados y hasta bailando congas… El mando se nos fue de las manos.

«Lo que se nos ocurrió en el momento fue transmitir una orden por los amplificadores para que los soldados se presentaran ante los jefes de compañías a fin de que inscribieran sus nombres para los ascensos que se estaban estudiando. Cinco minutos después todos estaban en sus respectivas compañías y dimos órdenes a los jefes que las formaran para restablecer el mando… Mientras tanto, Batista había salido de la oficina donde lo teníamos y al frente de la muchedumbre de civiles que se había infiltrado en el campamento recorría las postas y compañías donde era aplaudido por los soldados, pues estaba dando la sensación de que el golpe era obra suya y que él era el jefe… Este fue el segundo golpe del 10 de marzo, dirigido contra los que habíamos conspirado con él».

Tres eran tres

¿Cómo se interrelacionan los dos grupos golpistas? Algunos militares retirados y en activo querían el regreso de Batista al poder, y conspiraban en ese sentido. Ajenos a ellos y al propio Batista conspiraba otro grupo de militares. Esta conjura había surgido en la Escuela Superior de Guerra, donde tres profesores, Roberto Agramonte, Herminio Portell Vilá y Rafael García Bárcena, todos civiles y vinculados políticamente al líder ortodoxo Eduardo René Chibás, propugnaban un golpe de Estado en connivencia con un puñado de militares entre los que sobresalía el capitán García Tuñón.

Luis Ortega, que obtuvo esa información de García Bárcena y del mismo García Tuñón, dijo a Briones Montoto que esos profesores llegaron a convencer a Chibás de que encabezara el movimiento. Chibás, amargado por su derrota en las elecciones presidenciales de 1948, se dejó seducir por la idea. No intervino directamente en nada, puntualiza Ortega, pero dio su asentimiento. Desechó el asunto cuando en las elecciones parciales de 1950 volvió a ser elegido senador. Con posibilidades reales de lograr la presidencia en el 52 concluyó que quería alcanzar el poder por la vía electoral. Así lo hizo saber a los profesores que alentaban ese propósito.

Con la negativa de Chibás, los tres profesores y los militares afines se quedaron sin un líder presentable… Los profesores se abstuvieron de seguir promocionando la rebelión. Pero los militares ya estaban obsesionados con la idea de salvar a la República del caos… —escribe el historiador Briones, siguiendo el testimonio del periodista  Ortega. Continuaron sus reuniones conspirativas y, a la caza de un líder, se toparon frente a frente con Batista.

Habló tanto y tan bien

Relata García Tuñón en la entrevista de Réplica que un capitán retirado del Ejército convenció a los jóvenes oficiales de que se conectaran con Batista. Estos comisionaron a García Tuñón, que era el más antibatistiano del grupo, para que lo viera y de la manera más amable posible rechazara cualquier tipo de connivencia. Dice Ortega que García Tuñón era un militar excelente, con una alta moral profesional, pero hombre muy influenciable, siempre dispuesto a tomar las cosas en serio. Algo histérico, poco ducho en trajines políticos, aseguran otros que lo conocían desde entonces.

El caso es que la conversación de García Tuñón con Batista fue diferente a lo que se pensaba. El ex general se metió en el bolsillo al capitán. Lo mareó con su retórica. Lo convenció de que era un hombre renovado, al quien ya no le interesaba el dinero, sino la gloria. Se reunieron de madrugada en la casa de la suegra de Batista, en 86 y Quinta B, en Miramar. Recuerda García Tuñón:

«Él habló de lo mucho que hubiera querido hacer por Cuba en su anterior época de gobernante y cómo los compromisos frustraron muchos de aquellos sueños. Me aseguró que si volvía al poder las cosas serían diferentes y él terminaría su obra por Cuba. En fin, que habló tanto y tan bien, con tanta aparente sinceridad, que confieso que me convenció. Llevé su mensaje a mis compañeros de armas y también se convencieron. Entonces decidimos unir nuestros esfuerzos y fue designada una comisión para entrevistarnos con Batista y acordar el modus operandi y el programa de Gobierno que llevaríamos a la práctica, una vez triunfante el golpe militar».

Precisa que no querían cambios en el Ejército y que no darían baja ni pasarían a retiro a los oficiales que aceptaran el golpe de Estado, salvo aquellos que estuvieran envueltos en hechos contrarios a la ética del grupo. Querían, sí, rescatar el prestigio de la institución. Los oficiales sentían que el pueblo no los respetaba y que los creía culpables de hechos y situaciones sobre los que no tenían responsabilidad alguna. Tal era el estado de opinión que el Estado Mayor había dispuesto que los oficiales no salieran a la calle vestidos de uniforme.

El programa de los militares jóvenes, por lo demás, constaba de tres puntos fundamentales: absoluta honestidad administrativa; eliminación radical del gangsterismo y respeto a la sucesión constitucional. Cómo armonizaba un golpe militar con eso de la sucesión constitucional es algo que no queda claro, pero para García Tuñón no había contradicción alguna. Le parecía factible que los militares sustituyeran a Prío por el vicepresidente de la República y que Batista se desempeñara como primer ministro. Las elecciones generales, en su criterio, tendrían lugar el 1ro. de junio, como estaban previstas, y el Presidente electo tomaría posesión el 10 de octubre, como indicaba el cronograma electoral. En esos meses, Batista, como premier efectivo y con el respaldo del Ejército, realizaría los cambios necesarios para cumplir los puntos del programa. No podría Batista ser candidato en esos comicios. «Ese era su sacrificio», puntualiza García Tuñón.  Podría aspirar más adelante.

Tuvimos que aceptar

El mismo 10 de marzo, por la tarde, se reunían los principales factores golpistas. Se conoció que Prío se hallaba asilado en la embajada de México. El vicepresidente Alonso Pujol no aceptaba la primera magistratura y el presidente del Senado y el titular del Tribunal Supremo se negaban también a aceptarla. Uno de los reunidos propuso para presidente al doctor Carlos Saladrigas, viejo cúmbila de Batista y su candidato para las presidenciales del 44. Pero no demoró en conocerse de su negativa. «Un civil —no recuerdo quién— propuso entonces a Batista como Presidente y tuvimos que aceptar porque, como es lógico, estábamos muy preocupados por lo que pudiera ocurrir», dice García Tuñón en la entrevista para la revista Réplica.

Ninguno de los jóvenes oficiales que conspiraron contra Prío ascendió a los escalones principales del mando de las fuerzas armadas. El viejo Tabernilla asumió la jefatura del Estado Mayor General, puesto que, aunque él lo negara, se esperaba que correspondiera a García Tuñón, que tuvo que conformarse con las estrellas de coronel y el mando del Regimiento 6 Alejandro Rodríguez, con sede en Columbia; lo que aún así no era poco. La protesta de sus partidarios obligó a Batista a ascenderlo a general en el mes de mayo siguiente. Pero sus días en el Ejército estaban contados. Fue trasladado a La Cabaña y poco después le cambiaban las estrellas y los entorchados por la casaca de embajador. Terminaría oponiéndose a la dictadura.

En la entrevista citada, García Tuñón dice al periodista que lo ha hecho recordar contra su voluntad en una edad en la que resulta más grato olvidar y que lo olviden. Hace sin embargo esta confesión:

«No me arrepiento de lo que mis compañeros de armas y yo concebimos… eso era correcto y necesario para la República y para el Ejército. Quizá nosotros nos adelantamos 20 años en nuestros sueños. Hoy comprendo que el camino tomado fue erróneo y que ciertas alianzas a que nos comprometieron las circunstancias fueron nefastas. Y desde ese ángulo sí puedo decirle que no ahora, sino hace ya tiempo, me arrepentí de haber sido factor en aquel golpe, que se concibió de una manera y resultó de otra muy diferente, que lejos de beneficiar a la República, como  nosotros queríamos, lo que hizo fue perjudicarla gravemente, muy gravemente».

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