Lecturas
Prometí hacerlo hace varias semanas y voy a cumplir mi palabra. Hoy hablaré sobre dos grandes figuras de nuestro mundo artístico.
De una de ellas afirmó en 1950, en el periódico ABC, de Madrid, el maestro Ernesto Lecuona: «Margarita Díaz es una gloria de Cuba y una fiel embajadora de nuestra música lírica en el mundo entero». Fernando Ortiz calificó de «auténtica y suprema» la voz de Zoila Gálvez, la otra diva acerca de la que hablaré en esta página. Voz extensa, ágil, de volumen poco común en su tesitura, apasionada y rica en matices, la crítica especializada internacional ubica a Zoila Gálvez junto a los más famosos artistas de su cuerda. Son pues dos pesos pesados de nuestro canto lírico.
Ambas nacieron en la ciudad de Guanajay. Margarita Díaz, el 4 de febrero de 1918 —otras fuentes consignan que nació el 3 de febrero de 1917. Zoila Gálvez, el 19 de marzo de 1899, y las dos fueron hijas de oficiales del Ejército Libertador. El padre de Margarita fue el fundador de la primera sociedad de negros que existió en esa localidad. La vida de Zoila, escribe el poeta Miguel Barnet, es ejemplo y símbolo de la lucha que a brazo partido sostenían los artistas cubanos del pasado frente a barreras sociales y raciales; una trayectoria marcada por los signos contradictorios de la gloria y la indiferencia, la aceptación y el rechazo.
Refirió Zoila la situación amarga y desgarradora por la que atravesó en el Aeolian Hall, de Nueva York, cuando ya, dice Barnet, su voz era un valor de nuestra cultura y su arte, patrimonio de muchos países.
«Concursaban unas 200 aspirantes. Yo elegí el Vals de las sombras de la ópera Dinorah, de Meyerbeer. Es una pieza difícil, con cambios de expresión y transiciones de voz y de estado anímico; es el diálogo de la joven cantante con la Luna. Entre todas las aspirantes yo era la única negra. Canté bien. Nadie pudo conmigo. Pero al poco uno de los managers le dijo a mi madrastra: “Señora, quién la manda a tener una hija negra con una voz tan maravillosa”. Y claro, después de los elogios y el triunfo, no me contrataron».
Despreciada fue también Margarita Díaz; no por el color de su piel, sino por cubana. Había desplegado una exitosa carrera que la llevó a presentarse en escenarios de más de 30 países de Europa, América, África y Asia, cuando, ya en los años 60, un funcionario de emigración, después de revisar su pasaporte, la obligó a abandonar el vagón de ferrocarril en que se trasladaba entre la ciudad alemana de Colonia y Barcelona, donde había debutado en una revista musical que marcó su trayectoria artística en el Viejo Mundo.
Algunos gobiernos europeos no ocultaban su hostilidad hacia la naciente Revolución Cubana y aquel hombre, antes de ensañarse con ella, reprochó a la cantante ser nativa de un «país comunista».
«Cuando me vi en aquel campo nevado con mi equipaje y mi perro San Bernardo me juré que regresaría a Cuba. Había visto desprecio en la cara de aquel hombre y yo me siento orgullosa de ser cubana», contaba Margarita Díaz a quien quisiera escucharla, y añadía con la gracia que la acompañó hasta el fin de sus días:
«Debí acompañar aquella decisión con un trago largo de whisky en previsión del chícharo que en cantidades casi industriales me vería obligada a ingerir a partir de mi regreso a La Habana».
Luis Carbonell, con quien trabajó en el montaje de algunas canciones luego de su retorno definitivo a Cuba, recuerda a esa soprano dramática con mucho cariño. Se instaló a su regreso en la barriada del Cerro, donde vivió en su juventud, pero se le veía en la celebración de los aniversarios de la ciudad de Guanajay, comenta Rebeca Figueredo, historiadora de esa localidad artemiseña. También la homenajeamos aquí con motivo de su 83 cumpleaños. Estuvo con nosotros cuando las autoridades culturales de Guanajay reconocieron el quehacer investigativo de la musicóloga María Teresa Linares, y una vez más cuando se le congratuló en una fiesta con trovadores. «Margarita cantaba aún con una voz increíble».
Gilda Guimeras, otra historiadora guanajayense, colaboradora asidua de esta página con sus aportes y sugerencias, refiere:
«Conocí a Margarita cuando, ya con 77 años, había perdido buena parte de su belleza, pero no la simpatía, la agilidad mental ni el gusto por los vestidos, los adornos y el maquillaje.
«Entonces me prometió que algún día regresaría a cantar para su pueblo natal… Confieso que acogí la idea con una mezcla de desilusión y escepticismo. ¿Cuánto quedaría ya de aquella voz que las viejas grabaciones, pese a todos sus defectos, nos revelaban brillante y cálida?
«La prueba de que mis temores eran infundados la tuve durante la celebración de su 83 cumpleaños en el museo Carlos Baliño. Acompañada al piano por el también guanajayense Juan Espinosa sorteó con su gran dominio técnico los estragos causados por el tiempo, con una voz aún sorprendentemente joven, y con su cubanísima gracia mulata convocó la complicidad y la entrega de un auditorio formado mayormente por conocedores de la música».
Recuerda Gilda que en ese entones la artista cojeaba, andaba como escorada, pero se había hecho maquillar cuidadosamente y lucía con naturalidad las gangarrias y la peluca. «Resultaba conmovedor su vestido, un vestido gastado que en su tiempo debió ser de grandes presentaciones».
Hizo Margarita estudios musicales en su ciudad natal. Su presentación, en el teatro Vicente Mora, el 5 de septiembre de 1932 —otras fuentes refieren que ocurrió en 1931— fue un acontecimiento en la localidad. Poco después, en La Habana, estudiaba canto con los maestros italianos Tina Farelli y Arturo Bovi y proseguía su formación, hasta graduarse, en el Conservatorio Municipal. Debutó profesionalmente en la radio y Ernesto Lecuona no demoró en ficharla para sus conciertos. De ese compositor estrenó piezas como Soñé que me dejabas, Ilusión y ¿Dónde estás? e interpretó otras, en ocasiones acompañada por el mismo maestro, como Arrullo de palmas. No pocas veces salió a escena con el respaldo de orquestas conducidas por músicos de la talla de Gonzalo Roig, Rodrigo Prats, Dámaso Pérez Prado, González Mántici, Adolfo Guzmán… Mantuvo en la radio espacios líricos de gran audiencia.
Es en 1942 que comienza la carrera internacional de Margarita Díaz. Durante seis años hace presentaciones en Panamá, Estados Unidos y México, donde no demoran en bautizarla como «La voz de oro del Caribe». Se hace aplaudir además en Brasil, Venezuela, Colombia, Perú y Canadá. Marcha a Europa y debuta en Barcelona en 1952, dicen unos, mientras que otros sostienen que fue dos años antes. No importan las fechas; el éxito es el mismo. Pasa a Amberes, en Bélgica, y a Atenas, Grecia, donde actúa en el hotel Reina Cristina. Toma parte en el homenaje que se le brinda a Maurice Chevalier en Roma. Ya no hay límite ni valladar que no venza: recorre con su música el Medio Oriente y parte de África.
Tuvo relaciones con no pocos famosos. Pablo Picasso la acogió en su círculo íntimo, algo inusitado en alguien tan arisco y distante como el gran pintor español. María Callas y Edith Piaf fueron sus amigas, al igual que Sarita Montiel, Lena Horne y Josephine Baker. También Mario Lanza, Nat King Cole, el ya mentado Chevalier…
Aunque el erudito Radamés Giro no lo consigna en su utilísimo Diccionario enciclopédico de la música cubana, es vox populi en Guanajay, y así lo refieren las historiadoras Rebeca Figueredo y Gilda Guimeras, que en Grecia la soprano cubana gozó de la preferencia de la reina Federica y cantó en fiestas que se organizaban en el palacio real de Atenas. Así, fue invitada a cantar en la fiesta de 15 de la princesa Sofía, hoy reina de España, aunque no faltan los que afirman que lo hizo, no en el cumpleaños, sino en su boda con el futuro rey Juan Carlos.
De cualquier manera, asevera Gilda Guimeras, aunque la misma historiadora lo ponga entre signos de interrogación, Margarita Díaz fue considerada en algún momento la cantante extranjera más popular en Grecia. Para muchos griegos, el nombre de esa soprano evoca toda una época musical. Quizá eso explique el documental que la televisión griega filmó sobre la vida de Margarita Díaz en un momento en que conocía ya el mismo olvido en que vive ahora.
La fecha de su regreso a Cuba es otra interrogante. Mis informantes guanajayenses aducen que fue al triunfo de la Revolución. Radamés Giro, en su Diccionario, sitúa esa vuelta en 1965, ya que en 1964, escribe Giro, la artista andaba aún por España al frente de su propia compañía. Trabajó en el Instituto Cubano de Radio y Televisión hasta 1989 y falleció en La Habana el 30 de diciembre de 2008.
Lecuona dijo de ella: «Margarita Díaz es una soprano dramática que ha viajado durante años toda América, Europa, Asia y África, elevando el nombre de Cuba a la más alta categoría. Mi música en su voz es como la luz resplandeciente y esplendorosa de nuestro sol tropical. Su técnica es perfecta. Su tesitura y extensión es completa, y su voz es cálida y sensual».
Se cuenta que una noche de 1935 Antonio Guiteras, con la policía batistiana pisándole los talones, dijo que quería oír un recital de música lírica y los que lo acompañaban y protegían lo condujeron a una casa de la esquina de San José y Lucena, en Centro Habana, donde disfrutó de la música interpretada por la anfitriona, una de las sopranos cubanas más notables, Zoila Gálvez.
Ella inició en Guanajay estudios de música y los continuó con Hubert de Blanck en La Habana, donde además aprendió canto con los maestros Farelli y Bovi. Prosiguió su formación en Italia y en ese país debutó por todo lo alto. En Cuba se presentó por primera vez en 1922 con el respaldo de la Orquesta Sinfónica dirigida por Gonzalo Roig, y a partir de ahí se hizo aplaudir en Francia, España y Estados Unidos. Tuvo, sin abandonar la gran escena, una fructífera labor didáctica y colaboró con Fernando Ortiz en sus investigaciones afrocubanas. Su vida artística se extendió por más de cuatro décadas. En 1966, con un recital en el teatro del Palacio de Bellas Artes, se despidió de su público. Murió en La Habana el 26 de noviembre de 1985 esta artista que fue capaz de convencer al más exigente de los públicos.