Lecturas
Fue en los días de la Guerra Grande (1868-1878) cuando aparecieron en Cuba, o en La Habana al menos, los antecedentes de los night clubs y cabarés. Les llamaban café cantante y, como en los establecimientos actuales, había música, baile y chistes, y, por no dejar de parecerse, había hasta un covert que daba derecho a un refresco mientras se disfrutaba del espectáculo.
Lo cuenta el escritor Raimundo Cabrera. Alude en su libro titulado Mis buenos tiempos (1891) al salón sito en la calle Habana esquina a la de Amargura, y dice: «Se entonan canciones alegres; se ejecutan bailes picarescos; se representa todas las noches un acto de zarzuela o comedia; mientras más grosero y más burdo el chiste, mayor la alegría del patio y más sonora la grita y el aplauso». Se halla el establecimiento en el piso bajo de un edificio. En la ancha sala, atestada de mesas y sillas, se mantiene la puerta principal entreabierta a fin de dar paso a la clientela y por dos ventanillos altos penetra un poco de aire. A la derecha está la cantina donde chocan y suenan constantemente las bandejas y los vasos que traen y llevan mozos sin levitas a fin de satisfacer el pedido de peones, jornaleros, carreteros, la crème de los descamisados, que junto a militares de franco, mercaderes desocupados y algunas mujeres descocadas —bebedores todos de buena ley, ávidos de risa y algazara— son los parroquianos del lugar. Más adentro, el billar. Y mucho humo y mucho ruido.
«Hasta hace poco, en materia de espectáculos teníamos los teatros, la plaza de toros, los circos, los panoramas; ello bastaba al refocilamiento del pueblo habanero —escribe Raimundo Cabrera—. Hay ahora en esta capital, que parece un cuartel o plaza sitiada, una mala importación de las costumbres europeas: un café cantante».
Y añade: «Como los madrileños lo tomaron de los parisienses, aquí se ha tomado de los madrileños. Pero la novedad ha llegado hasta nosotros transformada, empobrecida, repugnante, como todo lo que pasa de París a Madrid y de Madrid a La Habana».
Son incontables los night clubs que surgieron en el Vedado en los años 50 del siglo pasado. La mayoría hace años que no existen y no es raro que aun buscándolo no podamos identificar ya el sitio donde estuvieron. Algunos nombres vienen del pasado: El Escondite de Hernando, La Gruta, Le Mans, Rocco, Yobana… En esa misma época otros centros nocturnos —Le Martinique, Johnny Dream, Le Reve, Mes Amis— abrieron sus puertas en Miramar.
También los había en Luyanó —Sierra—, Lawton —Ali Bar—, en Ayestarán, en la carretera de Rancho Boyeros, en la de Arroyo Arenas, en la Playa de Marianao… Funcionaban asimismo cabarés como Tropicana, Sans Souci y los salones de grandes hoteles como Nacional, Capri y Riviera. El cabaré Montmartre cerró sus puertas en octubre de 1956 tras la muerte del teniente coronel Antonio Blanco Rico, jefe del Servicio de Inteligencia Militar, ultimado a balazos en ese establecimiento por un comando revolucionario.
Cabarés como Ali Bar y Alloy; Sierra y Las Vegas, Autopista y Nacional, Palermo y Night and Day daban cabida a artistas de gran arraigo popular o que por sus características —repertorio, estilo y proyección en escena— podían llegar a serlo. Escribía la compositora Marta Valdés, en su columna del periódico Revolución, en septiembre de 1959:
«Resulta interesante analizar los distintos tipos de cabarets con que contamos, y, dentro de ellos, ese intermedio en que caen, entre otros, Ali Bar, Sierra, Alloy… es decir, que no alcanzan el lujo de Tropicana ni descienden al nivel de los centros nocturnos de la Playa de Marianao, por ejemplo, presentan espectáculos cuya principal característica es la popularidad. Constituyen sin duda verdaderos cabarets del pueblo. Raras veces el artista de nombre —todo con mayúsculas— y fotografía aparatosa, acepta un contrato en esos lugares, estableciendo una distancia que el público mismo comprende y tolera. Hay, por otra parte, artistas de este tipo que se consideran muy high, pero en el fondo saben que la verdadera razón por la cual no pueden aceptar un contrato en esos lugares, es su impopularidad. El show en dichos cabarets resulta masivo, el público participa un poco de él formulando peticiones».
Los espectáculos de cabarés constituyeron otra importante industria dentro de la cual la música desempeñaba su papel. Y decimos industria pues sobre todo en los cabarés de lujo al estilo de Tropicana, Montmartre o Sans Souci fueron adquiriendo ese viso. La idea era concebir producciones tan fastuosas que no tuvieran nada que envidiar a las mejores de París o Montecarlo. Esto posibilitaba atraer turistas extranjeros y también a una clientela criolla capaz de pagar por esos espectáculos —expresa la musicóloga colombiana Adriana Orejuela en su libro El son no se fue de Cuba.
La intensidad de la noche habanera y la calidad de sus espectáculos habían conseguido ubicar a la ciudad entre las más importantes del mundo si de diversiones de todo tipo y vida mundana se trataba. Se ignora a cuánto ascendía el monto requerido para una producción en Sans Souci o Tropicana, pero la cifra debió ser muy elevada a juzgar por sus particularidades, y teniendo en cuenta que con regularidad contrataban figuras de talla internacional como Nat King Cole o Ginger Rogers, por mencionar dos ejemplos.
El verdadero negocio residía en el dinero que dejaban los casinos. El show, esplendoroso, hacía las veces de fachada y la onerosa inversión que requería su puesta en escena solo se justificaba en virtud de las enormes ganancias provenientes de las mesas de juego.
Los cabarés de primera línea centraban su programa en grandes producciones al estilo de Rodney, el mítico coreógrafo de Tropicana, que fueron símbolo de una época y marcaron una manera de concebir y hacer el espectáculo que llega hasta hoy. Los cabarés de segunda, que no podían imitar esos shows espectaculares ni contaban con casinos que los costearan, aunque sí con máquinas traganíqueles, las llamadas «ladronas de un solo brazo», proponían un programa variado y en cuyo elenco sobresalían por lo menos una o dos figuras de amplio arraigo. Un artista de la talla de Benny Moré era habitual en el Ali Bar, donde en mayo de 1959 debutaba Blanca Rosa Gil, que llegó a alternar en ese escenario con pesos pesados como René Cabel, Fernando Álvarez y el mismo Benny, antes de convertirse en la cancionera más destacada de 1960; mientras Merceditas Valdés cosechaba aplausos en el Sierra; Elena Burke y Meme Solís en el Club 21; Orlando Vallejo, Ramón Veloz y Celeste Mendoza, en el Alloy; Frank Domínguez en La Gruta…
Apunta Adriana Orejuela: «Orlando Contreras recibe de manos de Benny Moré el preciado trofeo que la revista Show entregaba a los artistas más populares del año (1960) y debuta en febrero en el Ali Bar junto a Ñico Membiela… y Blanca Rosa Gil. No es necesario aludir a la afluencia de público que acudía noche tras noche para verlos. Se trata de tres de los más grandes colosos de la victrola de todos los tiempos, que comienzan a difundirse justo después del triunfo de la Revolución, además de Tejedor y Luis, Orestes Macías, Kino Morán o Lino Borges, de quien a fines de 1961 se escucha con insistencia Vida consentida, otro de los grandes hits victroleros de la época, del compositor venezolano Homero Parra».
Otros establecimientos nocturnos, con fama de marginales algunos, como los de la Quinta Avenida de la Playa de Marianao, contaban con una nutrida clientela. La satisfacían con la presentación de pequeñas revistas musicales en las que sobresalían figuras como La Pavlovita, la vedette Tula Montenegro y, sobre todo, Silvano Shueg, el Chori, un percusionista excéntrico capaz de sacarle sonidos a cualquier objeto que tuviera delante.
La pareja de rumberos no faltaba en ninguna de esas revistas. Tampoco los aires españoles, que gozaban de muy grata acogida entre los cubanos. Venían intérpretes traídos directamente desde España, como Pedrito Rico, Pablo del Río y Juan Legido, habitual, durante sus estancias cubanas, en el Ali Bar, el bar de Alipio García, como le llamaba la prensa de la época, y figuras como Obdulia Breijo, Fina de Villa y Marta Picanes eran dignos exponentes cubanos del género español.
Sin ir muy lejos, en la noche del 31 de diciembre de 1958 hubo música española en los espectáculos del Ali Bar, el Caribe del Hotel Habana Hilton y el cabaré Sierra. También en el Hotel Capri, con Los Chavales de España, en el Hotel Comodoro y en el Copa Room del Hotel Riviera. Para hacer variada la noche hubo un Sabor y Souvenir de Haití, con Martha Jean Claude, en Sans Souci; la vedette peruana Ima Sumac arrebató en el Parisién, la norteamericana Arlena Fontana se presentó en el Capri, y Juana Bacallao, Laíto Sureda y Rolando Laserie hicieron de las suyas en el Intermezzo, el Sky Club (actual Pico Blanco) y el cabaré Sierra, respectivamente. En este cabaré se presentaron tres orquestas en la noche de aquel 31 de diciembre.
Justo a finales de la década de los 50 comienzan a surgir, sin embargo, en las proximidades de la Rampa habanera, pequeños locales que rompen un poco con esa noche que va haciéndose convencional. Sin demasiado lujo y sin acudir a producciones o revistas musicales de ningún tipo, el ambiente íntimo y desenfadado propio de estos lugares, permitía disfrutar de la descarga espontánea de un combo o la voz de Elena Burke, digamos, con Frank Domínguez o Meme Solís al piano.
No se piense que el surgimiento de centros como esos se detuvo con el triunfo de la Revolución. Al contrario. Al igual que los pequeños sellos disqueros, siguieron proliferando después de 1959. De estos, quizá el más emblemático sea El Gato Tuerto, inaugurado por ese animal de la noche habanera que fue Felito Ayón, en agosto de 1960. En enero del mismo año, en 17 y O, abría el club Rocco, y en diciembre, Le Mans, en 15 y B, en el Vedado.
La vida artística y la intensidad de la noche no se interrumpen en una Habana sacudida por esa transformación social enorme que fue la Revolución.
Tropicana mantiene dos producciones de Rodney, la muy sonada Rumbo al Waldorf y Ritmo en color, con Bertha Dupuy, una mulata bellísima que se impuso de la noche a la mañana y fue la cancionera más destacada de 1958. El mexicano Pedro Vargas consigue llenos completos en el Capri. Las D’Aida están en el Comodoro, y Gina León en el Club 66. Frank Emilio se consolida en el Maxim’s. Sanc Souci, según las carteleras, presenta lo que sería su última producción, aunque no faltan los que aseguran que nunca llegó a estrenarse. En Las Vegas, de la calle Infanta, se presentan Los Tropicubans. Con ellos está Lupe Yoli, que no demorará en ser expulsada del trío para convertirse a la vuelta de pocos meses en la figura más controvertida de la farándula habanera de todos los tiempos. Entonces por ahí andaba también Freddy, una ex empleada doméstica de 220 libras de peso, la antivedette por excelencia, que arrancaba aplausos delirantes en cada una de sus presentaciones.