Lecturas
Probidad es sinónimo de honradez, honestidad, rectitud, bondad… Cuando se habla de hombres probos en Cuba, viene de inmediato a la mente la figura de Miguel Coyula. Dio prueba, a lo largo de su vida, de una integridad proverbial, y, sin alardes ni vanidades explosivas, hizo en cada momento lo que le dictó su conciencia. Nunca tuvo otra entrada económica que no fuera la que se derivaba de sus honorarios como periodista o de los emolumentos de los cargos públicos en los que sirvió, rechazando, cosa rara en los políticos de la época, cualquier beneficio personal que emanara del tráfico de influencias. Cuando la política cubana se encenegó más de lo habitual, se refugió en la torre señera del periodismo —murió con un periódico en las manos—, sin aspirar a nada. Alcanzó, en la Guerra del 95, el grado de comandante del Ejército Libertador, y hasta su fallecimiento mantuvo enhiestos y vibrantes los ideales de su juventud y siguió viendo la cura de los males del país en la lección ejemplar de los fundadores de la patria.
No pocos ejemplos ilustran el decoro y la decencia de este hombre. Finaliza la presidencia de Alfredo Zayas y la Cámara de Representantes, dominada por los liberales, aprueba, con aplausos, una Ley de Homenaje Nacional que concedía al conservador Miguel Coyula una pensión vitalicia de 500 pesos mensuales. Se dispuso el Senado a aprobar el proyecto, pero el mismo Coyula se opuso: adujo que no le parecía oportuno aceptar esa pensión en momentos en que se anunciaban reajustes en la economía del país. Poco después, y ya con Machado en el poder, el Senado retomó el asunto a fin de aprobar la mencionada Ley de Homenaje. Nueva oposición de Coyula. El proyecto, de aprobarse, lo obligaría a agradecer el gesto a Machado y no quería estar en deuda ni obligado con un político a quien tanto había combatido y seguiría combatiendo.
Pasaron los años. El Partido Conservador de Mario García Menocal deviene Conjunto Nacional Democrático, y por esa agrupación política resulta Coyula electo delegado a la convención que elaboraría la Constitución de 1940, de la que, por cierto, se cumplen 70 años el próximo martes 8. De 76 delegados electos, 35 corresponden al Gobierno y 41 a la oposición, en la que figura el partido de Menocal. Pero Batista, deseoso de asegurarse la presidencia en los comicios generales que vienen, ofrece a los menocalistas, si apoyan su aspiración, la Vicepresidencia de la República, la Alcaldía de La Habana, tres gobiernos provinciales y 12 senadurías. Menocal acepta y sus delegados en la Asamblea Constituyente pasan a formar parte de las filas del Gobierno porque, dice el viejo Menocal a sus partidarios que juzgan demasiado fuerte el brebaje pactista, «es hacerle un servicio al país propiciarle a Batista una salida constitucional a fin de librar a Cuba del predominio militar que él personifica» Es un golpe muy duro de asimilar para Miguel Coyula. La fidelidad a su jefe y amigo choca con principios que lo obligan a rechazar públicamente la alianza con un hombre que ya había anticipado su calaña. Ese pacto, en lo personal, le significaba una elección segura como senador, y posiblemente la presidencia del Senado. No encuentra Coyula otra salida que la de renunciar a los puestos superiores que ocupa en las filas del menocalismo. Otros partidos tratan entonces de captarlo; le ofrecen una senaduría asegurada e incluso la candidatura como vicepresidente con Ramón Grau San Martín. Prefiere retirarse a la vida privada; todo menos enfrentarse a Menocal, cuyo duelo despediría poco después con la voz ahogada por la emoción.
Miguel Coyula nació en Regla, el 11 de junio de 1876. Un tío suyo, Pedro, fue íntimo de José Martí, quien lo visitaba en su casa de la calle Santuario de esa localidad habanera. De aquella amistad quedó una anécdota que se recordaba con recurrencia en las sobremesas familiares. Pedro, que figuró en 1879 entre los fundadores del Liceo local, pidió a Martí el discurso de apertura de la nueva institución artística y literaria. El día en cuestión, un fuerte temporal paralizó el cruce de los vapores por la bahía. Al acercarse la hora de comenzar el acto, la junta directiva se reunió para tomar una decisión ante la segura ausencia del orador principal. A la hora en punto llegó Martí, empapado y con el pelo revuelto: había ido a pie desde La Habana, rodeando la bahía, para cumplir su compromiso.
Crecen en Regla los simpatizantes con la independencia. Conspiran en el Liceo y en la barbería de Bonifacio Mojica. En enero de 1895 muere allí la madre del general mambí camagüeyano Bernabé Varona, «Bembeta», fusilado en la contienda del 68. Durante los funerales, un connotado integrista, segundo jefe del batallón de Voluntarios, irrumpe con palabras ofensivas para la fallecida y la causa cubana, lo que provoca la airada respuesta de los patriotas presentes. Coyula, que tiene solo 18 años de edad, condena el incidente desde las páginas de La Protesta, periódico que dirige Manuel Sanguily. Está muy comprometido y el inicio de la guerra organizada por Martí, el 24 de febrero del propio año, lo obliga a salir de Cuba.
Regresará en el segundo de los cinco viajes del legendario vapor Three Friends. Combatirá primero en la infantería del general José Maceo y luego, sucesivamente, bajo las órdenes de los generales Calixto García y Mario García Menocal, que terminaría haciéndolo su ayudante. Entre otros combates, participó Coyula en la sangrienta acción de El Guamo, que reportó grandes pérdidas a los libertadores. Estuvo, junto a Menocal, en la batalla de Lagunas de Ítabo, donde quedó destrozada la columna del general español García Aldave. Participó, bajo el mando de Calixto, en los preparativos del ataque a Las Tunas; por indicaciones de ese glorioso guerrero formó parte de la Columna Volante de Oriente y estuvo en la toma de Bayamo.
Con Menocal partió el 8 de junio de 1896 de Las Palmas, Holguín, para hacer la invasión a Occidente con cerca de 200 compañeros. El cruce de la Trocha de Júcaro a Morón fue una acción impresionante: Menocal la cruzó el día 9 solo con un práctico, y regresó a buscar a su Estado Mayor —Coyula entre ellos— para cruzarla por tercera vez bajo el fuego nutrido de las fuerzas españolas, que acosaron al grupo de manera incesante durante media hora, con el saldo de un muerto y un herido. Posteriormente pasó el comandante Pedro Pablo Interián con la mitad de la tropa, y el comandante Cosme Aballí con la otra mitad. En La Habana fueron recibidos en el campamento de La Jaula por el jefe del Departamento Militar de Occidente, general Mayía Rodríguez. Ya en esta parte de la Isla, participa Coyula en numerosos combates: Sabana de Becerra, Yareyal, Crucero del Macío, Aguacate…
En la manigua, al igual que en la emigración, no abandonó Coyula su quehacer periodístico. Colaboró aquí con frecuencia en El Cubano Libre, que dirigía Mariano Corona, sin relegar por ello sus otras tareas. Es jefe de despacho del Quinto Cuerpo del Ejército Liber-tador, que cubre las divisiones de La Habana y Matanzas. Cuando cesa la guerra, Menocal entra en la capital de la Isla con sus hombres y ocupa el cuartel de Dragones. Con él, por supuesto, está el comandante Mi-guel Coyula. Tiene 22 años de edad y luce un es-pléndido bigote negro en forma de manubrio.
Ya en la República, Coyula, sin romper nunca vínculos con Menocal, se sumerge en la vida política y sigue en el periodismo. En 1905 llega por primera vez a la Cámara de Representantes y en 1917, al acceder a la presidencia de ese cuerpo colegislador, se niega de manera terminante a disponer la cesantía de los empleados que no pertenecieran a su partido, como era habitual en la República. Condena con energía, en 1925, el asesinato del periodista conservador Armando André, el primer crimen político de Machado, y no demora en denunciar a Orestes Ferrara por emplear en la construcción del palacete de San Miguel y Ronda recursos y fuerza de trabajo desviados del Capitolio. A Machado llegará a pedirle la renuncia en una carta pública que inserta en las páginas de Bohemia y que casi les cuesta la vida a su autor y al director de esa revista. Mendieta lo hará miembro del Consejo de Estado, pero renuncia de manera irrevocable cuando expulsan de ese cuerpo al sabio Carlos de la Torre y a otros tres consejeros.
Aspirará al Senado en 1936. No triunfa el Conjunto Nacional Democrático, por el que aspira, en aquellos comicios, pero el rejuego electoral permite a esa organización acceder al Parlamento y asegura un acta a Coyula como senador por la minoría, toda vez que fue el candidato más votado de su partido. Esto ocurría en medio de una fuerte crisis económica nacional, donde su familia, como la de tantos otros cubanos, sufría estrecheces. Fue la única vez que ese hombre titubeó, aunque en privado, sobre sus estrictos principios: reunió a los familiares, les explicó la situación, expuso su posición al respecto —que no podía ser otra que rechazar el escaño para el que no había sido inicialmente electo— y, en consideración a las privaciones que todos soportaban, pidió opinión. Tuvo la satisfacción de recibir un respaldo unánime.
Miguel Coyula falleció en Marianao, el 23 de noviembre de 1948. Lo velaron en el Salón de los Pasos Perdidos, del Capitolio y su entierro fue una manifestación de duelo impresionante.
No tardaron en sobrevenir los homenajes. Se escogió la fecha de su muerte como Día de la Probidad. Se dio su nombre a una avenida y a un parque, donde se emplazó un busto suyo, obra del escultor Santí; ambos, avenida y parque, en la localidad mencionada, cerca de la casa donde murió. Otros bustos se erigieron en el parque situado frente al Ayuntamiento de Regla y en el vestíbulo de la redacción y talleres del periódico El Mundo, en Virtudes esquina a Águila. Un carro-bomba del cuerpo de bomberos recibió asimismo su nombre, así como escuelas y calles de La Habana y Santa Clara, mientras la figura de Coyula se hundía cada vez más en el olvido con el paso del tiempo, el cinismo extendido, la apatía oficial y las dramáticas circunstancias de la vida nacional durante los años 50, seguidos por las profundas convulsiones después del triunfo de la Revolución y los efectos de un reduccionismo dogmático que prácticamente descartó la compleja historia republicana.
Documentos y condecoraciones del patriota se exhiben hoy en el Museo de Regla. Aquel carro de bomberos, que se usó durante la dictadura de Batista para reprimir las manifestaciones estudiantiles en Infanta y San Lázaro, no existe, y la Avenida Coyula pasó a llamarse, en 1957, Avenida 19. Del busto de El Mundo no queda ni memoria; pasó a la historia al igual que ese periódico, convertido en 1969 en taller-escuela de la Facultad de Periodismo y desaparecido poco después. El busto del parque de 30 y 19, robado en 2002, sigue negándose a aparecer. Quedan las escuelas y el busto de Regla, y un servicentro llamado Coyula, en 76 y 19, que recuerda el nombre anterior de la avenida por donde bajaba el tranvía con destino a la playa.
(Con información del arquitecto Mario Coyula)