Lecturas
Con la detención en La Habana, Marianao y Pinar del Río de unas 50 personas, las autoridades cubanas desarticulaban, el 24 de octubre de 1946, el tercero de los complots que debió enfrentar, y sofocó, el presidente Ramón Grau San Martín.
Sus organizadores proyectaban apoderarse en los días subsiguientes del campamento militar de Columbia, luego de pasar a cuchillo a todas sus postas, y también de la sede del regimiento Rius Rivera, en la capital pinareña, donde, procedente de Miami habría desembarcado ya el ex general Manuel Benítez, que se trasladaría a la capital a fin de asumir las riendas del gobierno de la nación.
El plan contemplaba el asesinato de las principales figuras del gobierno grausista y de los líderes más connotados de la Alianza Auténtico-Republicana en el poder, e incluía asimismo lo que los conjurados llamaban «72 horas de libre matanza», encaminada a sacar del juego a todos los que se oponían a la vuelta del pasado batistiano. Los golpistas estaban equipados con armas de fabricación norteamericana tan modernas que no habían llegado todavía a manos del Ejército cubano.
Así como sucedió con El cepillo de dientes y El mulo muerto, las anteriores conspiraciones antigrausistas, el nombre que recibiría esta cerró a cal y canto su entrada en la historia y la redujo a un episodio tragicómico. Alguien, al conocer que todo lo ocupado por la Policía a uno de los principales encartados fue una capa de agua de color negro, bautizó el golpe como La capa negra. Escribía Enrique de la Osa en Bohemia: «Y la nueva y brillante acción militar se venía también al suelo, abrumada por el peso del choteo popular. ¡No era posible tomar el campamento de Columbia sin más armas que una capa de agua...! ¡Ni por negra e impermeable que fuera...!».
Sin embargo, a juicio de Blas Roca, secretario general del Partido Socialista Popular (PSP), la conspiración de La capa negra había representado «un verdadero peligro». Era solo una muestra del quehacer que desplegaban grupos aventureros para echar abajo al gobierno constitucional con el propósito ulterior de desmantelar las conquistas logradas por el pueblo con sangre y sacrificio.
La capa negra es una tentativa que no puede subestimarse, aseveraba el dirigente comunista. Y añadía: “A nosotros nos consta que no era una capa negra el centro de la conspiración, puesto que algunos de nuestros militantes tuvieron la oportunidad de ver, casualmente, algunas armas modernas en manos de algunos conspiradores». Conspiradores que no fueron detenidos, concluía Blas, ni sus armas ocupadas.
No era la primera vez que el Partido Socialista Popular alertaba sobre grupos terroristas que pretendían aprovecharse del descontento popular creciente para crear el estado de ánimo en la opinión pública, la disposición en la ciudadanía y el fondo político imprescindible para perpetrar un golpe de Estado. Proyectaban esos grupos una ola de atentados, cuyas víctimas serían, entre otros, dirigentes del PSP. Escribe el historiador Humberto Vázquez: «En el plan tendente a desestabilizar la situación política y crear el ambiente golpista, participaban activamente los agentes y espías norteamericanos diseminados en la Isla y conocidos como G-Men. Esos individuos concentraban su acción en las Fuerzas Armadas, donde urdían intrigas contra el gobierno y esgrimían el pretexto comunista para instigar las tendencias violentas».
Tiroteo en la CoronelaCiertamente, algo más que una capa de agua ocupaban la Policía y el Ejército en una finca perteneciente a Nena Benítez, hermana del ex general, ubicada en el reparto residencial de La Coronela, en Marianao. Se encontraron allí diez ametralladoras de mano, cuatro rifles, 12 revólveres y pistolas automáticas y otros pertrechos. Militares y agentes policiacos rodearon la finca en cuestión y conminaron a los allí reunidos a rendirse. Lejos de hacerlo, los sitiados respondieron con una cerrada balacera. No demoraron en deponer su actitud y fueron detenidos. Poco después se efectuaban nuevas detenciones en otras zonas de la capital y en Pinar del Río, donde era apresado el periodista Ernesto de la Fe, vinculado a los grupos gangsteriles o «de acción», como se les llamaba en la época a las bandas del gatillo alegre.
Un informe de la jefatura del Ejército reveló que el alto mando castrense conocía de la conspiración, y seguía sus hilos desde un mes antes, cuando un oficial radicado en Pinar del Río hizo saber a sus superiores que elementos cercanos al ex general Benítez le habían invitado a sumarse al movimiento. A la información aportada por el oficial siguieron otras en el mismo sentido. Todos los informantes recibieron la orden de aparentar su acuerdo con la propuesta y fingir que se incorporaban a la conjura con el propósito de conocer su alcance y de qué medios disponía. Decía saber más el Ejército. Desde el 7 u 8 de octubre tenía conocimiento de que la acción militar tendría lugar el 24 o en días posteriores.
Se adjudicó al ex general Benítez la jefatura del movimiento. Lo inculpaban informes de la Inteligencia Militar. La finca de La Coronela era propiedad de una hermana suya y entre los detenidos figuraban muchos de sus amigos personales. Uno de ellos, Rafael Montenegro, conducido a presencia de Grau por el pistolero Orlando León Lemus (El Colorado) aseguró al Presidente que los conspiradores ejecutarían un atentado contra una figura relevante de la oposición a fin de ganarse las simpatías de sus seguidores políticos y luego tomarían Pinar del Río, adonde llegaría Benítez para dirigirse a La Habana y ocupar el campamento de Columbia.
A esas alturas ya Manuel Benítez se había evaporado de La Habana. El mismo día 24, en que fue asaltada la finca de La Coronela, volaba tranquilamente hacia Miami. Desde su residencia en la Florida declaró que nada tenía que ver con el complot. Batista, en su casa de Daytona Beach, negó asimismo su participación en la conjura y advirtió que «las noticias sobre el intento de golpe eran la demostración de la descomposición, la ausencia de orden y la falta de una autoridad responsable prevalecientes en Cuba».
En las esferas gubernamentales hubo opiniones encontradas en cuanto a la conspiración. El capitán Jorge Agostini, jefe del Servicio Secreto del Palacio Presidencial, aseguró que el movimiento abortado carecía de importancia. En cambio, el primer ministro Carlos Prío opinó que el revuelo político de la oposición estaba dirigido «a crear un clima de violencia adecuado para que unos cuantos locos asaltaran el poder y lo entregaran luego a personas de regímenes caducos», es decir, batistianos. Acusó a la prensa de intentar confundir a la opinión pública al hacerle creer que la conspiración no existía e informó que los conjurados fueron detenidos cuando ya estaban organizados en grupos y prestos a utilizar un armamento que todavía no se conocía en Cuba. Fue Prío quien anunció que los golpistas tenían entre sus planes conceder tres días de licencia para matar una vez que se hubieran apoderado del gobierno.
En el proceso de instrucción, Ernesto de la Fe dijo al general Ruperto Cabrera, que lo interrogaba, que le causaba risa escucharle decir que él (De la Fe) aspiraba a la presidencia de la nación, pues jamás había tenido tales pretensiones. De todas formas, De la Fe y sus compañeros fueron llevados ante el Tribunal de Urgencia por atentar contra los poderes del Estado y participar en un complot que provocaría un movimiento insurreccional en el país con miras a derrocar al gobierno. Fue un juicio expedito. El 7 de enero de 1947, el tribunal absolvía a 21 de los encartados y condenaba a los otros 29 a penas de dos o tres años de prisión. Tres años de privación de libertad correspondieron a Ernesto de la Fe.
Mientras tanto, el cubano de a pie, angustiado por realidades tangibles como la carestía de la vida y el desempleo, seguía, entre incrédulo y burlón, el curso de los acontecimientos. Una caricatura aparecida en la revista Bohemia quiso sintetizar lo que esta publicación asumía como un sentimiento generalizado. Se veía en el dibujo a un hombre enmascarado e identificado como Bolsa Negra en el momento en que, a punta de pistola, asaltaba a un campesino. Un cubano asustado conversaba con Grau en un ángulo del dibujo. Le decía: «Doctor, déjese de estar pensando en la capa negra y acabe con la bolsa negra, que es mucho más peligrosa».
Y ellos se juntanDe la Fe recusó al tribunal que lo juzgaría. Uno de sus magistrados era allegado del ex coronel Pedraza, que guardaba prisión desde los días de la conspiración del Cepillo de Dientes. Ese magistrado, dijo, en connivencia con el gobierno, los condenaría a él y a sus compañeros a cambio de la liberación de su pariente. No valió su protesta. El grupo implicado en La capa negra extinguiría su sanción en la Cabaña y se impuso entonces trasladar a Pedraza a una galera interior de la fortaleza para evitar un incidente serio.
Pedraza tuvo que responder por ocho causas que tenía pendientes. No se le quiso ver culpable en ninguna, aunque le sobraban «méritos» para ello, y, cumplida la sanción por El cepillo de dientes, abandonó la Cabaña el 24 de abril del 47. De la Fe salió de prisión antes de previsto y, en 1952, Batista lo premió con el Ministerio de Información. Pedraza, que era un hombre rico —poseía más de cuatro mil cabezas de ganado— se ocupó de sus asuntos particulares hasta que a fines de 1958 su compadre Batista, superadas ya las desavenencias de 1941, cuando Pedraza quiso derrocarlo, lo creyó el hombre indicado para acabar con la insurrección en la región central del país. Con grados de general de brigada volvió a las filas y asumió el cargo de Inspector General del Ejército. Se dio el gusto entonces de abofetear en público al ya general Alberto Ríos Chaviano, al que tachó de cobarde por su fracaso en Las Villas. No hay constancia de que Pedraza llegara a combatir. Ya para esa fecha el Ejército batistiano era incapaz de ganar siquiera una escaramuza contra las heroicas huestes rebeldes.
Ernesto de la Fe fue apresado en La Habana en los primeros días de enero de 1959 y, por su complicidad con la dictadura, un tribunal revolucionario lo condenó a quince años de prisión. Pedraza abandonó el país en el último avión que, ya en la mañana del 1ro. de enero, salió del aeropuerto militar de Columbia.
En Santo Domingo, donde se radicó, asumió la jefatura de la legión con que Rafael Leónidas Trujillo pensaba invadir la Isla y acabar con la Revolución. Reclamó el sátrapa dominicano el concurso de Batista y este se comprometió a financiar un plan para eliminar físicamente a Fidel. Para ello el ex dictador buscó el concurso de Rolando Masferrer, jefe de los tristemente célebres Tigres, a la sazón en Miami, quien le recomendó a dos sujetos de confianza. Arribaron los asesinos clandestinamente a La Habana y contaron ya dentro con la ayuda de la organización contrarrevolucionaria que De la Fe dirigía desde la cárcel. Un agente de la naciente Seguridad del Estado, infiltrado en la organización contrarrevolucionaria, dio cuenta de la llegada de los personajes, si bien no pudo precisar el fin que los animaba. Se dio la orden entonces de detenerlos de manera casual en la calle, proceder a su identificación y trasladarlos al mando policial más cercano. Los dos sujetos respondieron con ráfagas de ametralladoras al requerimiento de la Policía y pudieron salir de La Habana en la lancha que los esperaba en un atracadero a la entrada del río Almendares. De más está decir que se fueron como vinieron, sin cumplir su objetivo.
(Fuentes: Textos de Enrique de la Osa, Eduardo Vázquez y Fabián Escalante)