Lecturas
El actor Gaspar de Santelices era muy temido entre sus compañeros del Circuito CMQ. Tenía fama de brujo. Tomaba inesperadamente del brazo a quien tuviese más cerca y, aun cuando el sujeto se opusiese, le leía la palma de la mano. Acertaba siempre en sus predicciones...
Aquella tarde del 25 de noviembre de 1948, la actriz española María Valero, proclamada por la crítica especializada como la Gran Dama de la Radio de Cuba, conversaba con otros actores en uno de los pasillos de la emisora. Santelices pasó por su lado y le agarró una mano. Le dijo:
—Cuidado, cuidado... Hay un accidente.
La actriz prefirió ignorar el comentario. Sonrió y prosiguió la conversación con sus amigos antes de perderse por los vericuetos del edificio. El tiempo apremiaba y debía prepararse. Esa noche como siempre, a las ocho, salía al aire el capítulo 199 de la novela El derecho de nacer, en la que su personaje, Isabel Cristina, era uno de los puntos clave de la trama.
Desde su papel en El collar de lágrimas, que con sus más de 900 capítulos es la radionovela más larga en toda la historia del género, María Valero se había convertido en la figura femenina más popular de la radio. Su arte y su voz maravillosa eran la admiración de los oyentes que seguían, devotos, sus interpretaciones. Todo aquello, sin embargo, estaba a punto de acabar. Horas después del encuentro con Santelices, el cadáver de la actriz estaba tendido en la funeraria Caballero, de 23 y M, en el Vedado.
Diría el novelista Luis Amado Blanco en su columna del periódico Información:
«Iba a mirar una estrella, una estrella errante, de esas que pasan sin dejar más rastro que su cola de luces esplendentes. Iba a mirar tan solo eso, un rastro de Dios por la alta bóveda. Y se quedó, ya para siempre, mirándola, destrozada por una brutal coincidencia, rota su voz y su mirada, donde dormían tantos lejanos y ajenos infortunios...».
CicatricesHeredera de un apellido ilustre en el teatro español, María de los Dolores Valero Sisteré nació en Madrid, en 1912. Su bisabuelo, el primer actor José Valero, tuvo a su cargo el papel protagónico de la obra Baltasar, drama en versos de la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, cuando se estrenó en el teatro Novedades, de Madrid, el 9 de abril de 1858, puesta que transcurrió con la presencia de la autora y de los Reyes de España.
Otros actores, siempre por la línea paterna, hubo asimismo en su familia, y el ambiente que conoció en su casa moldeó su sensibilidad y determinó su vocación. Tiene solo ocho años de edad cuando se siente atraída por la escena, y 15 cuando hace su debut profesional en el teatro Fontalba. La muerte prematura de su padre, sin embargo, la aleja de la vida artística. María de los Dolores es también enfermera, y en el ejercicio de su profesión, en el Hospital Obrero, de Madrid, la sorprende el estallido de la guerra civil. En esa casa de salud será compañera de la legendaria Tina Modotti, y múltiples referencias a ella se encuentran en Tinísima, obra de Elena Poniatowska, publicada recientemente en Cuba. Al respecto, dirá la actriz, ya en La Habana, en una entrevista que concedió para la serie La mujer opina:
«En efecto, he vivido la guerra de mi país dos años y diez meses por imperativo de mi profesión de enfermera, que entonces se hizo militar. El primer año fui enfermera de la retaguardia. El final de la guerra lo pasé en el frente, con el ejército. De la guerra se sale con rasguños, cicatrices en el cuerpo y algunas en el alma. Pero se saca un espíritu más fuerte y sano. Me enorgullezco de haber sido útil a mi país, y estoy dispuesta a serlo, si el caso llegase a esta querida tierra que considero ya mi segunda patria».
Otra de sus compañeras de hospital es la cubana María Luisa Laffita, que, junto con su esposo Pedro Vizcaíno, vivía exiliada en España luego de la estrecha colaboración de ambos con Antonio Guiteras. María Valero, que guardaba recuerdos muy gratos de una estancia en La Habana en 1932, aprovechaba el tiempo libre para evocar con María Luisa la Isla lejana. Ansiaba volver. Aquí radicaba su tía, la actriz Pilar Bermúdez.
Cuando la guerra finaliza en 1939, la Valero está en el bando de los perdedores. Logra llegar a Francia. De ahí, a La Habana. En el puerto habanero desciende del buque El Flandre cubierta con una gran mantilla negra, y trae, en algún lugar de su equipaje, un cofrecito con un puñado de tierra madrileña que recogió en la premura de la evacuación a fin de que la acompañase para siempre.
Tiene 27 años de edad y no es lo que se dice una mujer bonita. Sí, elegante y muy dulce; con una voz que arroba y una personalidad muy recia. Dice alguien que la conoció entonces: «Lo que le faltaba en belleza física, lo tenía en belleza moral».
El salario mayor de CMQDecía la actriz en la entrevista aludida: «En ese período La Habana era una plaza rica en actrices de gran calidad en la radio y en el teatro, por lo cual no me fue fácil ascender tan rápidamente. Empecé a trabajar en la radio, donde después de muchos tropiezos por el problema del acento, vino el triunfo y con él me entregué por entero a esa modalidad artística».
En verdad, el éxito le llegó más temprano que tarde. Josefa Bracero, historiadora de la radio cubana, no vacila en calificar de vertiginoso su paso por el medio. La contrata de inicio una emisora pequeña, Radiodifusión O’Shea, que transmite desde la azotea del hotel Plaza, y pasa enseguida a formar parte del cotizado cuadro dramático de la firma Sabatés, donde, escribe Bracero, «asida del brazo del galán de moda Ernesto Galindo, formó la pareja romántica que durante años hizo suspirar a jóvenes y mayores». Ellos serán los protagonistas de Doña Bárbara, la novela del venezolano Rómulo Gallegos que, en versión de Caridad Bravo Adams y con la dirección de Luis Manuel Martínez Casado, dos glorias de la radio nacional, comienza a transmitirse todos los días a las 8:30 de la noche en el espacio La novela del aire, de la RHC Cadena Azul.
Para Sabatés trabaja María con carácter de artista exclusiva; solo podía actuar en los programas que patrocinaba esa firma jabonera. Pero CMQ, que ya ha iniciado su guerra a muerte contra la RHC, la quiere en sus predios y le ofrece un salario de 600 pesos mensuales, suma no alcanzada por actriz alguna en Cuba, y totalmente desconocida hasta entonces en el medio radial. María acepta la propuesta y se desbarata así la pareja que formó con Ernesto Galindo. A rey muerto, rey puesto, sin embargo. Otra pareja artística surgirá en CMQ: la de María Valero y el primer actor Carlos Badía. Junto a él actúa en otra novela de Caignet, El precio de una vida. Años después, cuando estaba saliendo ya al aire El derecho de nacer, la RHC Cadena Azul, con tal de recuperarla, le ofreció un salario de mil pesos mensuales, que la actriz lo rechazó.
Uno tras otro va sumando galardones y reconocimientos la carrera de María Valero, tanto en la RHC como en CMQ. En 1942, la Asociación de la Crónica Radial e Impresa (ACRI) comienza a distinguir a los artistas más sobresalientes del país y la selecciona como la Primera Actriz del año. Y desde 1944 hasta 1947 no hay quien le dispute el título, lo que valida su designación como Gran Dama de la Radio en Cuba. Triunfos esos que nunca se le subieron a la cabeza pues, recordaba Sol Pinelli, era «una criatura muy sencilla que en ningún momento se envaneció por la calidad de su trabajo ni por el amor que el público le tenía».
Pero María sigue sintiéndose atraída por el teatro y lo hace siempre que puede. Con la compañía de su compatriota Nicolás Rodríguez, la aplauden en el Principal de la Comedia y también en América y Apolo. Su Doña Inés, en Don Juan Tenorio, de Zorrilla, fue, se dice, insuperable.
VersionesLlegó así la madrugada del 26 de noviembre de 1948. Un cometa era perfectamente visible desde La Habana y su visión se hacía imponente e insuperable si se le observaba desde el Malecón, a las cinco de la mañana. Un grupo de actores, entre los que se encontraban María Valero y Eduardo Egea, quiso vivir la experiencia. Cruzaban la vía cuando ocurrió el accidente terrible.
Y es ahí donde las versiones no coinciden. Orlando Quiroga, en su libro Nada es imposible, ofrece la más conocida y, al parecer, inexacta. Pretende equiparar la muerte de la actriz española con la de Isadora Duncan. Viajaba la bailarina en un automóvil y su bufanda, larguísima, se enredó en los ejes de las ruedas, ocasionándole la muerte.
Escribe Quiroga con relación a la Valero:
«Ella llevaba anudada al cuello una larga chalina que iba flotando en el aire. Cuando atraviesan la calle, pasó un auto por detrás, la chalina se enredó en las ruedas, y María cayó al suelo, golpeándose la cabeza contra el pavimento, lo cual le ocasionó la muerte inmediata».
Josefa Bracero cita el testimonio de la escritora Mirta Muñiz, «testigo excepcional», dice Bracero. «El accidente sucedió cerca de las cinco de la mañana y fue tan rápido que no les dio tiempo a nada. No sé cómo ni por qué María se había adelantado unos pasos sin percatarse de un auto que venía a gran velocidad. Todos quedaron muy afectados, fundamentalmente su primo, el primer actor Eduardo Egea; eran grandes amigos».
El cadáver fue expuesto, como ya se dijo, en la funeraria Caballero, en lo que después sería la Rampa habanera. Allí los fotógrafos captaron la última imagen de María. La mantilla negra que había traído de España le cubría la cabeza y parte del rostro maltratado por el accidente. Tanta era la gente que quería despedirse de su ídolo que para entrar a la casa mortuoria no quedó más remedio que formar una fila que arrancaba en Malecón y subía por 23, y otra desde la calle 27 hasta M. A la hora del entierro, el pueblo a pie la acompañó hasta el cementerio.
Aquella noche no se transmitió el capítulo 200 de El derecho de nacer. La CMQ trasladó a la funeraria sus micrófonos. Enrique Núñez Rodríguez, que empezaba entonces su carrera como autor radial, debió escribir de prisa los textos con que los actores rendirían homenaje a la actriz desaparecida. Y el director Justo Rodríguez Santos recibía la encomienda de entresacar de capítulos ya transmitidos de la radionovela frases en boca de la fallecida a fin de ponerla a dialogar con Minín Bujones, que asumiría el papel de Isabel Cristina. María se despedía en aquella conversación que nunca fue, como si partiera a un lugar remoto. El público se emocionó mucho al escucharla por última vez, con su voz bellísima, yéndose de la novela, de la radio y de la vida.