Látigo y cascabel
¿Quién no ha soñado con ser lo que comúnmente llamamos «artista»? En algún momento todos nos hemos imaginado presentándonos ante un público expectante. Pero no todo es coser y cantar. Pararse con un micrófono delante, ya sea en Radio o Televisión, conlleva responsabilidad, poseer determinadas cualidades, preparación y mucha profesionalidad.
No son pocos los que estiman que la locución está en decadencia, pues Cuba siempre fue paradigma de esa profesión en Latinoamérica. Sin embargo, otros tantos consideran simplemente que «estamos en otro momento».
Recuerdo que durante la realización del primer Encuentro Científico de Locución que se desarrolló en nuestro país hace unos años, la carismática comunicadora Marialina Grau le comentó a esta redactora que algunos de los elementos que afectan esta difícil profesión se conjugan precisamente en la utilización inadecuada de personas que no están formadas, habilitadas o que no poseen las condiciones requeridas.
Si bien es cierto que en nuestros medios se ha hecho común utilizar a populares artistas para presentar, animar o conducir espacios, como atractivo factor que despierte el interés del espectador u oyente, eso no quiere decir que las «notas desafinadas» que en ocasiones percibimos sean absolutamente consecuencia del llamado «intrusismo profesional».
Aunque no son mayoría, los desafortunados ejemplos existen, tanto en la pequeña pantalla como en el éter: «…y ahora escucharemos un tema muy gustado en las voces de Freddy Mercury y “el reconocido cantante Monserrat Caba… Caba… Cabalé”»... «¿Qué me puede decir acerca de la “implementización” de las medidas…?»... «El cierre de la actividad tuvo en su colofón…»... «La “sinapsis” de la obra…».
Hay que insistir en la preparación, en el background del que deben disponer aquellos que se desempeñan como la carta de presentación de un colectivo, en la cultura y en el dominio de la información. Está claro que los guiones pueden contener equivocaciones, pero el profesional de la palabra debe reaccionar con agilidad para evitar el desatino. Y eso solo se logra con la superación.
Existen además, otras cuestiones como la banalidad reflejada en la mala dicción, articulación, lectura de la cadena hablada y pronunciación, así como incapacidad para proyectarse de forma natural, y la imitación de patrones foráneos.
No estamos ajenos a los esfuerzos que se realizan desde diversas instancias como la Cátedra de Locución, cuyo rol fundamental es implementar mejores cursos para perfeccionar la labor de quienes desempeñan estas funciones, y la Sección de locutores de la Uneac, que vela porque la calidad no decaiga.
No obstante, lo cierto es que en ocasiones los deslices van más allá de la aspiración de las «eses». Estoy de acuerdo con que se debe velar por la calidad y fluidez de la expresión oral, y la limpieza en el habla; pero por muy bien que se domine la técnica, si no se tienen los conocimientos, desgraciadamente se irán acuñando frases y erratas en el público.
Los locutores devienen paradigmas no solo del uso del idioma, sino también del sistema de valores. Las personas los imitan, porque ellos tienen la capacidad de llegar, con nuestro beneplácito, hasta la intimidad de los hogares. Por tanto, no se puede descuidar un minuto la importancia de una persona frente a un micrófono y el poder de la palabra.