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Con la gente entretenida por las fiestas de Año Nuevo, los chismes de si el popular programa de Oprah sobreviviría u otras superficialidades, y la terrible noticia del tiroteo en Tucson, Arizona, pocos en Estados Unidos notaron que algo se les colaba por debajo de la mesa: comenzaron las designaciones del nuevo equipo económico de la administración Obama, que fue instalando en posiciones claves a algunos de los responsables de la crisis que todavía causa muchos sufrimientos.
La ciudadanía común, engañada por banqueros y financistas y de lo que tuvo noticia y consecuencias cuando estallaron las burbujas en la época de Bush —las que fueron infladas desde la era Clinton con la desregulación sobre los grandes negocios de la especulación—, tendrá que darse cuenta en algún momento de la nueva burla a la confianza depositada en las urnas, cuando le prometieron cambios.
Solo es cuestión de tiempo, pero ahora, una vez más, los medios le escondieron la bola, o se la endulzaron…
Gene Sperling, como principal consejero económico, y William Daley, como jefe de staff de la Casa Blanca, sientan a Wall Street junto a la silla presidencial y ponen a los magnates a dirigir la nación, como siempre a favor de sus intereses gananciales.
Sperling fue una autoridad en el Departamento del Tesoro durante la administración de Bill Clinton, y puede recordarse que en el año 2008 recibió una compensación por 2,2 millones de dólares solo por sus actividades como consultante cuando los bancos entraron en problemas, y George W. Bush les tendió generosamente la mano para que se recuperaran. Dice un comentario publicado en el sitio web TruthDig.com, que Sperling estaba empleado por Goldman Sachs, que le pagó por sus consejos 887 727 dólares.
Un trabajo publicado en TruthDig.com asegura que Sperling, durante el gobierno de Clinton, fue un «proponente clave de la desregulación de la industria financiera que precipitó la crisis», pero que era todavía más culpable su jefe de entonces, Lawrence Summers, a quien reemplazó ahora en el gobierno de Obama. Puro enroque, habría que pensarse.
Daley, otro de la «América corporativa», que sirvió como secretario de Comercio con Clinton, fue ejecutivo de J.P. Morgan Chase, un gigante de la banca y las finanzas donde ganaba hasta cinco millones de dólares anuales, unas entraditas que redondeaba con otro medio millón como director de contratos de la defensa de la Boeing y también figuraba en la nómina de los Laboratorios Abbott, otro grande, esta vez de la industria de la salud. A todo eso súmele que en los años 90 fue director de la agencia inmobiliaria Fannie Mae y su fuerte conexión con Enron antes de la gran debacle de esa empresa, uno de los primeros escándalos fraudulentos que hicieron estallar las burbujas que trajeron estos lodos.
Pero los nombramientos no quedaron en estos dos, el viernes 21, el Presidente de EE.UU. anunció que designaba a Jeffrey Immelt para dirigir el Consejo Presidencial sobre Trabajo y Competitividad, destinado a reemplazar a la Junta Asesora para la Recuperación Económica, que debía darle respuesta a la recesión.
Evidentemente, la Junta no fue muy exitosa en su tarea, cuando el desempleo en Estados Unidos siguió en aumento y no está muy clara la perspectiva para este 2011, y por eso se le buscó sustituto, pero ¿quién viene a ejecutar la operación? ¿quién es Jeffrey Immelt? Nada menos que el director ejecutivo de la General Electric, una de las compañías gigantes del mundo, y de él se espera que «venda» los innovadores productos estadounidenses en el exterior, llene al mundo de nuevos inventos y de ese «libre mercado» salgan los puestos de trabajo que den remedio a la situación de los norteamericanos desempleados.
«General Electric es mi pasión», declaró Immelt, y no hay que ser muy ducho para saber por dónde irán las cosas. Quizá den el empujón al punto de no retorno.
Y no es el señor Obama el que se mete en la boca de los lobos, simplemente da como bocado al pueblo y a la economía de su nación, cuando esos mismos y otros compinches de los grandes negocios robaron billones de dólares e hicieron que millones de estadounidenses perdieran sus trabajos, mostrando a las claras —como decía el comentario de un ciudadano ante las noticias—, que «todo el sistema es un fraude». Y esta es la única verdad verdadera.