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La historia tiene cola. La pasada semana escribíamos del incremento del suicidio o de los intentos de atentar contra su vida entre los soldados estadounidenses. Es tal la situación que de acuerdo con un informe del Ejército, titulado Promoción de Salud, Reducción de Riesgos, Prevención del Suicidio, están muriendo más tropas por sus propias manos que en combate.
Específicamente en ese cuerpo armado, durante el año 2009, hubo 160 suicidas en servicio activo, 239 si incluyen la reserva, 146 por sobredosis de drogas y conducta de alto riesgo, y 1 713 intentos de suicidio. El reporte también habla del incremento de la violencia doméstica por causa de las drogas.
Las drogas… un asunto peligroso que resurge también en cada contienda bélica de Estados Unidos, tanto las ilegales como las utilizadas como medicamentos. Recordemos que en el caso de los soldados involucrados en asesinatos de afganos por el puro placer de matar, el abogado de Jeremy Morlock, uno de los implicados, aducía en su defensa que su cliente había actuado bajo la influencia de drogas médicas prescriptas para sus heridas en combate, y mencionó medicamentos para el dolor, antidepresivos y pastillas para dormir.
Esas conductas —tanto la del suicidio como las de una alta agresividad contra otras personas, preferentemente las tildadas de enemigos— pueden realmente tener una parte de las causales —no todas, por supuesto— en ese consumo. El estudio mencionado asegura que desde el año 2001, se dispensaron 73 103 prescripciones de Zoloft, 38 199 de Prozac, 17 830 de Paxil y 12 047 de Cymbalta. Todos estos medicamentos antidepresivos tienen una etiqueta que advierte del riesgo de suicidio.
Es como la noria: riesgo por depresión, riesgo por los antidepresivos… y otros. Y ni hablar de los «cocteles» o la «polifarmacia», nombres que se le dan a la combinación de múltiples drogas o medicamentos, un hecho que parece ser común en el tratamiento aplicado a los militares.
Tomemos como ejemplo el caso del sargento Robert Nichols, quien murió en el año 2008 en Fort Sam Houston, Texas, luego de haber estado sirviendo en el sur de Bagdad, y ahora la División de Investigación Criminal habla de que no hubo suicidio, sino un «accidente», porque el historial médico muestra que tomaba un cóctel de 11 drogas que incluían antidepresivos y antipsicóticos como Percocet, Valium, Celexa, Seroquel y Depakote, entre otros.
Otro estudio del Army publicado durante el verano dice que el 17 por ciento de todos los soldados en servicio activo toman algún tipo de opiáceo, y en el caso de Fort Bragg, una de las sedes principales de las tropas que van a Iraq y Afganistán, el 36 por ciento tuvieron esa prescripción en el año pasado, y esto no incluye las recetas mientras están en sus emplazamientos guerreros.
A tal situación no están ajenos los civiles, por supuesto. Los estadounidenses parecen ser adictos al recetario para tratar de aliviar así los males de una sociedad imperial en decadencia. ¿Será muy exagerado calificarla así?
Pero desde 1999 esa población ha duplicado el uso de los antidepresivos, así que ahora el 10 por ciento, o lo que es lo mismo 27 millones de personas, los consumen, y el índice de suicidios subió de cinco por ciento en 1999 al 16 por ciento una década después.
Y aquí una parte interesante del tema. Sobre esta verdad que preocupa: las sobredosis de medicamentos que alteran la mente, los mandos militares están edificando su propia defensa de la guerra y sus consecuencias. Si los civiles se suicidan por los antidepresivos, quiere decir que esa es la «única» causante de igual conducta autoagresiva entre los soldados.
Supongo que se dirán entonces para aliviar su conciencia: ‘sigamos con las guerras, ellas no producen heridas ni grandes cicatrices mentales’. Una vez más, aprietan el gatillo.