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Si usted no tiene casa, cómo va a pagar renta. Sería una incongruencia, un hecho insólito, pero ya está ocurriendo...
Paul Nawrocki, desempleado desde febrero y también sin techo, es orientado por Wayne, un homeless crónico. Foto: AP La administración de la que se declara ciudad por excelencia y centro del mundo, ha comenzado «muy calladamente», decía The New York Times, a cobrarle renta a las familias homeless (sin casa) que trabajan, pero viven en albergues públicos.
A cargo del alcalde Michael Bloomberg —por cierto, 17 en la lista de los billonarios del mundo de la revista Forbes y cuyo hogar es una «modesta» casa de cinco pisos y cinco millones de dólares en el 17 East de la calle 79 entre la Avenida Madison y la 5ta. Avenida, en Manhattan, y tiene también casas en Gran Bretaña y en la isla Bermuda—, Nueva York afinca esa pretensión de quitarles una porción de sus magros salarios a estos sin techo en una ley del estado que data de 1997.
Aunque la legislación no había sido puesta en práctica, ahora los operadores de refugios presionan a sus «inquilinos» forzosos para que paguen «hasta el 50 por ciento» del ingreso familiar.
El diario neoyorquino no se limita a dar a conocer la noticia, pone claros ejemplos de lo que sin dudas es un latrocinio de marca mayor y una acción totalmente inhumana —les aclaro que el periódico no usa estos términos, por supuesto— y aquí les va un caso...
Vanesa Dacosta, cajera en la pizzería Sbarro —donde una simple cuña de napolitana cuesta aproximadamente cinco dólares—, vive desde marzo con su bebé de dos años en un albergue en Hell’s Kitchen, y acaba de recibir por debajo de la puerta de su cuarto la notificación de que tiene que pagar 336 dólares al Clinton Family Inn. Vanesa gana aproximadamente 800 dólares mensuales y la mitad de ellos los utiliza para cubrir los cien semanales que le cuesta el cuidado de su niño. ¿De qué va a vivir a partir de ahora?
«No es justo», se queja la atribulada mujer que intentaba ahorrar para tratar de salirse del refugio porque «yo no quiero estar aquí por siempre».
Como van las cosas, casi va a cumplir ese deseo, pero no porque mejore su situación, si no porque puede que se vea de patitas en la calle. Vanesa Dacosta es apenas una de las 2 000 familias que están siendo notificadas, casi un cuarto de los 9 000 núcleos trabajadores albergados, y que ya pueden leer los volantes de aviso: «El fallo en hacer las contribuciones requeridas puede resultar en la pérdida para su familia de la vivienda temporal»...
Para colmo, el «hasta el 50 por ciento» del salario es pura habladuría. A Martha González, vecina junto a su hijo de 19 años en un refugio de Fort Greene, Brooklyn, y que cobra un salario de 1 700 dólares mensuales como guardia de seguridad en el medio de Manhattan, recibió un aviso escalofriante: debe pagar mil 99 dólares de renta. Como es de suponer ya está dispuesta a demandar en corte. ¿Y quién sabe cuánto le costará y si al final gana el proceso?
Las autoridades de la Gran Manzana alegan que una auditoría del estado los obligó a pagar 2,4 millones de dólares por ayuda en la vivienda y ese monto debía ser cubierto por las familias sin casa que tienen ingresos.
El periódico —que por cierto está a su vez en crisis económica y anda cesanteando a periodistas y empleados de algunos de sus medios— apunta que la situación de Nueva York es «inusual», y da la correspondiente explicación: es el estado con mayor número de familias trabajadoras homeless y también donde el costo de la vivienda es el más alto de todo el país.
Paradoja de la inequidad en esa urbe que en esta situación se muestra tan fría como parece: los dos nuevos estadios de béisbol de Nueva York, uno para los Yankees y el otro para los Mets costaron 1 300 millones de dólares, y una entrada para un juego de pelota puede valer más de 2 000 dólares.
Pero si en el cotejo del problema, es posible que Nueva York se esté llevando el palmarés de una injusticia inconcebible, lamentablemente no se queda sola.
En Estados Unidos ya los homeless se clasifican en dos categorías: los crónicos y los económicos. Los primeros son por lo general personas solas, enfermas mentales, alcoholizadas o drogadictas. Los otros están en desgracia por la crisis actual: perdieron el empleo, o la vivienda al reventar la burbuja hipotecaria, o ambas cosas.
Las «ciudades» de tiendas de campaña y el uso de los albergues se extiende desde California hasta Massachussets, debido a «los nuevos homeless», decía recientemente el periódico USA Today. La situación económica podría llevar el número de estos desdichados, en los próximos dos años, a millón y medio más de personas, porque decenas de miles han perdido el hogar, agregaba la organización National Alliance to End Homelessness.
Alguien podría argumentar que el gobierno federal ha destinado 1 500 millones de dólares para prevenir los sin techos, ayudar a la gente a pagar su renta y sus cuentas de luz, gas y calefacción, pero asegura la organización que eso «no será suficiente». Si no está de acuerdo con ese criterio, pregúntenselo a Vanesa y a Martha en Nueva York...