Acuse de recibo
El pasado 28 de julio, Niurka de Orta González, residente en la calle Parque No. 424, entre Florencia y Magnolia, en el municipio habanero de Cerro, refería aquí su desacuerdo con los métodos presenciales para ciertos servicios, en medio de una pandemia tan agresiva, que merece el mayor aislamiento posible.
Contaba que había ido al Cementerio de Colón, en la capital, a tramitar un turno para exhumar los restos de su padre, fallecido hacía dos años. ¿Y qué se encontró?
«Tengo que ir 15 días antes para rectificar, manifestaba. He aquí el problema. ¿Por qué esa rectificación no puede ser por teléfono, con el peligro de la pandemia y siendo más restringido el movimiento de personas y transporte en la capital?», concluía con mucha lógica la remitente.
Y por esa sana persistencia que tienen los lectores de esta columna Niurka de Orta vuelve ahora a escribirme para confirmar que, finalmente, logró conseguir el teléfono de esa necrópolis y pudo rectificar el turno por esa vía, sin tener que trasladarse hasta allí. Batalla ganada.
Pero cuando fue finalmente a la exhumación de los restos de su padre para luego incinerarlos, añade, pensó que era algo bastante expedito, para facilitarle a la persona el procedimiento de algo que, de por sí, es muy duro sentimentalmente para el familiar.
«Pues no, advierte. Del panteón hay que ir al incinerador, al fondo del cementerio. Ahí le dan un papel y tiene usted que presentarse en la oficina de la entrada, por Zapata, para pagar el servicio. Y entonces regresar con el documento acuñado, para que incineren los restos del difunto. El que ha visitado el Cementerio de Colón sabe de las distancias que hablo.
«¿Por qué la persona que recepciona el documento del fallecido no puede cobrar, y así evitar que el doliente, generalmente una persona de avanzada edad, camine tanto? Seguimos sin buscarle mecanismos menos desgastantes al ciudadano», concluye Niurka, esperanzada en que la dirección de ese camposanto sea receptiva a las sugerencias que mejoren y simplifiquen los trámites a la población.
A las observaciones de Niurka, este redactor añadiría que en la sociedad cubana debía hacerse un levantamiento general de cómo están diseñados los servicios al ciudadano en diferentes sectores. De seguro arrojaría tal investigación en qué manera se entorpece su agilidad, porque el estilo preponderante es supeditar al cliente a las reglas de juego del que ofrece el servicio, incluso a su comodidad, y no lo que debería ser: a viceversa. Servicio viene de servir.
Con esta larga pandemia de COVID-19, y el creciente proceso de informatización de la sociedad cubana, se ha producido un fenómeno elocuente: la mayoría de las cartas a esta sección llegan ahora por la vía del correo electrónico.
Pero quizá en el desespero por enviar sus mensajes, hay aún remitentes que olvidan dos requisitos fundamentales: estampar su nombre y apellidos y su dirección particular. Y si tiene un teléfono, mucho mejor, por si hay que esclarecer alguna duda de la carta.
Aun así, las cartas manuscritas que llegan por vía postal o que se entregan directamente en la redacción de Juventud Rebelde, no pocas veces están escritas con caligrafía casi que ilegible.
Amigo lector, si usted no tiene una letra clara, y tampoco puede imprimir su carta en una impresora, por favor, busque a alguien que pueda pasarle en limpio su carta, de manera que el mensaje llegue diáfanamente. Porque tampoco somos peritos calígrafos.
Lo otro, aplicable para todas las cartas, vía e-mail o manuscritas, es que debe contarse el asunto con transparencia, claridad y precisión, sin vaguedades que den margen a interpretaciones erróneas o confusiones.
De más está aclarar que la veracidad más que las suposiciones es lo que debe presidir cada línea de sus cartas. Que después lo dicho pueda demostrarse fehacientemente. Pero no es fortuito recordarlo, para quienes se asoman por primera vez a esta columna del pueblo.