Acuse de recibo
Cuando el sistema de salud cubano enfrenta heroicamente la pandemia de la COVID-19, duele sobremanera por contraste el relato del doctor Antonino Gómez Cantillo, residente en Antonio Rubio No. 237 ,entre Avellaneda y Coronel Pozo, bloque 2, apto. 4., en la ciudad de Pinar del Río.
Cuenta que se dirigió al policlínico Raúl Sánchez de esa ciudad con su padre, que presentaba fiebre. Y le llamaron la atención «la desorganización existente y lo que considero son demoras injustificadas».
Lo primero fue una cola para hacer la encuesta epidemiológica. Allí nadie controlaba la entrada a la única sala de espera en uso, con el lógico desorden: los que trataban de colarse y los que molestos con razón intentaban hacer valer sus derechos se amontonaban, resultado, aglomeración de personas. Nadie para organizar la entrada de los limitados físico-motores como su padre, las embarazadas y los niños. Personas entrando a las consultas a hacerle preguntas a los médicos y demorando más su trabajo.
Había otro local habilitado como sala de espera, con capacidad para ocho personas con adecuado distanciamiento, sin utilizar, mientras afuera una larga cola esperaba de pie.
Después de ese primer trago amargo, otra cola inmensa para tomar la prueba del PCR, extremadamente lenta, pues, entre otras cosas, al tomar la muestra de exudado le vuelven a preguntar al paciente todo de nuevo, con excepción de los contactos.
«¿No se pudiera preguntar todo de una vez y ya, para evitar una de las colas y agilizar? El desorden era tal, que se paró una trabajadora y dijo: Que vengan siete. Y allá fue el molote en total desorden. Ya dentro, después de tomada la muestra de PCR, mi padre estuvo una hora hacinado junto a otras personas en un espacio de 1,5 metros por 4, esperando por la valoración de la única doctora presente, sin que la cola se moviera, al parecer por varias remisiones que la doctora tenía que hacer.
«En ese tiempo las personas alrededor tosían. Ya era el mediodía y aquello no tenía para cuando acabar. Algunos se bajaban los nasobucos y comían. Otras personas ajenas al lugar entraban y salían con total libertad. Otros al parecer eran trabajadores del policlínico.
«Hastiado de tanto desorden y temeroso de que mi padre, de no ser COVID positivo, se contagiara, me lo llevé de allí, pues por fortuna soy médico.
«En total aquella odisea duró cuatro horas, y eso que logré que mi padre fuera priorizado como limitado físico-motor. Había personas que llevaban más de seis horas, y muchos probablemente en ocho horas no lograran completar todo el procedimiento. En fin, mucha desorganización y maltrato al pueblo, desde mi punto de vista» comenta.
Jorge Reyes Ochoa (Libertad No. 23, Marcané, Cueto, provincia de Holguín) cuenta que su esposa está ingresada en el hospital de Mayarí a término para dar a luz. Y en el cubículo contiguo a ellas, las embarazadas, están ingresando a pacientes sospechosos de COVID-19.
«Ya una de las embarazadas dio positivo, precisa. Si el doctor Durán insiste tanto en el cuidado a las embarazadas, si recalca en tantas ocasiones sobre lo vulnerables que son, ¿por qué en ese centro no se toman todas las precauciones? ¿De qué nos sirve a nosotros cuidarlas a toda costa para que se infecten en un hospital?
«Mi esposa es embarazada de riesgo por la edad, aparte de que tiene hernia y várices. Y al preguntarle a una ginecóloga si ella era parto normal o cesárea, la doctora le respondió que ella lo que tenía que haber hecho era no salir embarazada. Esa no es respuesta por parte de una profesional de la Salud.
«Nuestros galenos han enfrentado esta pandemia de forma heroica, y siempre con el mismo cariño y respeto por sus pacientes», comenta Jorge, pero le duele que unos pocos actúen así. «Vivimos tiempos difíciles, de mucho estrés, pero eso no justifica», concluye.