Acuse de recibo
No acaban de dar el salto a la decencia y la calidad los «Conejitos» de la Autopista Nacional, como si estuvieran predestinados a ser desaliñados referentes en el largo y tortuoso camino de los servicios gastronómicos.
Magdiel Pérez Labrada (Calle 5ta. No. 5005 altos, entre D y E, San Miguel del Padrón, La Habana) viaja a menudo por el país, por motivos de trabajo, y como cualquier pasajero recala en los «impopularmente» llamados Conejitos de Nueva Paz y de Aguada de Pasajeros, en la Autopista Nacional. Su diagnóstico de cliente es: en estado de extrema gravedad.
«En ambas unidades —afirma— hay deplorable falta de higiene: moscas, perros, gatos y cucarachas, por solo mencionar algunas de las especies animales que por allí es muy fácil encontrar. Inadecuado manejo de los alimentos, por la falta de utensilios o por descuido de los empleados. Cuestionable es también la calidad en la elaboración de los productos, muchos de los cuales están expuestos en bandejas sin la debida protección. A ello únase la consabida falta de variedad en la propuesta y la recurrente frase de: “El refresco está caliente… y solo hay de Cola”».
Pareciera que no tienen la debida atención de las entidades de Comercio y Gastronomía de sus respectivas provincias, concluye Magdiel. Y añade «un nuevo e insultante detallito» en el de Aguada de Pasajeros: un solo baño unisex, porque el de las mujeres está roto.
Cuenta el viajero que, luego de una prolongada cola de ambos géneros, cuando logras entrar, en el centro una soga con sacos de yute marca la pared imaginaria entre «damas» y «caballeros». Los dos o tres primeros servicios son para ellas, quienes deberán hacer sus necesidades a expensas de las probables o sutiles miradas indiscretas de ellos, quienes han de cruzar la promiscua línea divisoria para utilizar entonces los restantes servicios más los urinarios situados al fondo. «Sencillamente una escena que dibuja lo insólito, ataca a la decencia y hace una oda a la lejana época de las cavernas», así lo define.
La ironía del pasmoso muestrario es que son baños arrendados a particulares, en un lugar donde entran urgidas cientos y cientos de personas, y han de abonar un peso en moneda nacional, por aquel recalo a la indecencia y el impudor.
Según señala Pérez Labrada, los viajeros resultan así maltratados, mientras los choferes de los Ómnibus Nacionales tienen establecido que no pueden detener los vehículos en otros lugares (dígase paladares y cafeterías particulares), porque no todos tienen la posibilidad de pagar estos servicios; pero no existe «la oportunidad de saciar la sed, el hambre o la más elemental de las necesidades fisiológicas en los establecimientos ya mencionados», enfatiza.
Roberto Avelino Rodríguez (Águila 161, entre Bernal y Trocadero, Centro Habana, La Habana) escribe en nombre de tantos ancianos, impedidos físicos, mujeres con niños y personas en general que no encuentran protección en las paradas de ómnibus de la capital.
Refiere el remitente que las llamadas «paradas», en su gran mayoría, no ofrecen a quienes aguardan techo ni bancos, paredes o luz en las noches, y las personas soportan las inclemencias de nuestro sol, las lluvias y vientos.
«Son “un lugar ahí”, donde “más allá o más acá” paran los ómnibus de las rutas urbanas. Puede ser en una acera frente a una casa cualquiera, un árbol, un portal o “un nada”, a cielo abierto. O sea, “a pleno sol” (como la película), “bajo las estrellas” (al estilo Tropicana), o “cantando (más bien sufriendo) bajo la lluvia” (como otro filme).
«Si un funcionario de esa empresa se asomara al Parque de la Fraternidad, por ejemplo, vería cómo allí no hay nada de esto. Tome un P5 o un P9 también como botón de muestra: desde inicio a fin, cuente las paradas que solo tienen eso: el nombre», concluye Roberto.
Y este redactor agrega que, ahora que nos preparamos para celebrar los cinco siglos de esta bendita ciudad, bien podría al menos rescatarse parte de nuestras desnudas y caprichosas paradas con lo mínimo para guarecerse… y sentarse, en una ciudad con tantos ancianos.