Acuse de recibo
La historia de la granmense Arianna Margarita Castillo Jardín (Plácido 466, entre B y C, Rpto. San Nicolás, Manzanillo) deja un sabor amargo al leerla, máxime cuando uno sabe que no se aviene con las prácticas que durante décadas ha defendido el sistema de salud cubano.
«Tengo un hermano alcohólico que hace como 15 días estuvo ingresado en el Hospital Siquiátrico de Manzanillo y le dieron el alta a los tres días de estar ahí. Le dijeron que era por 72 horas el ingreso y que no había cama...», evoca Arianna. Esta situación, añade, provocó que no pudiera acceder a un nuevo tratamiento que hay para los alcohólicos, pues este es por tres meses, y hay otras personas esperando también por cama.
Además —señala la remitente— le dieron el alta solo, lo cual es una incongruencia, porque para ingresarlo tiene que ir con una persona que se haga responsable —de lo contrario no lo admiten— y para darle el alta debería estar también con alguien responsable.
A los pocos días, el adicto cayó nuevamente en el alcohol. «El 6 de marzo, entre las 8:00 p.m. y las 9:00 p.m. nuestro padre lo acompañó al Siquiátrico para ingresarlo de nuevo de forma voluntaria y la doctora que se encontraba de guardia le dijo que no había cama (…) que llamara por teléfono para cuando hubiese cama ingresarlo y mandó a mi papá con la indicación para el hospital Celia Sánchez, que se encuentra al frente, para que le pusieran un suero para desintoxicarlo».
Así lo hicieron. El padre entregó la indicación al clínico de guardia y este le respondió que no la entendía, y que para él no tenía nada. «Mi papá le dijo varias cosas y se quejó con el jefe de la guardia, que se encontraba ahí, y vio todo y no dijo nada ni trató de hacer nada», se duele la remitente.
¿Puede, en cualquier sitio de Cuba, zanjarse una necesidad médica con el simple: «no hay cama, llame después»? ¿Pueden y deben —si en verdad lo hicieron— un clínico y un jefe de guardia actuar de esa forma? Esperemos que, como siempre, el Minsap esclarezca con investigaciones y argumentos.
Debía ser una agradable celebración. Henny Elejardo Betancourt (Avenida 60, No. 2301, e/ 23 y 25, Cienfuegos) había planeado festejar el cumpleaños de su esposa con una reservación para comer en la pizzería Giuventud, de su ciudad, pero pronto se le enturbió la salida. «Fui muy mal recibido por la sencilla razón de que como prenda de vestir llevaba una pesquera que sobrepasaba mis rodillas», cuenta el cienfueguero.
«La dependienta y la administradora me informan que así no podía entrar. Yo amablemente converso con ellas y les explico que en otras ocasiones había disfrutado en ese lugar de la comida y que (…) vestía de la misma manera. Puedo afirmar que fui agredido por las dos», añade el remitente.
Le sugirieron entonces que comiera en la parrillada, o sea, fuera del restaurante. Él se negó, pues tenía su reservación y no eran esos los planes familiares.
«Frente a mí estaba sentado un turista con un short mucho más corto que el mío; reitero: el mío estaba por debajo de las rodillas. Entonces, ese señor, porque iba a pagar quizá en divisa y hasta dejar una propina podía estar allí y yo, (…) un simple trabajador que lo único que quería era comer con mi familia y celebrar un cumpleaños, no podía sentarme en una mesa de un restaurante de mi ciudad…», cuestiona el lector.