Acuse de recibo
Era sábado, 3 de febrero de 2018. Cargaba un dolor muy fuerte que le recorría desde el glúteo derecho, bajando por toda la pierna, hasta el pie. Casi no podía caminar. Aun así, el capitalino Eduardo Arias Fernández (Zapata No. 1412 altos, entre B y C, Vedado, Plaza de la Revolución) se dirigió hasta el Hospital Ortopédico Fructuoso Rodríguez, cercano a su dirección particular.
El especialista que lo atendió le diagnosticó ciatalgia y le orientó que se inyectara el Truabin en días alternos. Sin embargo… «cuando fui a la farmacia de 29 esquina a F, frente al Instituto Nacional de Oncología, las empleadas me dijeron que ese medicamento estaba en falta, pero que ellas tenían en existencia las vitaminas que lleva el Truabin, por separado, pero con esa receta (…) no me las podían despachar», narra el remitente.
Debía entonces volver con el galeno, y que le suministrara las prescripciones para cada sustancia del compuesto. Incluso para facilitar el proceso, la empleada de la farmacia le escribió al dorso de la receta de Truabin el nombre de los productos requeridos.
«Con el dolor que tenía por la ciatalgia, tuve que volver a subir la loma donde está situado el hospital (Fructuoso Rodríguez) y hablé con el médico, pero se negó y me dijo que no podía hacerme tantas recetas, que buscara el Truabin en todas las farmacias», evoca el lector.
Desde un teléfono público llamó entonces Eduardo a otra farmacia capitalina, ubicada en la calle C del propio Vedado, y le confirmaron que estaba en falta el fármaco. De vuelta al establecimiento de F y 29, le contó el atribulado paciente a las empleadas la respuesta del ortopédico y «una compañera que estaba entre el público se brindó para hablar con el médico, pues ella trabaja allí».
«Volví a subir la loma con la compañera (…). Ella sola entró a la consulta y el médico le dio dos recetas con la vitamina B-12 y otra con la B-1. Me faltaba la Vitamina B-6», relata el doliente.
Por tercera ocasión en la farmacia de 29, las empleadas le explicaron nuevamente que el medicamento así quedaba incompleto. Él, ya sobrecargado, decidió no comprarlo.
¿Por qué se generó un maltrato de algo que se pudo resolver sencillamente? ¿Cuánto es «tantas recetas»? ¿Acaso no se deben dar las necesarias y suficientes? ¿Ya no sufren bastante, a veces, los pacientes con las búsquedas de fármacos que están en ausencia como para complejizar aun más el proceso?
Eduardo conserva los datos del galeno, que nosotros omitimos. Más allá de la historia puntual, sería bueno, como suele hacer el Minsap, que se esclareciera en torno a este tema.
Su misiva es breve, pero muy intensa. La camagüeyana Daimy Raquel de la Torre Calistre (calle Principal, No. 92, entre Carretera Central y 2da., Florida, Camagüey) está lanzando al aire un S.O.S., pues la situación de vivienda que presentan ella y los suyos así lo demanda.
«Sucede que desde que pasó el ciclón Irma nuestra casa se encuentra afectada; nos hemos dirigido al puesto de mando de la zona, donde nos tratan en mala forma y quieren obligar a mi mamá a pagar un crédito bancario, que no puede pagar, pues es impedida física y jubilada. (…) En la casa convivimos cuatro personas: mi madre, mi padrastro, de 90 años; mi abuela, que está esperando un subsidio, pues el ciclón le tumbó la casa; y yo, que estoy embarazada. Les pido encarecidamente que atiendan mi caso, pues doy a luz en mayo y en la casa no hay condiciones para tener un bebé». Cuenta Daimy que se han dirigido además a otras autoridades del municipio y nada se ha resuelto.
Cualquier cubano sabe que son muchas las demandas de este carácter, y muchos los afectados, pero entre tantas urgencias un núcleo familiar como este quizá deba ser valorado con mayor profundidad.