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Autorizan... y luego prohíben

Vidal Martínez Labrada (edificio 8, apto.1, reparto Pastorita, Santiago de Cuba) cuenta que desde inicios de 2015 un grupo de vecinos de ese reparto iniciaron las gestiones para la construcción por medios propios de un garaje colectivo.

Tras recibir la asignación del terreno y las autorizaciones necesarias por la Dirección Municipal de Planificación Física y el Consejo de la Administración Municipal, con la licencia constructiva, arrancó la obra a principios de junio. Y a inicios de julio, Planificación Física provincial indicó detener la obra, por lo cual hicieron su reclamación en el plazo establecido.  Casi dos meses después, les enviaron una resolución de dicho organismo que les informaba que la obra no podía continuar. Y debían demolerla.

Los vecinos reclamaron al Instituto Nacional de Planificación Física. Y hasta el 17 de diciembre, cuando Vidal me escribió, no les había llegado respuesta alguna.

«¿Cómo es posible —pregunta— que si actuamos con estricto apego a la Ley, con toda la documentación en regla y el apoyo de la mayoría de la comunidad, debamos sufrir cuantiosas pérdidas ocasionadas por una arbitrariedad de Planificación Física? ¿Se tienen en cuenta los gastos que implica una obra como esta, cuando el financiamiento está a cargo de trabajadores y padres de familia que habitan en edificios? ¿Debemos además asumir los gastos de la demolición?», concluye.

Y adiciono: ¿Por qué si los vecinos actuaron acorde a lo establecido, y se les dio luz verde por Planificación Física municipal, después se esperó a que ya estuviera levantándose, con el consiguiente gasto material y financiero, para entonces prohibirla y ordenar demolerla?

Agua que se bota…

Iliana Torres Serrano cuenta que su mamá, Ana Rosa Serrano Núñez, con dirección en Panchito Gómez No. 277, apartamento 7, en el municipio capitalino del Cerro, lleva tiempo sufriendo, como si fuera un castigo, su vecindad con unas dependencias de Ferrocarriles de Cuba.

Refiere la hija que la anciana de 82 años, con múltiples padecimientos, no puede abrir la ventana de su cuarto, a pesar de que el edificio de viviendas es anterior a la ubicación de esa entidad, porque esta tiene en la azotea un tanque de agua roto, que se bota dos y tres veces al día, cada vez que encienden la bomba.

«No entiendo que esto esté sucediendo, afirma, sin importarle a nadie, y con la escasez de agua que hay en La Habana», refiere.

Iliana se dirigió a la Delegada de la circunscripción, que labora en esa propia entidad. Lo planteó en la asamblea de rendición de cuenta el 18 de noviembre pasado. Y nada se ha resuelto. Hay tremenda «mosquitera dentro de la casa de Ana Rosa. Y uno de los tanques de la azotea de Ferrocarriles permanece medio abierto», denuncia la remitente.

«Hoy, a las 7:20 a.m., manifiesta, el agua que se botó daba para abastecer a La Habana Vieja».

Afirma Iliana que, según le dijo la Delegada, esas oficinas se mudan en el presente mes de enero para el Ministerio de Transporte. ¿Y quién vendrá? ¿Antes de irse, al menos resolverán el problema? ¿Todo se va a quedar así?

Estas preguntas gravitan sobre Iliana y su mamá, como el agua que les cae impunemente.

Ojalá antes de mudarse, Ferrocarriles de Cuba salde su deuda con la vecina y con los ciudadanos que sufren escasez de agua.

Al final, quiero agradecer las muestras de felicitaciones y reconocimiento que recibí en los finales de 2015 por mis fieles lectores, a quienes les deseo un año de mucha salud y entereza para seguir batallando por el bien, la verdad y la justicia.

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