Acuse de recibo
Carlos Rafael Lovelle Grave de Peralta, abuelo que, como todos los abuelos, ve por los ojos y el bienestar de sus retoños, nos escribe desde Calle D, No. 109, Palmarito de Cauto, Mella, Santiago de Cuba.
Resulta que su nieto Ricardo Rafael Martínez Lovelle nació hace tres años con un padecimiento ortopédico llamado pie equino, en ambas extremidades inferiores. A los 11 meses de nacido fue operado quirúrgicamente y, tras esta intervención, debía seguir el tratamiento complementario mediante el uso de botas con calipe centro de pie equino, narra el abuelo.
«Aquí comienza la odisea, refiere el santiaguero, pues cuando nos dirigimos al taller de Santiago de Cuba donde debe realizarse el trabajo nos comunicaron que no había materia prima, que nos mantuviéramos en contacto telefónico, pues vivimos en el municipio de Mella, distante de dicho taller».
A los tres meses, consiguieron las botas de marras, que se rompieron enseguida debido a la calidad del material y la condicionante de tener que usar un solo par para todas las actividades del niño, evoca.
Para que el pequeño volviera a caminar con los soportes adecuados, la familia tuvo que «comprarle otro par de botas en la calle, a un precio de 400 pesos. Nuevamente se le colocaron los hierros y tampoco duraron. Se rompieron enseguida. Al escuchar a los padres desesperados por la salud de su niño, un técnico particular se ofreció a realizar el trabajo por un precio de 500 pesos y sin la calidad requerida», relata el abuelo.
Y añade que en julio de este año Ricardo Rafael fue sometido a una segunda operación.
«El yeso se le retiró desde el 20 de septiembre; al acudir al taller comienza todo nuevamente: inicia una larga cola, cuando haya materia prima recibes los zapatos y luego, lo de nunca acabar... Esta ayuda que solicito no es un capricho, pues los médicos expresaron que las botas eran las que garantizaban el éxito de la operación. Y me pregunto: ¿unas botas de cuero son más caras que una operación quirúrgica? (…) Pienso que esto no es tan difícil, pues esta pieza (el soporte metálico), se hace con calamina, que no es un material caro ni escaso», razona el veterano.
La calidad del entorno urbano no ha de ser una nebulosa que termine perteneciendo a nadie. Al menos así lo asume el capitalino Guillermo Aloma Romero (Calle Rabí No. 305, entre San Leonardo y Enamorados, Santos Suárez, 10 de Octubre).
Narra el lector que un fragmento de acera correspondiente a la esquina de Rabí y San Leonardo, construida hace más de 60 años, ha quedado totalmente destruida tras la recogida de basura efectuada por un cargador frontal.
Pero esto no es lo peor… Sostiene el remitente que «como esta afectación podemos encontrar en muchos otros lugares del barrio sin que se realice o se perciba alguna acción para detener este tipo de destrucción». ¿Adónde iremos así? ¿Acaso no es un contrasentido enorme que por recoger basura, o sea, por limpiar y embellecer el entorno, terminemos destruyéndolo? ¿Quién responde por la chapucería?