Acuse de recibo
Desde Coronel Pozo No. 12, entre Alameda y Antonio Rubio, en la ciudad de Pinar del Río, el lector Manuel Álvarez Álvarez se rebela contra esa concepción, bastante arraigada en algunos sitios, de percibir a los jubilados como si fueran medios básicos que, cuando dejan de ser útiles, se les da baja en los inventarios.
«Dicha actuación —señala— está muy lejos de las enseñanzas y orientaciones del Comandante en Jefe Fidel Castro, quien ha demostrado y dejado bien claro que una política económica y social acertada debe tener como centro y preocupación al ser humano».
Ahora que Cuba se prepara para su congreso obrero, vale el alerta de Manuel, en cuanto a que los jubilados merecen, por muchas razones morales e históricas, ser atendidos en los centros de trabajo donde culminaron una vida laboral. Y, sobre todo, que se tenga en cuenta ese tesoro de experiencia y sabiduría que han acumulado. Que se les haga sentir que cuentan y son útiles.
Este empeño, según el remitente, debieran encabezarlo todas las secciones sindicales, porque, lamentablemente, hay muchos olvidos y apatías hacia esos que lo dieron todo, y un buen día son apenas una raya roja en la nómina de pagos del centro laboral.
No se trata, piensa Manuel, de llenarlos de estímulos materiales que muchas veces son imposibles, sino de ese otro regalo moral y espiritual de hacerles ver que ellos no han concluido la cuesta de la vida, y aún los necesitamos. De venerarlos y atenderlos. De escucharlos y acompañarlos. De sacarlos de su soledad hogareña.
Manuel no es precisamente un jubilado, pero sí un convencido de que sin ellos no llegaremos adonde queremos, pues confiesa que durante más de cuatro años, en su centro de trabajo ha defendido y demostrado que es posible y justo atender con amor, y no darles baja en el inventario de los sentimientos y las preocupaciones, a esos veteranos que otros ven ya, tecnocráticamente, como medios básicos «ociosos», o de «lenta rotación».
Quien tiene un ser querido afectado por una enfermedad mental, sabe lo que representa el apoyo y la solidaridad, ya sean de una persona o de una institución. Por eso escribe Isabel Damaris Castañeda, vecina de San Rafael 581, entre Gervasio y Escobar, en el municipio capitalino de Centro Habana.
Cuenta Isabel que el pasado 25 de octubre, en medio de una emergencia o descompensación del padecimiento mental de su hermana, acudió al SIUM para trasladarla a un centro hospitalario.
Era un horario muy complicado, entre las cuatro y las cinco de la tarde, y el SIUM tenía demasiadas solicitudes de ambulancia al mismo tiempo. Isabel y otros familiares procuraban en vano, en la puerta del edificio, detener a la paciente, que intentaba escapar del hogar sin rumbo cierto.
¿Quiénes les prestaron auxilio y no los dejaron a su suerte? Los policías de la Estación de Zanja lograron controlar la situación con suma profesionalidad, y condujeron a la enferma y a sus acompañantes a los servicios de Urgencia de la Sala de Psiquiatría del Hospital Calixto García.
En ese centro asistencial la paciente fue atendida con excelente trato durante toda la noche, y su hermana por ello quiere felicitar al médico de guardia, que estuvo esa noche y en el amanecer del día 26, al enfermero Javier, la doctora Ingrid y la pantrista de turno, que tan bien atendieron a su hermana.
Y también Isabel desea reconocer públicamente la sensibilidad y cooperación de esos policías que supieron desempeñar su papel de protectores de la ciudadanía, en un momento tan difícil, que solo sopesa quien ha visto a un enfermo mental en una crisis.
Gracias a Isabel por su gratitud. Ese es el mayor estímulo y la suprema compensación para quienes, por encima de tantos problemas y dificultades, miran más allá de sí mismos y hacen el bien.