Acuse de recibo
En prever, ya lo dijo Perogrullo, está la ciencia de acertar. Sería como la luz larga de los carros, que solo para no encandilar a los choferes contrarios se baja por instantes pero, mientras tanto, ha de guiar las noches en carretera.
Lo que le sucedió al capitalino Jandro Carmenate Gácita y su familia (Calle 13 No. 1252 esquina a 20, Apto. 2, Vedado, Plaza de la Revolución) discurre por las turbias aguas de la falta de previsión.
Aprovechando la Semana de la Victoria, cuando los estudiantes se toman un breve receso docente, Jandro y su esposa decidieron llevar a su hijo pequeño al Zoológico Nacional. Llegaron a las 11:30 a.m. del pasado jueves 18. La visita comenzó bien, pues un eficiente servicio de guaguas conectaba enseguida con la zona de la pradera. Pero...
La odisea iniciaba cuando el sol y la caminata se unían para aguijonear la sed de los pequeños y, también, de los mayores. «De varias cafeterías que hay en el lugar, ninguna tiene líquidos fríos, ni agua, ni refrescos, nada... Y bebedero de agua fría solo hallamos uno en el paradero de ómnibus, bastante alejado del parque infantil, que es donde permanecen (…) las personas al concluir la visita por la pradera», narra el remitente.
Él no se explica cómo, sabiendo de nuestro sofocante clima y del aumento de las visitas durante ese período, en las cafeterías que vio en el lugar ninguna tuviera una opción refrescante.
Pero esto no fue lo único, se duele el lector. En todas estas instalaciones gastronómicas, al menos aquel día, no había oferta ni medianamente aceptable a partir de las 12:00 meridiano. Solo expendían bebidas calientes y caramelos, en CUC.
Según el lector, al acercarse a un trabajador de la entidad con el fin de preguntarle dónde se encontraba la dirección del zoológico para ver al Director, y explicarle su inquietud, este le dijo que era la una de la tarde y que en la mañana había de todo.
Y agrega Jandro: «Ya indignado, le digo que el zoológico cierra a las cuatro de la tarde y hasta esa hora, que hay visitantes, debe haber todo tipo de ofertas».
Ante estos truenos, el padre optó por no dialogar con el Director del centro. Se fue con su hijo y esposa. Y lo que podía haber sido un día de esparcimiento en medio del trabajo y las dificultades, terminó en un amargo desierto. ¿Por qué?
Roberto H. Guethon Alonso (Calle 1ra. Edificio Cassio Mella, Apto. 26, e/ 219 y 218, Cruz Verde, Cotorro, La Habana) no entiende cómo se adoptan ciertos cambios de procedimiento, que en vez de agilizar los procesos y restar preocupaciones, parecen conducir a lo contrario.
Cuenta este diabético e hipertenso que se presentó el jueves 4 de abril en la Oficoda de 101 para recoger su dieta, pues la anterior había expirado el 31 de marzo.
La compañera que lo atendió le entregó el vale piloto de la leche y el pollo y le dijo que debía recoger ambos productos en el mercado Hanoi, aproximadamente a 15 cuadras de su residencia. Pero esto no podría hacerse efectivo hasta mayo; en abril no lo podía obtener.
Al decirle esto, el enfermo le responde que siempre le habían dicho en la Oficoda que debía traer la dieta los nueve primeros días del mes, para no perderla, que cómo ahora cambiaban las cosas así. Nada contestó la empleada. Y Roberto salió más confundido que al inicio.
Es un contrasentido —reflexiona el paciente— que el país gaste tanto dinero en la salud, siempre buscando lo mejor para los enfermos y que se tomen decisiones como esta. «¿Usted cree que podemos esperar dos meses para tomar leche o coger el pollo de dieta, cuando los médicos hablan tanto de mantener una dieta adecuada?», cuestiona justamente el capitalino.