Acuse de recibo
Ahora que el trabajo no estatal y los pequeños negocios están insuflando variedad, calidad y satisfacción a nuestras vidas, bien vale que este proceso de diversificación se haga bajo la máxima disciplina y el mayor respeto al entorno y al vecindario.
Mylén Rodríguez Moreno reside en Carretera Central No. 153 Este, entre Martí y Pasaje de Quesada, Ciego de Ávila, pero sus padres viven, con la abuela de 86 años, en Coronel Bringas No. 136, entre Avenida de la Libertad y Calle Cuba, La Caridad, en la ciudad de Camagüey.
Cuenta ella que sus padres necesitaron ausentarse dos días de su vivienda, y ella permaneció en Camagüey cuidando y acompañando a la abuela. Y resulta que a cuatro puertas de la casa, en el número 128, se ha abierto el ranchón El Taburete, que ofrece diversos servicios. Todo muy bien hasta ahí. Una nueva oferta personalizada para los camagüeyanos. Que viva la apertura al trabajo por cuenta propia…
Pero en la madrugada del domingo 24 de febrero —consigna Mylén—, aún a las 2:30 a.m. el billar brillaba por su presencia sonora en el silencio de la noche. Y no permitía conciliar el sueño ni a ella ni a su abuela.
Mylén se personó en El Taburete y tocó. Se asomó por una ventana un ciudadano. Ella saludó y le solicitó que necesitaba ver al dueño. El hombre cerró la ventana y fue adentro. Pasados unos diez minutos, regresó, y le dijo que el dueño dormía.
Entonces ella le dijo que transmitiera a quienes jugaban billar, que si las molestias persistían llamaría a la policía. «Eran las 2:40 a.m., y ellos generaban más que malestar: atropellaban los derechos de los vecinos y contaminaban con ruidos indeseables nuestro horario de descanso».
Sin embargo, el juego continuó hasta las 3 y 30 de la madrugada.
¿Qué derecho les asiste, cuál es la licencia que autoriza a perturbar constantemente a los vecinos?, cuestiona Mylén, y agrega: «Si se autoriza abrir este tipo de centros, ¿quién vela después porque no se cometan estos atropellos y se viole la Ley?».
Ni estatal ni particular, ni «estaticular». Nadie está facultado a molestar al prójimo. ¿Cuándo podremos en la sociedad cubana extirpar definitivamente el tumor de la contaminación sonora? Esa intervención quirúrgica, de raíz, la agradecerían mucho los pacientes del escándalo.
En la misma ciudad de Camagüey, en el Hospital Militar, el viernes 8 de febrero ingresaron 12 pacientes para ser intervenidos por la consulta de Proctología. Y entre ellos, lógicamente, algunos con mucha preocupación por lo que sobrevendría…
Los minutos antes de esa frontera de la salvación que es el quirófano, y los minutos después, son horas. La incertidumbre, el desasosiego, las lógicas molestias…
De los 12 pacientes, hoy escribe Carlos Alberto Díaz, desde la calle 17 No. 422, en la localidad camagüeyana de Céspedes, para contar el milagro de cómo una atención esmerada y entrañable lo puede disipar todo. De cómo un eficaz profesional tiene que llevar por dentro, y hacerlo brotar en los instantes decisivos, al excelente ser humano.
«Queremos agradecer a todos: desde las “seños” de las salas de Cirugía y Ambulatoria, las empleadas de limpieza, el anestesista Alexander y todo el equipo. A Regina, que se había jubilado después de 40 años ejerciendo, y se volvió a incorporar, tan dulce y convincente.
«A todos, sin excepción, nuestra más sincera gratitud. Y dejo para el final al artífice de esta historia: al doctor José Rolando Alba López. ¡Qué clase de persona! Carismático, profesional, excelente e increíble. Siempre te sacaba una sonrisa a pesar de los sinsabores».