Acuse de recibo
El pasado 6 de enero, Karen Profet preguntaba si se había extraviado la tradicional elegancia del cubano, sobre todo para citas solemnes. Y lo hacía, basada en lo visto en la boda de una amiga el 3 de diciembre de 2011, en el Palacio de los Matrimonios de 25 y N, en el Vedado, La Habana.
Contaba que, mientras los concurrentes vestían acorde con la ocasión, «la notaria» que casó a los contrayentes exhibía bermudas de mezclilla a media pierna y blusa de tirantes, con sandalias descalzadas. Alertaba sobre la importancia de que un funcionario vista con cordura, de acuerdo con tan especial ceremonia.
Al respecto responde Miguel Ángel Pérez Martín, director de Justicia en la provincia de La Habana, que ciertamente la compañera que efectuó el acto matrimonial no estaba vestida correctamente. Y acotaba que ello no es habitual en ninguna de las registradoras de dicho Palacio de los Matrimonios.
«No obstante —agrega—, sin que sea justificación, es bueno explicar que se trata de una registradora C, madre de dos menores que se encontraban en período de receso escolar, teniendo que trasladarse a dos lugares diferentes para dejar a los mismos. Dada la premura del tiempo que disponía, no se cambió de ropa, como está establecido, y efectuó el acto con la vestimenta que usó para su traslado».
Precisa que dos días después se personaron en la casa de Karen la registradora principal y la actuante, a ofrecerle satisfacciones a la primera, quien mostró agradecimiento.
Señala que la infractora fue corregida disciplinariamente por la falta cometida, y aclara que en los Palacios de los Matrimonios no laboran notarios, sino registradoras del estado civil, autorizadas por la Ley 51 a formalizar e inscribir los matrimonios.
Agradezco la respuesta, no sin obviar lo oportuno de la inquietud de Karen, porque más allá de posibles razones, resulta inadmisible que a una ceremonia solemne se presente así quien hará valer la ley. Las personas tienen ojos, y los directivos están en la obligación de «registrar» lo que desdice de un profesional, quien bien pudiera tener allí mudas de ropa adecuadas para su trabajo.
Pero trascendiendo el suceso, que suponemos no se repita, lo acontecido es parte de una tendencia al desaliño y la chabacanería que, si no se neutraliza, acabará por imponerse incluso en las ocasiones más selectivas.
No se debe vestir como uno iría al campismo para ceremonias, conciertos o celebraciones muy especiales. No se debe asistir a la consulta del médico apenas con dos escasos trapos tirados arriba, como nunca el cubano se presentó tradicionalmente, por consideración a los facultativos. No se concibe a alguien en una funeraria, cargada de gangarrias y llamativas prendas, como si asistiera a una pasarela. Eso se aprende por pura intuición y debe exigirse en cada sitio, por elemental sensibilidad y consecuente respeto. Vestir es ser.
El pasado 6 de febrero, 45 vecinos de calle 306, entre 1ra.-B y 3ra., Santa Fe, municipio habanero de Playa, denunciaban que, tal como alertaron en 2009 cuando el Contingente Blas Roca comenzó a construir un nuevo edificio en esa cuadra, el mal trabajo en la confección de la fosa está dando quehacer.
El inmueble se terminó en julio de 2011, y a los 21 días de estar habitado la fosa se desbordó. El vertimiento de aguas sucias fue invadiendo poco a poco la cuadra, y los vecinos se preguntaban quién iba a responsabilizarse por ello.
A propósito responde Ana Remis, jefa del Departamento de Atención a Clientes de Aguas de La Habana, que especialistas e inspectores de esa entidad visitaron el sitio y verificaron que la fosa no tiene absorbencia, debido a problemas constructivos.
El pozo fue limpiado el 1ro. de febrero pasado, precisa, lo cual no soluciona la afectación, hasta tanto no se repare y se deje en buen estado técnico la fosa séptica. Y ello se le explicó al vecino que en nombre de todos envió la carta.
Evidentemente, la entidad que construyó la fosa, que ni se ha pronunciado al respecto —el entonces Contingente Blas Roca—, debe una explicación a esos moradores y a los lectores, además de la reparación de la fosa, por la chapucería de la cual no faltaron alertas.