Acuse de recibo
Tal vez por su profesión de psicólogo es que el espirituano Omar R. Carbó (Horno No. 121, Sancti Spíritus) anda por la vida cuestionándose los vericuetos humanos y esgrimiendo como precepto aquello que le recomendara un amigo: «duda de todo, hasta de la duda».
Durante la primera quincena de agosto, Omar visitó la provincia de Matanzas. Decidido a llevarse a casa un buen par de zapatos —para los que venía ahorrando— recorrió unas cuantas tiendas de recaudación de divisas.
En La Isla de Cuba fue atendido con amabilidad, y adquirió unas zapatillas marca FILA por el valor de 36,80 CUC. Claro, «desde pequeño siempre he oído que lo de marca es lo mejor, o por lo menos ese es el eslogan consumista de quienes lo venden», confiesa el remitente. Pero...
Dada su costumbre de estrenarse rápido cuanto se compra, Omar recibió la triste sorpresa de que la «fuerte suela» de uno de los tenis se había despegado totalmente.
«Me dirigí a la tienda y al saber las compañeras que residía en otra provincia, accedieron a devolverme el dinero... Fueron muy amables y profesionales en su trabajo, solo que no tienen responsabilidad con la calidad de lo que venden, al menos en parte», opina el lector.
Pero su deseo de comprarse un buen calzado no era un simple capricho, sino que obedecía a una imperiosa necesidad. Por tanto, Omar perseveró en el intento.
«Presuroso me dirigí a otra tienda... Llegué entonces a la Calle del Medio, de la ciudad matancera. No recuerdo el nombre... pero se trataba de una boutique nuevamente en CUC... Volví a llevarme a casa unas zapatillas FILA, con la diferencia de que, en esta ocasión, salí del establecimiento con la adquisición en mis pies. Había pagado 37,50», narra el espirituano.
Al día siguiente, gozando de una «tranquilidad» de calzado supuestamente infalible, viajó el lector a su provincia de residencia. Sorpresa: las FILA se despegaron.
«Escribo para que casos como el mío sean una rareza y no la norma. (...) Escribo porque nadie te advierte cuántos días llevan esos zapatos guardados en un depósito.
¿Quién calza de una explicación profunda a este cubano?
Cuarenta años de trabajo. Ese fue el fardo que cargó sobre sus hombros Roberto Cruz Hernández, el esposo de Lidia Puentes, cuando se jubiló del Complejo Agroindustrial (CAI) Central España Republicana, en Perico, Matanzas. Allí, en la calle 9, No. 11, entre 20 y 24, donde reside la pareja, existía desde hace años una extensión de la vieja pizarra del CAI: la 397.
Según cuenta Lidia, tras el paso del huracán Mitchell (2001), quedó desactivada dicha extensión. Y cuando lograron restablecer las comunicaciones, esta no fue reinstalada.
«Nos presentamos donde el jefe que atendía la pizarra y siempre nos daba la excusa de que no había cable ni capacidad. Seguimos tramitándolo con varios compañeros que fueron pasando por el cargo, y después nos comunicaron que había que esperar, que la pizarra se iba a digitalizar», refiere la remitente.
«Llegó el gran día. La pizarra fue digitalizada; se le pusieron teléfonos directos a todas las personas que como nosotros tenían extensión... Y el teléfono nuestro, nunca más llegó. Sin embargo se le puso servicio a personas que no tenían extensiones de la pizarra vieja y que nunca trabajaron en el CAI», se duele la matancera.
El reclamo de su conexión lo han llevado Lidia y Roberto hasta los directivos del CAI y las autoridades del Poder Popular a nivel municipal y provincial. Nada se ha resuelto.
Y con ETECSA hablaron, pero como es lógico, la empresa arguyó que ellos no decidían quién sí y quién no recibe el servicio; «que el CAI fue quien entregó la relación de los teléfonos»... ¿A qué número del olvido quedó conectado el cable de estos veteranos?