Acuse de recibo
Con la respuesta del doctor Mario Manuel Delgado, director del Hospital Docente General Calixto García, de la capital, hoy podía cerrarse definitivamente —si cala la lección que encierra— la vergonzosa historia relatada aquí el pasado 21 de mayo por el lector Ángel Ribot. Y debía servir para que nunca jamás se repitiera episodio de tal insensibilidad, que mancha la digna dimensión solidaria de la Medicina cubana.
Recordemos en síntesis que Ángel, residente en el poblado habanero de Santa Cruz del Norte, caminaba el 4 de mayo por una calle de Centro Habana cuando, al dar paso a una anciana, tropezó con un desnivel de la acera; y del impacto de la caída, comenzó a sangrar abundantemente por el arco superciliar derecho y por la nariz.
El herido, auxiliado por transeúntes, llegó manando sangre al cuerpo de guardia del Hospital Calixto García. Le indicaron la segunda puerta a la izquierda, pero allí tres médicos conversaban animadamente. El accidentado ni pudo acercarse. Uno de los galenos, le señaló con la mano, y en un tono frío e impersonal: «allí al lado, en la primera puerta».
Y en torno a la primera puerta, había en espera unas diez o 12 personas. Ángel continuaba sangrando. Adentro, un médico atendía a una señora que estaba de pie, y entre ambos intercambiaban notas, como quienes elaboran un informe. Alrededor cinco o seis jóvenes con batas blancas conversaban. Ángel continuaba salpicando el piso de sangre, ya impaciente.
Se dirigió de nuevo a la segunda puerta, y el mismo médico lo espantó diciéndole: «¡Pida el último allí». Ángel se cansó de esperar. Abandonó el cuerpo de guardia del Calixto y, apretando la herida con el pañuelo ensangrentado, inició el azaroso viaje hacia el hospital de Santa Cruz del Norte: primero tomó un ómnibus hasta zonas cercanas a la Estación Ferroviaria Central, allí un auto de alquiler hasta Guanabo, y desde esta localidad, un camioncito de porteador privado hasta Santa Cruz.
Desde que arribó al hospital de Santa Cruz, todo fue a la inversa. La primera enfermera que lo vio, aunque ocupada en otro caso, le preguntó: «¿Qué le sucedió, abuelo?», como si fuera su nieta. Le alcanzó una silla y comenzó a atenderle. Limpió y desinfectó la herida «con todo el amor del mundo», según el anciano. Buscó al médico, y comenzó su trabajo. «Me dio más calor humano que puntos. Ni ella ni el médico me conocían; solo sabían que yo era un viejo sangrando porque se había caído».
Al respecto, responde el doctor Delgado que, cuando leyó lo relatado en esta columna, convocó urgentemente a un consejo de dirección para investigar el suceso y tomar medidas ante «actitudes tan deplorables, que se alejan de la ética en el trato de nuestro personal».
Al siguiente día, visitaron a Ángel en su hogar en Santa Cruz del Norte, y se intentó esclarecer la identificación de los implicados. Concluidos los análisis se aplicaron primero medidas disciplinarias a los responsables colaterales, «ante las violaciones evidentes de la clasificación y atención al paciente que se recibe en el servicio de urgencia, se realizaron análisis críticos en los colectivos de Cirugía, Máxilo Facial y Neurocirugía, a los especialistas responsables de la guardia médica del 4 de mayo, por no ejercer un mayor control del personal subordinado en la guardia».
Y se notificó «afectación en la tarjeta de evaluación trimestral a siete médicos residentes de las especialidades de Cirugía, Máxilo Facial y Neurocirugía».
Agradezco la atención tan inmediata al caso, y la preocupación por depurar responsabilidades. Lo más importante es evitar que episodios tan lacerantes se repitan en un hospital donde, por otra parte, se lucha tanto por la vida humana. Hay una ética de la sensibilidad, o una sensibilidad de la ética, que tiene que ver mucho con el corazón, ese gran corazón que no cabe en el pecho de un buen médico, por más problemas y contrariedades que tenga.