Acuse de recibo
De la tierra, brotan historias tan espinosas como el marabú; relatos que recuerdan a hatos y corrales enfrentados por asuntos limítrofes, como el que nos envía Jorge Menejías, vecino de calle Cuarta, Edificio 9, apto. 1, reparto Van Troi, en el villaclareño Caibarién.
Cuenta Jorge que su suegro Marcelino Manso (Roberto Rodríguez 45, entre Máximo Gómez y Enrique Magnet, Remedios, Villa Clara) posee un terreno que cultiva desde hace más de diez años, rodeado de una cerca perimetral. Y recientemente le fue entregada una porción de tierra colindante con la de Manso a un campesino. El mismo, dedicado a la ganadería, decidió no cercar su propiedad. Separa a las dos fincas un pequeño canal que, por indicaciones de Geocuba, no puede estar dentro del límite de tierra de ninguno de los dos. De ello se deduce que debe cercarse también el límite del vecino. La negativa de este a hacerlo provoca que su ganado haya destruido buena parte de la cerca de Manso, además de causarle daños a los cultivos.
Manso, no tan fiel a su apellido, está bastante cansado ya; pero su yerno ha querido conducirlo por el buen camino de las gestiones pacíficas y legales.
Jorge se presentó a mediados de noviembre de 2009 en la Delegación de la Agricultura en el municipio, y le planteó el problema a la directora de Control de la Tierra, quien ya tenía conocimiento del mismo de boca del propio Manso. Ella le respondió al yerno que hablaría el asunto con el delegado.
El 24 de noviembre le dan a Jorge documento de respuesta, firmado por la Directora de Control de la Tierra y el delegado de la Agricultura a nivel municipal: El caso se analizó por las comisiones de Asuntos Agrarios y de Masa. Se concluyó que cada productor debe hacer su cerca al borde del canal. Le dan un plazo de 15 días al vecino de Manso para cumplir la orden.
A los 20 días, y como el vecino de tierra no mostró interés alguno en cumplir lo establecido, Jorge inquiere a la Directora de Control de la Tierra si ellos no tenían poder legal para hacer cumplir lo acordado. No recibió respuesta ese día. No la había recibido aún el pasado 26 de febrero, cuando Jorge me escribiera.
«En el momento que le escribo —señala—, mi suegro continúa viendo cómo el ganado le sigue destrozando la cerca, los plátanos y demás sembrados. Y sigue esperando por mí. Cada vez que hablo con él, le pido que tenga paciencia…».
¿Ha funcionado en este caso «el control de la tierra», o se estará fomentando el desorden del realengo? ¿Plazo de 15 días para qué? ¿Quién hace cumplir las ordenanzas en nombre del Ministerio de la Agricultura?
Esa antigua joya que es el hermoso edificio del Mercado Único de Cuatro Caminos, emblema querido de la capital, está perdiendo sus techos, señala Ramón Pérez, residente en el apartamento 616 del Edificio 301, en Ciudad Camilo Cienfuegos, La Habana del Este.
Dice el lector que el último huracán que nos afectara levantó algunas tejas de fibrocemento del inmueble, por la esquina de Cristina y Manglar. Pero hace un tiempo ya que otros «ciclones» en materia de llevarse lo que no es suyo, con dos manos y dos pies, se encaraman a arrebatarle fragmentos a la cubierta.
Los hermosos portales por la calle Cristina, donde se venden las flores, se filtran completamente. Y si siguen extrayéndole tejas, así será en todo el edificio, orgullo y emblema de la ciudad.
Al lector le llama la atención que, en una zona tan céntrica y populosa de la capital, se registre tal vandalismo. Pero lo que más le inquieta es que nadie vea nada en el propio edificio: «¿Dónde está la Administración del Mercado, que no se percata de lo que sucede? ¡Es necesario salvar el Mercado Único de Cuatro Caminos!».