Acuse de recibo
Hay que estar a la viva, como Catalina Sollet (Rolando Gómez número 9, Baracoa, provincia de Guantánamo), cuya historia reflejamos aquí el 12 de julio pasado:
La casa de Catalina tiene fosa propia desde los años 60. Y en 2008 se comenzó a construir cerca un edificio triplanta para familias damnificadas. Preocupada, preguntó al jefe de obra adónde iría la descarga de albañales del nuevo inmueble, y este le respondió que a la fosa de ella.
Catalina se movilizó, y la directora de la ECOI 6, que asumía la ejecución, le aseguró que la fosa de ella no se usaría para el edificio. Pero cuando me escribió, el 18 de junio, ya se concluía la obra. A pesar de las gestiones, el peligro de intromisión pendía… sobre su fosa.
Es cierto que el 23 de mayo visitó la obra una comisión integrada por la Unidad Municipal Inversionista de la Vivienda, Planificación Física e Higiene y Epidemiología. Higiene y Epidemiología mandó a detener los trabajos hasta tanto se definiera lo de la fosa. Pero los constructores hicieron caso omiso e instalaron la tubería hacia la furnia de Catalina, desoyendo advertencias y orientaciones.
Así, respondió el pasado 2 de septiembre Osvaldo Céspedes, director de Vivienda en la provincia de Guantánamo: reconocía la razón de Catalina, luego de una investigación. Precisaba que en esos momentos se construía una fosa para la obra del triplanta, la cual fue paralizada por irregularidades con la ECOI 6; pero se reanudó «continuando en la terminación de dicha obra y entregando el triplanta con su fosa, sin perjudicar a dicha ciudadana».
Agradezco la respuesta y la solución al litigio, a favor de la justicia. Pero Catalina tuvo que luchar por ese desenlace. A pesar de promesas y disposiciones oficiales, los ejecutores pretendían hacer lo que les venía en gana. ¿Habrá que estar siempre a la viva? ¿Hasta cuándo la indisciplina y el incumplimiento de lo establecido van a verter en la fosa de la impunidad?
La misma pregunta sugiere la historia de Jorge Fernández (Benavides 602, Florida, Camagüey). Él reservó en los primeros días de julio, allí en su localidad, dos pasajes para viajar a La Habana el 11 de septiembre, en el ASTRO de las 11 y 45 p.m., proveniente de Camagüey.
El 11 de septiembre, ya a las 12:20 a.m., Jorge se dirige al jefe de turno de la Terminal de Florida para saber sobre la demora del ómnibus. El jefe llama a Camagüey por el teléfono público —el que tiene en la oficina solo recibe llamadas—, y su homólogo allí le corrobora que el ómnibus ha partido a las 12:00 a.m.
A la 1:00 a.m., el jefe de turno llama al Puesto de Mando para plantear que el carro no había entrado a recoger las reservaciones en Florida. Y quien sale en el Puesto de Mando, «le contesta en mala forma —señala Jorge—, diciéndole que los pasajeros son los que tienen que estar bravos».
Luego, el de Florida llama al jefe de turno de Camagüey, y este le dice que vayan sacando las reservaciones en los ómnibus que entren a la terminal y tengan alguna capacidad.
«Pero esto no se da mucho en nuestra Terminal —afirma—, que se encuentra frente a la Carretera Central. Cualquiera que estuvo esa madrugada allí, pudo ver como pasaban muchos ómnibus de ASTRO y ninguno entraba. Sin embargo, paraban casi enfrente de la estación para recoger pasajes por afuera, pidiendo una equis cantidad de dinero».
Al producirse el cambio de turno, Jorge se dirige a la nueva jefa de turno, y esta también se toma interés en resolver. Llama al jefe de turno de Camagüey, y este le plantea que los choferes han llamado y dicho que no han entrado pues no le han dado un papel que diga que tienen que recoger pasaje.
Jorge pregunta: «¿Será que es más factible recoger pasaje por afuera, o el mal trabajo de quienes tienen el control de la actividad y con ello empañan la imagen de ASTRO? Él pudo al fin montarse, a las 6:34 a.m. del 12 de septiembre, en un ómnibus que venía de Baracoa. Pero allí quedó gente angustiada, que había reservado… para sufrir.