Acuse de recibo
«Chapucio», aquel Rey Midas de la Chapucería creado por el maestro del humor cubano Héctor Zumbado, se hubiera sentido a gusto si lo invitaran a participar en esta demolición. Hace más de un año Modesto Crespo y su familia sufren, al igual que los vecinos del apartamento contiguo, los resultados de la negligencia.
El edificio al que le decretaron sentencia de muerte ocupa los números 10 y 11 de la calle O, entre 17 y 19, en el Vedado, Plaza de la Revolución, Ciudad de La Habana. El domicilio de Modesto está justo en el número 14 de la misma calle.
Polvo de cemento, fragmentos de fibrocem, interrupciones del servicio de gas de hasta 18 días, cortes de la corriente eléctrica… Es mucho lo que han soportado estas familias capitalinas. Y ante cada trámite para reclamar el mínimo de protección, las dilaciones e incongruencias.
En mayo de 2008 —ya caían trozos del viejo inmueble— Modesto se dirigió al Departamento de Albergues de la Vivienda, sito en Zapata entre A y B, buscando algún medio de protección. Allí le dijeron que no tenían nada; que fuera a la Empresa de Demoliciones, en Oquendo y Zanja. Al llegar a esta entidad la Directora le explicó que «no sabía qué le iban a dar para proteger a los colindantes».
En agosto de ese año, una vez reubicados los habitantes que quedaban en la vieja construcción, comenzó otra odisea. A la par que comenzaban en grande los trabajos destructivos, la mutilada edificación se convertía en baño público.
Modesto no se cansó. Hasta el Gobierno municipal de Plaza llegó con su queja y en la Vicepresidencia que atiende Vivienda le pidieron pasara un informe completo de la situación.
El 17 de mayo último recibió el remitente una contestación de la Unidad Municipal de Inspecciones de la Vivienda. «Me informaron que no podían ubicarnos porque nosotros no éramos albergados y que debíamos buscar dónde “auto albergarnos”»…
«En ningún momento hemos pedido casa ni que nos alberguen, pues nosotros tenemos hogar», protesta Modesto. No obstante, por aquello de no negarse de antemano él y su familia examinaron qué tenían para ofrecerles. Resulta que era una sola vivienda para los dos núcleos familiares. Por supuesto, se negaron.
Así los truenos, Modesto y los suyos aún esperan. ¿Quién les quita el peso de la decepción?
Yuleiki Moré Arma (Honda 432, entre Hermanos Agüero y San Ramón, Camagüey) escribe a nombre de su abuela, Tamara Campa, quien, luego de 33 años de trabajo en el Hospital Militar Provincial, fue premiada en el 2008 con el derecho a comprar un refrigerador LG.
Resulta que el equipo dejó de funcionar a los tres meses. Los compañeros de COPEXTEL en la región dictaminaron que se trataba de un problema en el gas y se lo cambiaron. El otro, rápidamente, presentó la misma dificultad. Según informó un técnico, «lo que estaba sucediendo era que el lote de refrigeradores recibidos tenía ese fallo; pero que sería repuesto».
Llegaron los terribles huracanes Gustav, Ike y Paloma, y todo se pospuso. En enero de este año, volvieron los agramontinos a averiguar por su equipo y les dijeron que se había reportado, que esperaban respuesta.
Arribó junio y nada. «Entonces me entrevisté con el gerente de la entidad, que amablemente me enseñó el expediente de mi abuela y de otras 15 personas que esperan la decisión de alguien para ejecutar el cambio. Mientras tanto, tenemos que comprar el hielo, pedirles a los vecinos que nos guarden las cosas… Y tendremos que coger el aparato como “zapatera”», se duele el remitente.
Lo último que supieron —por el propio gerente— es que los refrigeradores están en el Puerto de La Habana, aguardando la descarga. Hasta qué temperatura indignante ha llegado el frío estímulo de Tamara…