Acuse de recibo
Desde la ancestral Trinidad me escribe el joven Yusnel Valdés (Edificio 10 R, apto. 7, reparto Armando Mestre) para denunciar el ruinoso estado en que se encuentra el Teatro Caridad, el único de su tipo en esa ciudad Patrimonio de la Humanidad, construido a principios del siglo XX. El coliseo, o lo que queda de él, está situado en una céntrica y concurrida esquina, y ha devenido escenario de ratas, cucarachas y murciélagos, abandonado a su suerte. Prácticamente han esquilmado todos sus recursos. «Cualquiera puede entrar y hacer al lugar objeto de sus caprichos», pues también se ha convertido en baño público. Del techo, el alero que lo bordea cae a pedazos. Los tramos de zinc que quedan en la cubierta son desprendidos por los vientos fuertes como proyectiles letales. Nos preocupa, refiere Yusnel, que tan importante institución cultural se desmorone día a día y no podamos disfrutar ya de una función teatral o de ballet. «Según mis padres —manifiesta— era majestuoso. Sus lunetas atraían por su belleza, así como el techo, que simulaba un cielo estrellado: al apagar las luces te parecía que estabas a cielo abierto».
Nefroexcelencia: Raysel Fernández (Pezuela 148, esquina a Candelaria, Cojímar, Ciudad de La Habana) no podrá olvidar jamás el tratamiento tan humano y profesional que recibió en el Instituto de Nefrología, en la capital: el doctor Raúl Herrera y su ayudante, un joven residente, que curan el cuerpo y el alma, con tanto amor y profesionalidad; las especialistas y técnicas del Laboratorio Silvia Capote, Hilda Zayas, María Acanda y Delfina Pedroso… a todos en general. «A todos nuestra felicitación, y a los que no han aprendido a ser como ellos, los instamos a que sigan su ejemplo. Así un día aparecerán en estas páginas, y en el corazón de las personas», concluye Raysel.
Sin canalización lo de los canales: José Martínez (5ta. Norte entre 26, 2 y 3 Este, Placetas, Villa Clara), relata que en la parte norte de esa localidad existe hace muchos años un canal de desagüe por el que deben correr las aguas de lluvia que provienen de la parte alta. Comunales limpiaba periódicamente dicho canal, pero dejó de hacerlo como muchos hábitos se interrumpieron sin razón. Además, las autoridades locales permitieron que se realizaran obras que lo obstruyen, como la fábrica de calzado Rubén Pérez y construcciones particulares. Resultado: con las lluvias ya han comenzado las inundaciones. Al ver cerrado su curso, el agua inunda entonces los patios de las casas y penetra en ellas, con todo el arrastre de suciedades que dañan los bienes de los pobladores. A pesar de que ha sido un planteamiento sistemático en las asambleas de rendición de cuentas, y de que es de conocimiento de las autoridades municipales, «todavía esta situación no ha tenido una respuesta seria», concluye José.
¡Qué bueno, y en pesos!: Raúl Soria (Maceo 420, entre Síndico y Caridad, reparto Parroquia, Santa Clara, Villa Clara) cuenta que a su esposa, después de un arduo curso escolar, le fue asignada una reservación por su centro de trabajo en la Casa del Educador de Caibarién. Y la estancia, sin lujos ni excesos, fue un bálsamo para la familia, sobre todo por la excelencia de la atención. «Estábamos allí en familia: sonrisas, alegre trato, la respuesta precisa ante cada reclamo o solicitud de los huéspedes. Una comida de primera por la calidad de la elaboración y la esmerada presencia». Recordando contrastes reflejados en esta propia columna anteriormente, Raúl no puede menos que exclamar: «¡Qué bueno, la moneda nacional vale, la sonrisa no tiene precio, ni el buen trato tampoco!». Y ante tal historia, este redactor se pregunta si es tan difícil ir fomentando esas instalaciones, aun con modestia y humildad pero con mucho amor, para que descansen los que más trabajan, y no siempre los que más dinero tienen, por una u otra razón. Concluyo recordando a los lectores que, siempre que puedan, en sus cartas estampen algún teléfono donde localizarlos, en caso de cualquier consulta acerca del contenido de sus cartas. Gracias.