Acuse de recibo
Sábado 8 de noviembre, diez de la noche. Tomás Consuegra llega a la cafetería El Rápido, de Santa Catalina y Vento, en la capital. Está animado, más que animado El Rápido. Cierta fiebre de sábado por la noche, después de una dura semana de trabajo... para los que laboran.
Como en casi todas partes, no hay tolerancia con el silencio y la paz. En el mostrador donde se atiende a los clientes, la estridente música apenas permite la comunicación con los dependientes. Hay que vociferar el pedido: ¡Una Bucanerooo! ¡Un bocadito de quesoooo!, entre reguetones: «mami, qué rico, mami...».
Tomás solicita dos helados, y cuando se los despachan percibe que están prácticamente derretidos. Al preguntarle a la dependienta por qué, esta le responde tajantemente: «Porque estamos en Cuba».
«Ante esta insólita y despectiva respuesta —señala el remitente—, le planteé que esa no podía ser la razón de que el helado estuviera derretido, y que la calidad no tiene nada que ver con el sitio geográfico, sino que simplemente su respuesta ponía en evidencia que muchos de los que trabajan en la gastronomía, como ella, están acostumbrados a ofrecer un servicio como quiera, y no sienten el deber de atender correctamente a sus propios compatriotas».
Tomás se va a su hogar, en Panorama 762, Nuevo Vedado, municipio Plaza de la Revolución. Se va disgustado y rezongando con mucha razón, en la noche de un duro día, pensando que el de la gastronomía es un largo y tortuoso camino, una especie de puente sobre aguas turbulentas. Con lo fácil que hubiera sido una explicación, una pequeña disculpa, que se impusiera por sobre el reguetón.
Pero tampoco hagamos el día y la noche con la errática empleada entre decibeles. Si ella se comporta así, es porque casi se ha hecho común. Porque se pierde el límite entre la contentura y el cubaneo y nos hemos acostumbrado a aquello rasante de «coge lo tuyo si te gusta, y si no te gusta es tu problema». Es porque se lo permiten.
No pretendamos la justicia súbitamente emprendiéndola con una empleada. No recurramos ahora al manido recurso, al más fácil, de sancionarla y expulsarla, cuando quizá no se le ha educado y exigido la excelencia y el respeto al cliente. Démosle la oportunidad de ser distinta, plena, profesional.
Lo más importante es quizá lo que trasunta la elocuente respuesta de la gastronómica: «Porque estamos en Cuba». ¿Habrá querido aludir al calor insoportable como la causa del derretimiento, o su alusión entraña juicios más profundos, acerca de la imposibilidad de un servicio digno, como una especie de fatalismo socio-económico?
Precisamente «porque estamos en Cuba», no podemos aceptar el maltrato y la insensibilidad despachándose a diestra y siniestra. «Porque estamos en Cuba», es que hay que resolver con urgencia la desidia, y extirpar las profundas causas que provocan el desinterés hacia el trabajo, en la gastronomía o en cualquier otra actividad humana.
El agónico transporte de Trinidad a Sancti Spíritus Eduardo Andrés González estudia en la Facultad de Ciencias Médicas Doctor Faustino Pérez, de la ciudad de Sancti Spíritus, y reside en Edificio 1, apartamento 4, esquina a Maceo, en la ciudad de Trinidad.El joven cursa la carrera mediante el sistema interno, que tantas posibilidades le brinda, pero semanalmente viaja a su casa, porque el hogar es el hogar, y muy necesario en esa edad. Y él no concibe que Trinidad, un emporio turístico, esté tan preterida en materia de transporte para los ciudadanos.
Asegura Eduardo que para transportarse entre esa villa y Sancti Spíritus, hay apenas dos viejos ómnibus. Los estudiantes y tantas personas que por asuntos médicos, legales y de trámites, deben trasladarse a la capital provincial, se las ven muy duras.
La terminal de ómnibus correspondiente en Trinidad, según Eduardo, semeja una ruina, entre escándalos y problemas. «Pedimos respuestas... y nos dicen que no hay combustible, que no hay carros, que se encuentran desahuciados». Añade Eduardo que en ocasiones han tratado de vincular las carencias provocadas por el bloqueo y los huracanes con los problemas organizativos de allí. ¿Cómo explicar que haya empleados que, según el joven, «arrebatan de la mano a los pasajeros los cinco y diez pesos que te exigen por encima del pasaje estipulado para subirte de manera ilegal?», manifiesta finalmente.