Acuse de recibo
La denuncia no proviene de áreas rurales precisamente, sino de la ciudad de Santa Clara. Allí, en calle Sexta y Doble Vía, Edificio 13, apartamento 2, Vigía Sur, la lectora Águeda Bravo Álvarez alerta sobre un fenómeno delictivo que se está registrando en nuestros campos, con la consiguiente afectación para los agricultores y para la economía del país.
Señala Águeda que «nuestros campesinos viven esclavos de sus siembras y animales», pues en esas soledades rondan malhechores que aprovechan la lejanía para robarles. Y casi nunca se atrapa a esos delincuentes.
La lectora sitúa el ejemplo de un agricultor conocido, a quien le robaron su única yunta de bueyes. El campesino, con no pocos sacrificios, pudo reponer esa dotación. Y en una semana volvieron a arrebatarle la nueva adquisición, a más de caballos y de destrozar sus siembras.
Ahora que Cuba ha decidido entregar tierras baldías para quien quiera cultivarlas, cuando precisamente el país encara el desafío de hacer multiplicar el suelo con estructuras y formas ágiles y eficientes, entonces ahí están como perturbadores de nuestros necesarios cambios los bandidos de los campos de Cuba. Tiene razón Águeda en alertar, como todo buen cubano que quiere lo mejor para su país.
«Es una lástima —argumenta— que jóvenes a quienes les gusta trabajar el campo, o veteranos que no pueden vivir sin su pedacito de tierra, y tengan la oportunidad de hacerlo, lleguen a sentirse desalentados cuando vean que lo que hacen con tanto trabajo —¡y mucho!— se convierte en nada por la acción de personas inescrupulosas».
Águeda tiene confianza en que las autoridades harán cuanto sea necesario para frenar los desmanes de quienes viven del sudor ajeno —y se burlan de él— en una hora tan crucial para la agricultura cubana y para el país. Muchos compatriotas, entre ellos este redactor, esperan lo mismo.
Hay humo en tus ojosHoy también traigo un S.O.S. ecológico, enviado por Tomás Jesús Álvarez Abreu, vecino de Máximo Gómez 89, entre Céspedes y Serafín Sánchez, en Fomento, provincia de Sancti Spíritus, quien es instructor de software del Joven Club Fomento II, en ese municipio.
Tomás Jesús se sobrecoge con el nivel de depauperación del planeta, pero no solo ve la paja en el ojo ajeno. Arrima esa inquietud al suelo nacional, para condenar a tantos que enrarecen la atmósfera con el humo:
«Cualquier ciudadano, no hay que ser un especialista o científico, puede mirar a su alrededor y percibir. Usted ve en concentraciones de personas y en lugares cerrados, a los indolentes fumando a todo placer, sin preocuparles si hay niños, embarazadas, ancianos o enfermos, o simplemente personas que no practican ese vicio. Y no se hace nada al respecto».
Me consta, como a Tomás Jesús, que todos los esfuerzos gubernamentales en poner orden en tal sentido, han quedado en eso: esfuerzos, amagos.
La otra diana de sus censuras son esos medios de transporte que enrarecen la atmósfera más allá de lo permisible, con extrañas alquimias de combustible que convierten las arterias citadinas en verdaderos infiernos para respirar.
Y la tercera es contra la quema de desechos y leña en sitios urbanos, que supone también la tala indiscriminada de árboles.
Tomás Jesús conoce de las acciones y los avances en materia medioambiental, pero remite su preocupación al ámbito de la vida cotidiana, que muchas veces dista de los grandes propósitos:
«Creo que es importante, y merece una atención especial por parte de la dirección del país y de las autoridades pertinentes, este problema, ya que en no pocas ocasiones a muchos de estos infractores se les ha llamado la atención por parte de otros ciudadanos que comparten su entorno, y han hecho caso omiso a los señalamientos».
Y concluye reafirmando la viabilidad de su propuesta, cuando afirma: «Espero que mi inquietud sea la de muchos otros lectores que, al igual que yo, desean un mundo más limpio y sano».