Acuse de recibo
Pedro M. Cruz lo narra ahora y le parece increíble: Luego del primer infarto hace cinco años, el corazón de su esposa Nora Sánchez volvió a agonizar el pasado 27 de agosto, allí en su casa en R. Illa 180, en Perico, provincia de Matanzas.
Muy mal estaba Nora cuando la llevaron al policlínico. Allí, en terapia intensiva se libró una batalla por la vida. Lo dieron todo, con esmero, las enfermeras Lala y Lourdes, así como la doctora Yamila y el enfermero Mario Chaviano, quienes no se encontraban de servicio y se personaron allí.
Una ambulancia del Sistema Integrado de Urgencia Médica (SIUM) la trasladó al Hospital Mario Muñoz, de Colón. Nora llegó muy grave a ese centro, y la llevaron de inmediato a Cuidados Intensivos, donde los doctores Silvestre, Gilberto, Ileana y todo el personal la atendieron con la delicadeza y eficacia requeridas.
Los diez días que Nora permaneció internada restableciéndose, fueron todo cuidados y desvelos, asegura Pedro. Cada paciente en aquella sala tenía una enfermera al pie de su cama. Y al fin Nora salió de allí una mañana abrazada a su esposo, con una esperanza en su hoja clínica.
Cuánto tenemos que agradecer a Cuba, confiesa él. Y dice más: qué deuda tenemos con tantas personas que a diario salvan nuestra vida sin costo alguno, desde el 1ro. de enero de 1959. Aun si el desenlace hubiera sido otro, él reconocería y agradecería tantos desvelos, asegura.
Puede parecer una historia común porque, por encima de dificultades que pueda tener el sistema de salud cubano, todos los días se salvan vidas en cualquier rincón del país. ¿Y hay algo más trascendente que la vida de una persona?
Pedro es feliz, con la felicidad de los agradecidos. Viendo recuperada a Nora, y mirando hacia atrás, el corazón de Pedro no podrá endurecerse nunca.
Ironías de la vida: te salvan con amor, y al mismo tiempo alguien hace sufrir a otros, hasta el borde del infarto, como les sucedió a Iluminada Rodríguez, Oneida Robaina, Esmeralda Calderón, Ernesto Lezcano y Juan Cristiá, quienes el pasado 24 de octubre denunciaron aquí que llevan 18 años como «ilegales» por cuenta ajena en sus propias viviendas.
Cuentan ellos —trabajadores de la Dirección Provincial de Recursos Hidráulicos en Camagüey— que como microbrigadistas construyeron un edificio de viviendas y desde 1988, fecha en que les fueron asignados los apartamentos, no han podido legalizarlos.
Aunque habitado, el inmueble está inconcluso: faltan pasamanos a la escalera, repello de la tercera planta, impermeabilización de los techos, pintura y luminarias. No tienen agua ni poseen instalaciones de acueducto. Y hace poco fue que les instalaron los contadores de electricidad.
Como el edificio está en esas condiciones, tampoco pueden tener sus libretas de productos normados. Ya los vecinos se han cansado de gestiones a distintos niveles...
Ahora responde Pilar Varona Estrada, directora provincial de la Vivienda en Camagüey, quien informa que el 30 de octubre, seis días después de la publicación, en reunión de esa entidad con el delegado de Recursos Hidráulicos en Camagüey y el director de la Unidad Provincial Inversionista de la Vivienda, entre otros, «pudimos conocer no solo el estado constructivo en el que se encuentra actualmente el edificio, sino que nos permitió evaluar la posibilidad de que por ese organismo se pudiera acometer su terminación antes de la culminación del año en curso, con nuestro apoyo».
La causa de todo, recalca, es que «se había previsto la construcción del inmueble de forma autofinanciada por el Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos, y se dejó de poner financiamiento central, lo que impidió la terminación...».
Se acordó apoyar con la asignación y aplicación del impermeable y se hizo levantamiento de otros recursos, entre ellos cuatro tanques de fibrocemento para el abasto de agua. Ya ventilaron los problemas de documentación y los aseguramientos no tienen dificultades. Semanalmente chequearán los acuerdos hasta concluir definitivamente la obra.
Agradezco a Vivienda su respuesta, pues Recursos Hidráulicos se ha mantenido en silencio. Y ahora, viendo todo así tan expedito y solucionable, tan triunfal, me pregunto si hubo que abandonar durante 18 años a esos trabajadores microbrigadistas a su suerte, y nadie se percataba de ello. Es como para infartarse, claro, siempre con la posibilidad de que le salven la vida a uno.