Ismael Clark Arxer. Autor: Calixto N. Llanes Publicado: 21/09/2017 | 05:10 pm
Este hombre de sangre inglesa y catalana nos recuerda que la humildad es un acto de poder: Ismael Clark Arxer (La Habana, 1944), presidente de la Academia de Ciencias de Cuba desde 1996, es poderoso por sabio, a tal punto que nos ha embelesado con verdades insondables. «La ciencia —nos dijo— avanzó durante siglos, simplificó los procesos reales, y tomó los ejemplos más sencillos para deducir explicaciones generales. Pero los procesos sencillos, esos estrictamente simples, en la realidad no existen».
El ser humano, de por sí, es un mundo infinito de complejidades, y dondequiera que esté «dos más dos no será cuatro». Así nos provocó este caballero moderno, graduado como Doctor en Medicina en la Universidad de La Habana en 1967, quien fuera miembro del Comité Ejecutivo del Panel Interacademias para Asuntos Internacionales (el cual agrupa a más de 90 academias de ciencias en el mundo), Miembro de Honor de la Sociedad Cubana de Epidemiología, y galardonado con la Legión de Honor de México en 2004.
—¿Cómo lograr, crecientemente, que todo el capital humano, todo el conocimiento que atesora Cuba, se convierta en mayores beneficios para la sociedad?
—Los indicadores de mortalidad infantil por cada mil nacidos vivos que Cuba ostenta son resultado del uso de la ciencia en una organización social justa. Otro ejemplo: que aquí un meteorólogo nos advierta con 72 horas de antelación sobre un evento de riesgo, es también una aplicación directa de la ciencia.
«Entiendo la interrogante. Pero la ciencia a veces se ve, y otras no. Es natural la tendencia a dar por hecho lo que se tiene, y a subrayar lo ausente. Ustedes posiblemente estén pensando en otros campos de la vida social y económica. Pudiera hablar sobre ello, pero no quiero pecar de sabiondo. Prefiero ofrecer una mirada desde la Academia de Ciencias.
«La Academia trabaja sobre todo con la conciencia, con la disposición, el prestigio y la autoridad de las personas. Me refiero no solo a los académicos, sino también al mundo de las sociedades científicas, y a sus directivos. Trabajamos con ellos en el sentido de hacerles ver que, independientemente de cualquier predilección, debemos hacer un esfuerzo razonable por plantearnos lo posible; y tener la vista puesta en los problemas del país; tratar de mover la vista y la gestión personal en el sentido de procurar algún tipo de solución para resolver nuestros desafíos.
«Cada etapa crea nuevos desafíos. El desarrollo de la salud al que estamos llegando nosotros, por ejemplo, plantea nuevos horizontes. Los problemas pasan ahora por combatir enfermedades crónicas no transmisibles. El desarrollo ha hecho que cambien las reglas del juego, y hay que lanzarse entonces a la prevención, al diagnóstico precoz, a la difusión de estilos de vida que prevengan la enfermedad, pues otros caminos se vuelven complicados tecnológicamente, muy caros e insostenibles».
—Decía Martí que gobernar es prever. Quisiéramos nos comentara sobre la utilidad de las Ciencias Sociales como herramienta de diagnóstico y de alerta para quienes deben tomar decisiones.
—Las Ciencias Sociales surgieron vinculadas a la necesidad de estabilizar o preservar sistemas de poder u organizaciones sociales determinadas. Tienen un contenido clasista; no son químicamente puras, ni neutras.
«Organizar, diseñar y ejecutar bien las investigaciones sociales, y aprovechar sus resultados, es una conducta inteligente y culta. Yo confío en la capacidad de la dirección social de nuestro país para servirse de esas herramientas.
«Sé que ha habido avances importantes en la comunicación entre los investigadores de cualquier tema en el ámbito social y humanístico, y las autoridades en diferentes niveles. Ese es un camino infinito y perfectible. Y es alentador darse cuenta de que en Cuba esa relación se da mucho mejor que en la mayoría de las sociedades contemporáneas. Tengo esa convicción».
—Hay una gama de logros científico-técnicos que demuestran la valía de nuestros investigadores. Muchas de esas propuestas son premiadas por la Academia, pero más de una se «engavetan»…
—Una de ustedes me comentó por teléfono sobre ciertos resultados «engavetados», y yo con cierta ironía, pero con total sinceridad, respondí: «Habría que preguntarle al de la “gaveta”, porque no siempre una “gaveta” con logros científicos es obra de la mala voluntad del dueño del buró». Estamos hablando de un terreno muy complejo; no estamos viendo unos animados de los buenos y los malos, o de los conscientes y los inconscientes, o de los justos y los nefastos.
«Ya dije que la aplicación de la ciencia es una ciencia en sí misma. Y los procesos actuales de uso del conocimiento, los procesos innovativos, tienen sus reglas. En primer lugar son procesos económicos, que transcurren en un escenario concreto. No son etéreos. Un proceso productivo lleva insumos, gastos, inversión de capital. Y si no están garantizadas las condiciones, se podrá tener entre manos el mejor conocimiento, y no poderlo utilizar.
«El quid está en avanzar cada vez más en establecer cadenas productivas sólidas, donde el mejor conocimiento se vuelque en procesos reales y económicamente sustentables.
«Ustedes me dirán que el científico no tiene por qué responsabilizarse con todo eso. Es verdad: no tiene que llegar a barrer el piso de la fábrica donde sean aplicados sus resultados, pero debe estar consciente de que es parte de un engranaje, y debe esforzarse porque esa cadena funcione mejor. El resultado final, cuando es positivo, lo retroalimenta a él mismo, le devuelve recursos, alientos, posibilidades de desarrollo. Y cuando digo científico también estoy diciendo centros de investigación.
«La ciencia debe nutrirse, económicamente hablando, de la prosperidad del país. Es una relación dialéctica. La ciencia tiene que esforzarse para que el país sea próspero, para que las decisiones que se tomen —sean a corto o largo plazo— cuenten antes con la mejor información disponible, con el mayor fundamento; para que las disposiciones no sean actos de arbitrariedad o antojo de alguien, sino fruto de la mayor sustentación científica, a pesar de que la ciencia no es exacta y de que dos y dos no son cuatro en términos sociales o económicos».
—¿Cómo salir adelante en medio de la obsolescencia industrial que tantas veces nos frustra, porque impide lograr ciclos técnico-productivos cerrados?
—La respuesta pasa por no empeorar ningún problema de los que hoy tenemos. Si usted tiene una planta obsoleta y lo que hace es echarla a andar a toda costa y a todo costo, haciendo cualquier daño ambiental, no está resolviendo ningún problema sino, muy probablemente, creando otros.
«De lo que se trata es de aplicar el conocimiento. Probablemente haya soluciones para echar a andar una planta paralizada bajo condiciones tecnológicas que no sean tan agresivas al medio ambiente como lo fueron en otros momentos. Lo cierto es que hay que vivir afectando lo menos posible al mundo que nos rodea. No es que podamos conservarlo intacto, porque significaría dejar de existir como especie. Pero debemos tener conciencia de la magnitud que tiene para el entorno cada paso emprendido en pos del desarrollo».
—¿Qué es lo que más desvela a Ismael Clark de la Cuba de estos tiempos?
—La posibilidad de perder las conquistas históricas alcanzadas por este pueblo en los últimos 50 años.
«Hay que trabajar con mucha responsabilidad para contribuir en todo lo posible a evitar la festinación y la improvisación. El país tiene la suerte de que puede tomar decisiones meditadas, fundamentadas; no tiene necesidad de improvisar. No quiero decir que se esté improvisando, pero los procesos sociales son muy complicados y resulta clave, tanto el esfuerzo de quienes deciden, como el de quienes ejecutan las decisiones; tanto el esfuerzo de quienes asesoran, como el de quienes escuchan el asesoramiento».
—Y todo ese esfuerzo en un planeta al cual, según dicen, no le queda mucho tiempo…
—Pienso que se corre un gran riesgo de perder la civilización humana. No sé si eso es pesimismo u optimismo. Dicen que un pesimista es un optimista bien informado. Esa es una expresión que circula entre los científicos.
«No es que la humanidad no sepa lo que hay que hacer. Es que la fiera que el ser humano lleva adentro impide muchas veces que la razón actúe. La única explicación de los desastres que estamos viendo es el egoísmo. No creo que el egoísmo sea resultado evolutivo de la especie humana, como sí lo son el altruismo y la capacidad de entrega y de servir. Las fuerzas atávicas del egoísmo son tan grandes que pueden poner todo en peligro».