SANTA CLARA, Villa Clara.— El regocijo se nos vino encima, cuando sentados frente al televisor, escuchamos desde ese pedazo de tierra entrañable que es el Moncada, las palabras dignas sobre nuestro país de un grupo de presidentes latinoamericanos, caribeños y el canciller de Ecuador.
Más allá del emocionado tributo a los Héroes, ese gesto diáfano, que solo saben hacer los agradecidos, de reconocer nuestra solidaridad y amistad, conmovió a los verdaderos revolucionarios y les causó, a no dudarlo, una mueca a nuestros enemigos.
Cada cual hilvanó un discurso a su manera, significando lo que representó el Moncada y recordando los valores que sembró la Revolución, mientras en sus rostros asomaban esos semblantes en los que uno descubre la sinceridad en palabras salidas del alma y el corazón.
¡Qué orgullo escucharlos hablar con esa admiración de Fidel! y más que de él mismo, de su obra, que trasciende al mundo y que a estas alturas, cada vez en mayor medida, alumbra y compulsa a los desposeídos.
En sus discursos brotaron las esencias que germinaron y se expandieron gracias a la Revolución, como la de no tener miedo y mostrar coraje, como el hecho de que el poder no importa, sino los principios y la disposición de lucha.
Fue expresado todo en un lenguaje respetuoso, pero viril, que fustigó el cruel e injusto bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba, y reconocieron el gesto altruista de derramar la sangre de sus hijos para ayudar a la liberación de otros pueblos, de tender la mano a cualquier país ante una catástrofe y esa virtud sublime de compartir lo que tenemos y no lo que sobra.
Tampoco olvidaron a Hugo Chávez, quien ayudó a recorrer y ampliar el camino de que Cuba fue iniciadora, ese de la independencia y la unión de los pueblos de nuestra América.
Los mandatarios y el canciller hablaron dignamente y nos emocionaron, porque sus palabras nos hicieron sentirnos más orgullosos, si cabe, de la grandeza de esta Revolución. Gracias, entonces, por ese amor hacia Cuba, que es decir a Fidel.