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No me arrepiento de nada

El Premio Nacional de Periodismo José Martí, por la obra de la vida, ha sido conferido en este 2025 a una mujer cubanísima, exigente y leal a toda prueba, de larga ejecutoria como reportera y directiva de prensa, Doctora en Ciencias de la Comunicación Social, con más de 50 años de entera consagración profesional en los que, según confiesa, no ha hecho otra cosa que «trabajar, trabajar y trabajar»

Autor:

Yoelvis Lázaro Moreno Fernández

De no haber sido por el impulso, los consejos y el buen ánimo de aquel amigo ingeniero que, a tiempo, justo a tiempo, hace más de cinco décadas, le avisó a una hermosa y entusiasta veinteañera, por entonces mecanógrafa de una unidad de la Agricultura en Holguín, sobre la convocatoria para estudiar por dirigido en la universidad, hoy sería otra la entrevista con que Juventud Rebelde, en la edición dominical que antecede al Día de la Prensa Cubana, estaría reverenciando al Premio Nacional de Periodismo José Martí, por la obra de la vida, conferido en este 2025.

Pero como la laboriosidad y la perseverancia han sido siempre su mayor credo y más genuino acto de Fe, más allá de esa otra que reza en su segundo nombre para los documentos oficiales, Edda Diz Garcés, con los arrestos que la caracterizan, no lo pensó dos veces y llenó aquella boleta de solicitud cuyo modelo todavía conserva, y para su sorpresa resultó seleccionada. Desde entonces no ha hecho otra cosa que «trabajar, trabajar y trabajar», me dice, a sus 73 años, tan atenta como rigurosa, con el tono campechano de siempre, saboreándose un rico café, que si no fuera por la fastidiosa gastritis estaría tomándolo a cualquier hora; aún bajo la conmoción por la noticia del altísimo reconocimiento que le ha sacado las lágrimas por estos días y que a partir de ahora une su obra al nombre del más universal de los cubanos.

«Lo que más me ha alegrado del premio ha sido sentirme querida con los mensajes de tantos amigos que me han escrito y me han felicitado en las redes. Te digo con honestidad que nada se compara con eso, ahí ha estado el mayor estímulo. Para mí el cariño y el respeto valen más que cualquier distinción al talento», confiesa esta mujer cubanísima, amante de su país y de los suyos, tan holguinera como la Loma de la Cruz, aunque me advierte jocosamente que no es para tanto; comprometida por encima de todo, con un sentido del deber y la responsabilidad que alecciona; de voz clara y precisa, más seria que bromista, con «mano de hierro y corazón de oro», como solía decirle un admirado colega; sensible, resguardada en los múltiples simbolismos de El Principito, su libro de cabecera; leal pero orgullosa de saber llamar al pan pan y de haberse plantado en sus trece cuando ha hecho falta. 

«Duermo tranquila porque no me arrepiento de nada. He estado consciente de todas mis decisiones y he dicho lo que he pensado en el lugar y en el momento adecuado. Y eso me hace sentir bien. Siempre he sido así, desde niña, desde jovencita, cuando ni por la cabeza me pasaba ser periodista y mucho menos dirigir un medio de prensa. En aquel entonces mi sueño eran las ciencias biológicas y la medicina.

—¿Medicina?

—Sí, soy una doctora malograda, sin título. Todavía en mi familia me consultan para las emergencias. Mis nueras me llaman desde donde estén y me cuentan los síntomas de cualquier nieto enfermo para que les dé los primeros auxilios. Antes de ir al médico casi siempre soy quien orienta qué hacer. Yo llego hasta ahí, hasta esos consejos, porque tengo un gran problema: no puedo ver sangre. De saber nada más que está cerca me desmayo. Y te imaginarás que con esa limitación no podía aspirar a nada en ese ámbito. Estoy consciente de que fui muy sobreprotegida, pero desde chiquita me enseñaron a tener los pies bien puestos en la tierra.

—¿Literalmente en la tierra?

—Bueno, casi casi, estás hablando con una guajira, guajira de verdad y a mucha honra. Aunque pasé una buena parte de mi vida en el mismo Holguín, mi madre fue a parirme con una comadrona a la casa donde vivieron mis abuelos, en el barrio de El Coco, en la zona de Yareyal, cerca de la ciudad. Nací allí en 1951 y después iba mucho a ese lugar. Y no había para mí mayor alegría que estar en aquellos campos, montar a caballo, irme para el río con los primos. ¡Mira que ha llovido desde entonces!, pero esos paisajes jamás se me han borrado. Y me encanta volver a mi terruño, visitar las provincias.

—¿Será por aquello de que el venado siempre tira pa’l monte?

—Tal vez. Déjame decirte que yo sí viví en el monte, en lo más intrincado. Pasé dos años de mi infancia en un campamento, antes de triunfar la Revolución, pues mi papá era de las tropas rebeldes y para allá se mudó mi familia. Yo no cursé prescolar ni primer grado. Mis padres fueron quienes me enseñaron a leer y escribir, y en febrero de 1959 entré por primera vez a una escuela. 

—¿De qué modo descubre el mundo de las letras?

—Cuando concluí 9no. grado opté por estudiar Ciencias Biológicas en el Pedagógico y me fui para Santiago de Cuba; pero había dejado a mi mamá sola y al poco tiempo decidí regresar. En lo que traté de incorporarme al preuniversitario matriculé cursos de Taquigrafía, Mecanografía e Inglés. Fue una etapa en que leí mucho, me acerqué a la literatura y tuve una vida bohemia que recuerdo con agrado.

«Al terminar el pre la situación económica de mi casa no era la mejor y no podía darme el lujo de dedicarme a los estudios universitarios todo el tiempo. Tuve que empezar a trabajar para ayudar a la economía de la familia. Fue entonces cuando me contrataron de mecanógrafa en una unidad de la Agricultura. Además de desempeñar funciones en el sindicato y como miembro de las brigadas juveniles del centro, de siete a ocho de la mañana, todos los días, daba clases como maestra voluntaria a estibadores y choferes de la empresa. Tenía apenas 21 años».

—Allí fue donde se enteró de la posibilidad de estudiar Periodismo mientras podía seguir trabajando. ¿Qué pasó después que la aprobaron?

—Antes de iniciar la universidad por dirigido tuve que pasar un curso introductorio de preparación general bastante intenso. Pero desde el primer año de la carrera sobresalí por los buenos resultados, el periódico enseguida me pidió y, al terminar ese primer curso, ya estaba laborando en ¡Ahora!, un medio del que había sido corresponsal voluntaria.

«Recuerdo como si fuera hoy mi primera cobertura en la calle: una asamblea sindical en un taller cercano a la sede del periódico, aquella hermosa casona de la calle Rastro donde poco a poco me fui enamorando del oficio, entre cafecitos y conversaciones muy saludables. Jamás olvidaré que una vez Cuqui Pavón, que era el alma del medio y quien fue uno de mis grandes maestros, me advirtió: “El día en que el ruido del linotipo y las máquinas que hay aquí deje de molestarte y se convierta en una especie de música para tus oídos, entonces ya te habrás adaptado y podrás decir que estás lista, que eres periodista”.

«Con orgullo digo que ¡Ahora! fue mi primera y más importante escuela en la profesión. Yo tenía adoración con el periódico. Allí se llevaba una vida agitada, pero teníamos tiempo para lo que hubiera que hacer. Las reuniones del comité de base las realizábamos al amanecer, a las seis y media de la mañana, que era el momento en que podíamos coincidir. Y allí estábamos todos muy contentos. ¡Qué etapa aquella!

«En una ocasión, sin haberme graduado todavía, salí a hacer un trabajo a la zona del antiguo Plan San Andrés, donde se concentraban varias escuelas al campo. Y entre una cosa y otra nos cogió la noche en aquel lugar. El fotógrafo, que a su vez era el chofer del motor sidecar en que andábamos, y yo no sabíamos qué hacer. Para no hacerte largo el cuento: tuvimos que quedarnos allí a la intemperie y esperar a que amaneciera. No lográbamos orientarnos, nos dimos la perdida del siglo en aquellos cruces de camino. A mi mamá casi le da un infarto, pero si algo me mostró aquella vivencia fue el valor de la decencia, la seguridad y la ética que ha de primar siempre entre compañeros, y especialmente en las circunstancias más difíciles».

—¿Cómo llega a la Agencia?

—A finales de 1976, al crearse la provincia de Holguín con la nueva división político-administrativa, me propusieron la dirección de la corresponsalía territorial de la entonces Agencia de Información Nacional (AIN), hoy Agencia Cubana de Noticias (ACN). Y ya en enero de 1977 estaba comenzando en aquella tarea, tarea en la que aprendí mucho y crecí extraordinariamente como reportera.

—¿Qué le marcó de ese período fundacional?

Edda (al centro) en una de las tantas coberturas en las que compartió con Fidel. Fotos: Cortesía de la entrevistada

—Los momentos con el Comandante en Jefe, que no fueron pocos. Como periodista estuve con él en muchas inauguraciones, muchos recorridos y visitas: en la Vocacional, en la fábrica de combinadas cañeras, en el hospital Lenin. Una vez me saludó en una cobertura, yo embarazada de mi primer hijo, con la barriga ya casi en la boca. Tuve el privilegio de conocerlo y acompañarlo bien de cerca en varias ocasiones. Fidel era un torrente, siempre te enseñaba.

—Después vino la radio. ¿Fue una misión o simplemente interés por conocer otro medio?

—Más que una misión, otra tarea como cuadro de la prensa. Me llevaron a apagar un fuego, pero atesoro buenas memorias como directora del sistema provincial de la radio en Holguín, que tiene varias emisoras municipales y una extensión geográfica que en ocasiones puede generar algunas complejidades. De ahí fue de donde me trasladaron para acá para La Habana a desempeñar una responsabilidad vinculada con la parte artística en la dirección de la Radio cubana. Yo digo que no vine para la capital, a mí me trajeron, y nunca he dejado de sentirme guajira aunque viva en la calle 23.

—En Trabajadores usted dejó igualmente una impronta. ¿Cuánto lleva consigo de lo que vivió en este órgano de prensa?

—Muchísimo. De Trabajadores también me enamoré, fue como otra escuela y una etapa profesional tremenda. Ahí pude dedicarme al abordaje de la ciencia y la tecnología y me curtí en el tratamiento de temas nacionales de agenda pública mediante el comentario, que es mi género favorito.

«A Jorge Luis Canela y Ramón Seijo, que fueron, además de mis primeros jefes, mis mentores, les debo mucho por todo su apoyo. Ahí hice lo que quise; me realicé. Disfruté el trabajo de una manera extraordinaria porque siempre me ha gustado mucho el perfil del medio. Y tuve la posibilidad de integrar, gracias a la iniciativa y el impulso del maestro Julio García Luis, el primer grupo de periodistas en activo que realizó el doctorado en Ciencias de la Comunicación Social».

—Cuénteme sobre esa experiencia. ¿Le fue fácil combinar las exigencias editoriales con los rigores de la investigación?

—Llevó bastante empeño, bastante dedicación, pero todo salió porque mucha gente me apoyó y desde el primer momento conté con el acompañamiento del propio Julio y de la Doctora Hilda Saladrigas Medina como tutores. Fui de las primeras en defender la tesis, en 2011, con un estudio sobre las mediaciones entre la cultura profesional y las lógicas de producción periodística para la web, a partir de lo que se hacía en Granma y Trabajadores.

«Creo que el doctorado me ayudó a cambiar la mirada sobre muchos procesos, a darle mayor importancia a la innovación, a valorar más los resultados de un análisis científico para la toma de decisiones. Como mismo reconozco que esa formación me aportó muchísimo, te digo que la docencia no es lo mío porque no me siento cómoda frente al aula. Prefiero explicar lo que sea en el terreno, enseñarles a los muchachos de prácticas en la cobertura, en la Redacción, pero no me pidas que dé clases.

«Al poco tiempo de graduarme como Doctora, aclaro que no en Medicina como de jovencita había soñado (se ríe), y ya con algunos años como subdirectora de Trabajadores, me propusieron volver a la Agencia. Como casi siempre, di otra vez el paso al frente». 

—Reza un viejo refrán que segundas partes nunca fueron buenas. Sin embargo, en los últimos diez años usted ha demostrado todo lo contrario...

—Mi regreso a la Agencia Cubana de Noticias, entonces se llamaba todavía AIN cuando me reincorporé, no resultó complejo. Conocía el medio, sabía lo que se debía hacer como directora, lo que había era que coordinar y organizar el trabajo, que aquí no termina. Todo el tiempo y a toda hora se está produciendo.

«Este es un colectivo muy laborioso, muy sacrificado, de gente humilde, que ha hecho posible la transformación editorial, tecnológica y económica de la ACN como el gran multimedio que es hoy, con resultados reconocidos en casi todos los festivales nacionales de la prensa.

—Hablemos ahora de periodismo. ¿Qué considera que no puede faltar en el discurso de nuestros medios?

—El argumento, la verdad fundamentada. Nuestra batalla se gana del lado de la razón. En un escenario tan complejo como este, el profesional de la prensa necesita llegar a fondo, decir todo lo que haya que decir con objetividad, condimentando los elementos de juicio con creatividad y atractivo. Hay que saber para quién escribimos. Estamos llamados a ser más inmediatos, a comunicar más en tiempo real, a dejar a un lado las reseñas de reuniones y recorridos y apostar mucho más por las soluciones.  

—En su larga trayectoria sobresalen de manera especial funciones de dirección. ¿Ha tenido su propio método para conducir equipos y procesos?

—El respeto y el ejemplo son las claves. No se puede pedir ni exigir lo que una no es capaz de hacer. Hay que escuchar también a la gente, porque de lo que se logre entre todos depende el éxito del directivo, al que nunca se le han de subir los humos para la cabeza. 

«A veces los que dirigen son ignorados o subordinados a la hora de reconocerse su labor como profesionales. Quien tiene la responsabilidad de conducir un medio es un coordinador, un planeador de agendas, prepara la labor de mesa, interviene en los intercambios en los que se construye y discute lo que se quiere, vela por la concepción integral de la publicación, desde los temas, las fotos, el diseño y los titulares. Cuando se logra materializar un proyecto editorial que distingue a la organización, ahí está también la realización del jefe, su aporte, el mérito de su trabajo.

«Yo acabo de presentar la jubilación, pero sigo en pie. Seguiré laborando mientras pueda y tenga deseos. Estoy iniciando una nueva etapa en mi vida».  

—¿Cómo es Edda en casa?

—No te puedo negar que las tareas domésticas las detesto. Hago lo que tengo que hacer porque no me queda más remedio. Todavía limpiar y lavar lo tolero un poquito, pero cocinar es lo que menos me gusta de todo. Por suerte mis nueras, que las considero mis hijas, tienen un punto de sazón exquisito. Y eso me alivia muchísimo.

  

La familia y, en especial, los nietos han sido inspiración, refugio y motivo de alegría. Fotos: Cortesía de la entrevistada

«Disfruto la serenidad del hogar y sobre todo cuando se me llena. Siento un placer tremendo cuando preparamos un almuerzo o un motivito por lo que sea y nos reunimos. Tengo dos hijos, cinco nietos (cuatro varones y una hembra) y entre nosotros no hay distancia. He sido una defensora perenne de la unidad de mi familia, en la que he encontrado siempre total respaldo, apoyo, refugio material y espiritual y toda la comprensión del mundo. A mi madre, que falleció sana y lúcida a sus 98 años, la cuidé con devoción hasta su último suspiro.    

«Como casi todo el mundo sabe, mi esposo también es periodista, ha trabajado durante muchísimo tiempo conmigo en la Agencia. Jamás lo favorecí por ser yo la jefa, pero noto que en ocasiones en la casa nos hemos acalorado sanamente discutiendo asuntos de la profesión y hemos tenido que llamarnos a la calma, al punto de decirle: “Ya, Lino, ya, dejemos ese tema, vamos a comer tranquilos”».

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