La posmoderna y tecnocrática humanidad está desafiada por un Estado «meñique» entre las montañas asiáticas. Dejó de medir el desarrollo según los vaivenes del producto interno bruto, para hacerlo con algo tan maravillosamente carnal y sensible como la felicidad bruta interna.
Mientras más se repasa esta «excentricidad» de Bután, en un mundo gobernado por el financismo y el mercadeo extremistas, mayor es su punto de contacto con lo que aspira la Cuba de la actualización económica.
Según analistas, los líderes budistas y el pueblo de esa nación buscan combinar la modernización económica con la solidez cultural y el bienestar social. La felicidad bruta interna va mucho más allá del crecimiento generalizado y a favor de los pobres. Bután también se interroga cómo se puede combinar el crecimiento económico con la sustentabilidad ambiental, cómo preservar su igualdad tradicional y fomentar su legado cultural único, y cómo los individuos pueden mantener su estabilidad psicológica en una era de cambio rápido, signada por la urbanización y una avalancha de comunicación global.
Cuando se profundiza en semejantes presupuestos, se concluye que pocos espacios planetarios cuentan como Cuba con un sedimento tan esencialmente humanista para profundizar en propósitos parecidos, desde que la Isla despertó al enero de 1959 con el triunfo de una insurrección que situó al hombre, su libertad, esperanza y felicidad en el centro de todas las cosas.
Ello puede asegurarse pese a los bien intencionados errores de idealismo, una de cuyas consecuencias es, precisamente, la de haber querido repartir más bienestar del que permitía la economía con sus implacables lógicas, terminando por crear desproporciones e insatisfacciones que busca enmendar la reactivación en marcha.
Olvidamos al venerable Marx en sus alertas de que la base económica determina la superestructura; y el reajuste intenta corregir esa falta de consecuencia con los clásicos del socialismo, pues solo el tronco anchuroso de la economía hace crecer perdurablemente las ramas de la felicidad.
Pero el extraño sueño de Bután trae otras advertencias. Lo hace contra quienes desde dentro alimentan ciertas ideas de «socialismo neoliberal», que nada tendrían que ver con los presupuestos de la actualización. Ignorantes de que en la esquina histórica de 23 y 12, en La Habana, se proclamó hace casi 50 años, víspera de los combates de Girón, que la cubana era una Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes; y por ello Socialista.
Además, nos previene frente a quienes pretenden hervirnos cocimientos más amargos como remedio a los errores, enmascarando las reacciones adversas y los efectos secundarios, para decirlo con tonos farmacéuticos. Casualmente, por estos días circula en Internet uno de esos análisis que no replican de buen gusto quienes llevan las riendas del desgobierno informacional global.
Resulta que un informe de la ONU reconoce las graves consecuencias sociales del cambio al capitalismo en la ex URSS y los países de Europa del Este. Reproducido por un columnista de la revista Libre de Pensamiento, el material apunta que esa restauración significó un retroceso para todos los países de Europa del Este, tanto en el plano económico como en el social.
Según Naciones Unidas, el paso de una economía planificada a la de mercado se acompañó de grandes cambios en la repartición de la riqueza nacional y del bienestar, y las cifras muestran que es la mutación más rápida jamás registrada en su campo. «Esto es dramático y ha acarreado un costo humano elevado».
El organismo internacional destaca que las acciones de la economía del Estado se vendieron a precios ridículamente bajos y una gran parte del poderoso aparato económico e industrial se desmanteló. En algunos años, especifica, la gran potencia industrial que era Rusia se convirtió en un país del Tercer Mundo. La Unión Soviética retrocedió en unos cien años.
Si en lo económico ese es como el Guernica de aquel modelo de socialismo, la situación social haría persignarse a los mismísimos monjes budistas de Bután, pues la lista de calamidades es larga. La ONU refiere que cerca de 150 millones de habitantes de la ex Unión se sumieron en la pobreza a principios de los años 1990. Un décimo de los habitantes de los antiguos países del Este está subalimentado.
El documento especifica que por vez primera desde hace 50 años el analfabetismo reapareció, la tuberculosis está de nuevo casi tan expandida como en el Tercer Mundo, crecieron sustancialmente los casos de sífilis, el número de alcohólicos se duplicó en Rusia.
Naciones Unidas estima que el número de muertos en los antiguos países socialistas que se atribuyen a las nuevas enfermedades (fácilmente curables) y a la violencia (guerra), fue de dos millones en los primeros cinco años del paso al capitalismo.
Todo ese panorama, revela al artículo, hace que la población oscile entre la decepción, la resignación y la indignación. Ni siquiera la Polonia que se reconoce salió más indemne de la transición escapa de ese estado.
En ese país, donde el socialismo nunca tuvo una existencia placentera, el 44 por ciento de los habitantes juzgan ya el período del bloque del Este como positivo, mientras el 47 por ciento estiman que el socialismo es una buena doctrina, que «ha sido mal aplicada». El 76 por ciento de los alemanes coinciden con los polacos en ese parecer, y solo uno de tres está satisfecho con la forma en que funciona ahora su nación, por mencionar algunos ejemplos.
Esa dura decepción nos conmina, como recientemente sentenciara Graziella Pogolotti, a rescatar, atemperado a las premisas de la contemporaneidad, y extrayendo las lecciones del propio aprendizaje secular, nuestra plataforma, válida para el porvenir y para dar respuesta a nuestros desafíos.
La Cuba de la actualización económica y social conducida por el Partido y la Revolución está plantada frente a la necesaria refundación de su humanismo. Pues como explica la prestigiosa intelectual, más que ninguna otra, la circunstancia nacional exige la asunción de esa perspectiva.
Sencillamente hay que aprender a guiar de forma eficiente la economía, para que produzca esa renovadora felicidad sustentable.