A lo mejor en la casa había un foco de vectores, pero aquel verificador de la campaña contra el Aedes aegypti, sudoroso y cansado, prefirió hacer su tarea «al flojo y con tregua», aunque el dueño de la vivienda le ofrecía la posibilidad de comprobar por sí mismo. Ahora, en alguna gaveta, la planilla colmada de mentiras en el umbral de la puerta, proclama a los cuatro vientos que se cumplió el objetivo; mientras algún niño del barrio desespera de fiebres.
Cuando me narraron la historia de la supuesta inspección, la reconocí en cierta tendencia al fraude y la simulación que ha abierto brechas en nuestra sociedad: la falsía y el engaño como método de salir cómodamente de los deberes, más que de cumplirlos con responsabilidad. La resurrección de aquel viejo adagio: «El papel lo aguanta todo».
Aunque la deshonestidad no sea mayoría ni mucho menos, debe inquietarnos que el timo haya proliferado como verdolaga en ciertos sitios y personas, a despecho de los esfuerzos que hace el país por profundizar la institucionalización y extender el estilo del rigor y la verdad.
¿Vamos a aceptar como inevitable la dicotomía entre «la verdad verdadera» y los triunfales informes?: Datos que se elevan de despacho en despacho, asegurando que, por ejemplo, tantas viviendas fueron concluidas, aunque les falten ventanas y puertas, o no se hayan resanado. Por esos vacíos se filtran las mentiras, además de los recursos fugados. Las estadísticas de las obras erigidas no se destiñen, pero sí las paredes, cuya pintura al poco tiempo empieza a difuminarse de tanta agua añadida.
En una reunión alguien asegura que el pollo normado «de población» fue distribuido en todo el territorio, aunque a la casa de Juana y de Berta ya llegue disminuido por los voraces zarpazos de una cadena gananciosa, y al final algunos especialistas calculen el consumo per cápita de proteínas del cubano.
El ser humano es una criatura frágil, sea quien sea, comienza a engañar el día en que sus falsedades y trampas no encuentran resistencia ni enfrentamientos, porque no se detectan; o porque demasiadas personas se hacen de la vista gorda, y terminan aceptando como algo normal lo injusto.
El engaño como salida puede fijarse como un patrón de conveniencia muy temprano en la vida, si te entrenan en la oportuna comodidad de la doblez, o incluso cuando en la escuela te promueven de grado sin tener los conocimientos.
Es cierto también que prohibiciones y rigideces de la sociedad cubana, ya envejecidas por el tiempo y la vida —y que aún no han encontrado liberaciones—, promueven la comisión de ardides y tretas con fachadas aparenciales en la solución de muchas necesidades cotidianas. Como que muchas realidades socioeconómicas están urgidas de transformaciones —para más y mejor socialismo— que deben fortalecer el sentido de pertenencia tan erosionado, y el interés por una participación activa en la construcción de nuestra sociedad.
Pero si no se le pone coto ahora a la mentira y al fraude, mañana, cuando hayamos actualizado nuestro modelo económico, ya será muy tarde. Es elocuente que en la reciente Comprobación Nacional del Control Interno, a tantos años de estar proclamando la gravitación estratégica de este, el 41,6 por ciento de las entidades verificadas obtuvieron calificación de deficiente o mal: eso es que no controlan rigurosamente los recursos materiales, financieros y humanos. Que no atienden bien «el negocio» socialista, ni pueden descansar en su contabilidad. Que se les van de las manos los hechos económicos… y algunas cosas más que son muy tentadoras. Que de alguna manera, consciente o inconscientemente, operan como aquel inspector de la campaña contra el mosquito.
Por eso no podrán escatimarse esfuerzos en la cruzada contra las falacias y el fraude. Porque lo más peligroso sería que, de no resolverse esta gran debilidad de la economía y la sociedad, se desataran ciertas pandemias y virus incontrolables para el socialismo. Solo la verdad, el rigor y la eficacia pueden inmunizarnos a tiempo.