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Emilia hizo más que bordar una bandera

Con el apoyo decisivo de Eusebio Leal, la historiadora Clara Enma Chávez cumplió su sueño de regresar a Cuba los restos de la matancera que confeccionó la primera bandera cubana

Autor:

Hugo García

MATANZAS.— Fotografías, manuscritos, cartas… muchos documentos son colocados encima de la mesa como firme evidencia de las horas que durante años dedicó la máster Clara Enma Chávez Álvarez, historiadora e investigadora matancera, a reivindicar la obra y vida de Emilia Margarita Teurbe Tolón y Otero (Matanzas, 9 de enero de 1828–Madrid, 22 de agosto de 1902), la bordadora de la primera bandera cubana, pieza que se encuentra en el Palacio de los Capitanes Generales, en La Habana.

En 2008 Chávez Álvarez concluyó una investigación que fue publicada en Ediciones Matanzas con el título Emilia Teurbe Tolón: Encarnación de la mujer cubana. Pero habían quedado algunas lagunas: «Faltaba saber con exactitud dónde yacían sus restos, porque Emilia vivió en Matanzas y después fue para Estados Unidos, expulsada de Cuba por su implicación en la conspiración de Narciso López y el grupo anexionista.

«Allí se radicó en Nueva York, pero regresó a Cuba y se estableció en Matanzas, donde es repudiada por la sociedad y las autoridades eclesiásticas porque venía casada en segundas nupcias sin haberse disuelto el matrimonio por la iglesia con su primo Miguel de Teurbe Tolón, realizado en la Catedral de Matanzas.

«Llega a una ciudad que casi es una aldea. Como son primos, los suegros son sus tíos y los amigos son íntimos de los dos, lo cual avivó el rechazo social al considerarla adúltera. Con ese segundo esposo se casó en Nueva York y vinieron a Matanzas a radicarse. Era un médico de ascendencia francesa, pero él no tuvo ninguna implicación con la conspiración.

Foto: Cortesía de la entrevistada

«Ella pide el divorcio por lo civil en Nueva York y se vuelve a casar en la Iglesia de Cristo. Era religiosa, pero no puede hacerlo en una iglesia católica, como se había casado en Matanzas; por eso se casa ante un juez, que en Estados Unidos estaba permitido, y en la Iglesia de Cristo.

«En 1854 regresa a Matanzas y ocurre ese rechazo. No la reciben sus amistades y además la encausan en un Tribunal Eclesiástico, con notificaciones en la prensa de la época, como el periódico La Aurora, para que dirimiera la ofensa que había cometido.

«La solución fue irse para La Habana a reiniciar una nueva vida. Allí enviuda y se casa posteriormente con un hombre de Ciego de Ávila, vive un tiempo en Camagüey y luego regresa a La Habana. Casada por tercera vez, decidió salir del país en 1898 y dijo que no regresaría a Cuba mientras la Isla siguiera siendo española.

«Viaja a España y se establece en Islas Canarias, donde su tercer esposo tenía propiedades. Este muere en ese lugar y ella se radicó en Madrid. En todo ese tiempo Emilia Margarita, una persona de mucho dinero, viajó varias veces a Francia. Falleció el 22 de agosto de 1902 muy sola, porque no tuvo descendencia, sin familia y viuda de tres matrimonios.

«Para mi investigación tendría que haber rastreado la información en todos esos lugares, posibilidad que por supuesto no tuve. Trabajé desde aquí, usé fuentes primarias y casi todas me ayudaron a reconstruir su vida, pero sin ver la documentación exterior».

Emilia Teurbe, Ernesto Martínez, Clara Enma y Eusebio, además de familiares de Emilia. Foto: Cortesía de la entrevistada

Esperanzas e inquietudes

«Respecto al cadáver, ocurre que no estaba en Matanzas, en el panteón de los Teurbe Tolón, y tampoco en el cementerio de La Habana, donde encontré el panteón del segundo esposo. Tuve que cerrar la investigación y el libro se publica con esa serie de lagunas.

«Por otro lado, su primer esposo, Miguel Teurbe Tolón, diseñador de la bandera cubana, también regresó de Estados Unidos, pero por razones de salud, sin aceptar una amnistía que dieron los reyes españoles para que todos los exiliados pudieran regresar a la Isla, con la condición de que abandonaran la política y residieran en su lugar de nacimiento.

«Emilia sí regresa en virtud de esa amnistía. Ella se había casado con 16 años de edad y ese matrimonio duró diez años. Miguel estaba tuberculoso y cada día estaba peor. Su madre intercede para que lo dejen regresar y vuelve casado, con una hija a quien nombró Estrella, por la bandera. Ambas eran norteamericanas.

«Los tres viajaron a una finca cañera en el poblado de Cabezas para intentar restablecer la salud de él, pero eso fue imposible. Al final murió en la casa materna, en la calle Contreras, y lo enterraron en el primer cementerio de Matanzas, pero sus restos no han sido localizados».

Tumba en el cementerio Almudena, de Madrid. Foto: Cortesía de la entrevistada

Respirar hondo… y seguir

«Los restos de Emilia seguían desaparecidos cuando sale mi libro. Yo reanudo relaciones con un primo mío radicado en España, quien hacía el árbol genealógico de nuestra familia, y le explico lo de mi investigación sobre Emilia.

«Mi primo, Ernesto Martínez Pérez, pintor contemporáneo con muchos premios y exposiciones, se entusiasmó porque amaba esa historia escuchada en la escuela primaria y se dispuso a ayudarme. Buscó en todos los cementerios de Madrid, hasta que en el de la Almudena encuentra Teurbe Tolón y localiza la tumba, abandonada. Por espacio de cien años nadie la había visitado y sus inscripciones estaban medio borrosas. Con paciencia y en varios viajes encontró el lugar. «Aparentemente todo quedaba ahí. A principios de 2009 a Ernesto le avisan desde el cementerio que va a ser demolida esa zona para ampliar la parte moderna, y todo familiar que quisiera conservar los restos tenía que presentarse antes del año para exhumarlos y depositarlos en otro sitio.

«Ernesto estaba interesado y alarmado a la vez porque no tenía posibilidades de realizar ese tipo de trámites. Me lo comunica y traté de resolver el problema con autoridades de Matanzas, pero no obtuve respuestas.

«El tiempo pasaba y no podía esperar. Por eso me dirigí a la Sociedad Económica Amigos del País (SEAP) en La Habana para ver a su presidenta. Pensé que era el lugar idóneo, ya que Emilia fue una de las benefactoras de la enseñanza para niños pobres en Cuba, de las que respaldaba esa Sociedad. Ella dejó todos sus bienes con ese objetivo, y esos bienes fueron utilizados en una escuela anexa que era sostenida por los fondos de los benefactores de la Sociedad, hasta que se nacionalizó la enseñanza. Su legado no era solo dinero: ella tenía muchas propiedades, y el alquiler de esas casas se sumaba a ese legado.

«Cuando hablé con Deysi Ribero, entonces presidenta de la SEAP, me explicó que ellos no contaban con fondos para hacerlo, pero que podíamos hablarlo con Eusebio Leal. De verdad nunca pensé acudir a Leal en primera instancia. Inmediatamente que ella habló con el Historiador de La Habana, él le recomendó establecer una comunicación directa conmigo para que le dijera qué era necesario hacer»

Plano del cementerio de Almudena, en Madrid. Foto: Cortesía de la entrevistada

Discreción y diligencia

«A partir de ese momento empezó el proceso de legalizar una posible exhumación en Madrid y posterior traslado a Cuba de los restos. Todo eso de modo muy reservado. Lo primero era buscar el testamento de Emilia para comprobar si había algún familiar al tanto o si había algún acto de última voluntad que impidiera ese traslado.

«Volví a la investigación y revisé toda la documentación, mientras en España Ernesto se ocupaba de buscar lo que fuera necesario con la administración del cementerio y los registros civiles.

«Finalmente en la capital española halló el certificado de defunción. Fue a todos los registros civiles y en uno de esos encontró la dirección de la casa donde falleció Emilia. En ese documento oficial aparecía la dirección, hora del deceso, causas y cementerio donde sería enterrada.

Lugar donde murió Emilia en Madrid. Foto: Cortesía de la entrevistada

«Hizo todos los trámites, y como ya la Oficina del Historiador estaba respaldándonos, la Embajada cubana en España estaba al tanto y entró en acción. Todos los correos los intercambiábamos y el llamado de Leal era a que tenía que ser un proceso muy discreto, argumentación que no requería explicación: estaba claro lo delicado de lo que hacíamos.

El cadáver se lo entregarían legalmente a Ernesto, pero me entero después de hecha la exhumación porque todo era medio en secreto y ni en correos se mandó a Cuba esa información. No supe nada hasta que se trasladaron los restos hacia el lugar que decidió la Embajada.

«Luego me entero que ya estaban en Cuba, sin precisión de fecha de llegada. No se inhumó de inmediato de nuevo porque, me dice Leal en un correo, quería encontrar el sitio de honra y honor que ella merecía.

«Leal me dijo que no era fácil conseguir un terreno en el cementerio capitalino de Colón, donde estaban todas las parcelas ocupadas. Le habían ofrecido varias propuestas que él no aceptó porque quería una en la zona cercana a La Capilla, donde están las grandes mujeres y hombres de la historia patria.

«Finalmente se preparó todo para el 23 de agosto de 2011. Leal me llama y me invita personalmente, y también invitó a Carilda, pero ella no pudo asistir. La ceremonia militar en La Habana fue la que se merecía, la que no tuvo en España, donde la enterró el apoderado que manejaba sus bienes y dinero en Madrid. Solo él acudió al entierro.

«Aquí se trasmitió por la televisión y hubo cobertura de prensa. Incluso vinieron familiares de Emilia desde Estados Unidos. Fue una ceremonia sublime, lo máximo que se merece una persona, y las palabras de Leal fueron emocionantes».

Personal de la embajada cubana en España en la exhumación de los restos de Emilia. Foto: Cortesía de la entrevistada

—¿Cómo asumió Leal el proceso?

—Con mucho cariño desde el primer momento. Se comunicaba personalmente con Ernesto y conmigo en una correspondencia constante. En cada palabra se nota su entera conciencia de lo que significaba Emilia, porque de verdad Leal fue siempre admirable en sus conceptos sobre nuestra historia y sus personajes.

«En el caso de Emilia, además de traer sus restos, insistió para que se publicara la biografía y se investigara en qué casas había estado en Cuba. Todo gracias a su fuerza, su empeño, a su sistematicidad. Siempre decía: “Ahora hay que hacer esto, y cuando lo hagas me respondes”. Así era Leal.

«Él presentó en La Habana mi libro Hacedora de la bandera cubana: Emilia Teurbe Tolón y Otero (Ediciones Boloña), porque yo estaba ingresada en un hospital en Matanzas. Escribió el prólogo y decidió que cuando yo estuviera bien de salud vendría a Matanzas a presentarlo. Lo hizo por Emilia, porque sabía que en todo lo que yo estuviera presente estaba representando a aquella mujer cubana».

Justicia pendiente

«Emilia no solo tuvo el honor de bordar la bandera, hizo más, pero la historia de Cuba siempre ha hecho énfasis en los patriotas hombres. Incluso en toda la literatura, al hablar de Emilia se dice “la esposa” o “la prima” de Miguel, o que llevó al lienzo “el diseño de su esposo”. Esa injusticia fue lo que me estimuló a trabajar».

—¿Acaso no fue así?

—Fue así, pero no está bien nombrarla como “la esposa”. Ella es Emilia Teurbe de Tolón y Otero. La historia la pone en función del esposo, nunca la reconoció abiertamente. En el centenario de la Bandera, en 1950, le conceden el título de Consagración de la Mujer Cubana. Ese fue el único homenaje que le hizo la República prerrevolucionaria.

«La historiografía siempre la llevó a un segundo plano. En todos mis estudios comprobé que se repetía lo mismo. Desde principios del siglo XX ya la tienen en segundo plano por dos razones: la tendencia a explicar siempre al héroe hombre y la discriminación y los prejuicios sociales, porque quienes escriben por primera vez esa historia eran amigos de la pareja y ella había dejado al marido para casarse con otro hombre.

«Incluso en poemas contemporáneos se dice que ella es la causa de su muerte: “No podrá llorar nunca al lado de su tumba porque fue la mano que lo mató”. Consideraban que Miguel, angustiado por la pérdida de Emilia, frecuentaba bares, dejó de trabajar y vivía de lo que le ofrecían sus amigos, pero la tuberculosis no fue culpa de Emilia.

«Todo aquel rechazo de su regreso a Cuba se va a reflejar después en la historiografía, y no había razón para discriminarla por su proceder personal. Sencillamente decidió divorciarse y casarse de nuevo. ¿Por qué no podía hacerlo? Por ser mujer. Verdaderamente rompió con una época en la que era difícil hacer eso. Fíjate que cuando muere Miguel ella hizo una boda con su segundo esposo por la Iglesia Católica.

«Esa es la mujer que al irse de Cuba donó todos sus bienes a la SEAP para emplearlos en la enseñanza pública, y cuando va a morir a principios del siglo XX, dona lo que le queda en joyas y bienes en la capital española para una escuela de niños pobres.

«No es solo la muchacha que acompañó a aquel núcleo de conspiradores al exilio. Ella, igual que otras mujeres, como la esposa de Cirilo Villaverde, ayudaba en la impresión del periódico de los anexionistas, hacía colectas para recaudar fondos para la expedición que se preparaba en Nueva York, hacía colectas para ayudar a las mujeres y a las familias de los exiliados con menos recursos, distribuía el periódico La Verdad, que era bilingüe…

«Investigué en el Archivo Nacional de Cuba y a Emilia le oficiaron una causa judicial: le cogieron cartas que le mandaba Miguel en las que quedaba claro que ella estaba al tanto de la conspiración porque le preguntaba cómo estaban los ánimos en la Isla, si habían recibido los figurines… Ella está en la conspiración y fue juzgada con otros dos acusados. Por eso la deportan, por problemas políticos».

—Con el regreso de sus restos ¿eso ha quedado resuelto?

—No está resuelto totalmente, porque aún la prensa incurre en ese error de ponerla en segundo término, aunque Leal resolvió de un soplo ese problema, lo cubrió, lo sanó y rectificó.

«Ese soplo fue la necesidad, porque se iban a perder los restos. Bastó mostrarle la biografía —que me pidió enseguida para conocer detalles de Emilia— para que él la dignificara como no se había hecho nunca. Pienso que eso solo lo pueden hacer los grandes hombres como Leal, porque puedes ser buen profesional, buen historiador, pero algo tienes que tener para ir más allá de tu profesión».

—¿Usted ayudó a dignificar a Emilia?

—Me siento satisfecha con el trabajo. Puede ser mi peor libro, podría contar con algún error en la escritura, quizá pude haber hecho más en la investigación, pero puedo morirme tranquila diciendo que mi gran obra fue que dignificaran a Emilia y la trajeran a Cuba. Fue Leal quien presentó su biografía y a mí como su biógrafa. Lo mayor de mi vida ha sido verla en tierra cubana, con los honores que le correspondían. También mi primo Ernesto recibió reconocimientos de Leal y de la Embajada porque lo hizo desinteresadamente, usando su tiempo de una forma honorable.

—¿Emilia volvió a ver la bandera?

—La original se la habían regalado a Narciso López porque había que traer la bandera en la expedición y él pidió el modelo para confeccionar las que ondearían en las dos embarcaciones. Cirilo Villaverde era el secretario de Narciso López y su cuñado. Fracasada la expedición, Cirilo guarda la bandera original y luego se la entrega a su hijo, quien la dona a la Presidencia en Cuba.

«En abril de 1850, cuando llega Emilia deportada a Nueva York, Narciso le pidió que hiciera el modelo para que las costureras confeccionaran otras. La utilizaban los emigrados de Nueva York en los honores que le hacían a cubanos que allí fallecían, cuyos féretros eran cubiertos con esta.

«Según el relato de Cirilo Villaverde, testigo de la escena, “la grácil y activa dama, entusiasta y filibustera como su marido y sus demás compatriotas”, hizo la bandera con cintas de sedas blancas y azules y un retazo de tela roja. La estrella también era de seda. Tenía un ribete del mismo género, blanco y trenzado. El azul era muy fuerte, lo mismo que el rojo. Medía 18 pulgadas de largo y 11 y media de ancho, cada lado del triángulo 11 pulgadas y de una punta de la estrella a la opuesta, tres pulgadas.

«Ese modelo lo usaron dos jóvenes norteamericanas para confeccionar otras banderas. Son las hijas de propietarios de dos periódicos de Nueva York que habían apoyado a Narciso con dinero y con la divulgación de la causa. Incluso la bandera ondeó primero en sus redacciones, y la publicaron con una reseña de lo que significaba el diseño.

«Similar bandera la usan en Camagüey los Agüero cuando se sublevan contra el poder colonial, confeccionada por una camagüeyana exactamente por el modelo de la de Emilia. Todavía no había ni patria ni nación, éramos colonia de España y la bandera que ondea oficialmente es la española.

«Agüero la lleva, y cuando Céspedes se alza no tiene el modelo porque no ha circulado en Oriente; por eso usa la estrella y los tres colores, pero con un diseño distinto. Un año después del inicio de la guerra, en Guáimaro, se decide que entre las dos quedara la actual porque fue la primera y con esta se había regado sangre en su nombre, aunque no en la contienda por la independencia, porque esa guerra se inició en el 68. Sería un error decir eso.

«Esa fue la determinación en aquella época. En algunas clases de historia y en algunos momentos han confundido a la joven que borda la bandera con la camagüeyana».

—¿Se vanagloriaba por haber bordado la bandera?

—No, por varias razones. El anexionismo había muerto, la expedición había fracasado y en otro intento de Narciso lo ajustician. Todo eso coincide con la etapa de disolución de su matrimonio. El desengaño político y la separación matrimonial coincidieron.

—¿Emilia fue anexionista consumada y luego independista?

—El grupo se disuelve y pasan al independentismo porque siguen vinculados a la política. Ella regresa a Cuba casada y su problema es otro, los prejuicios y el rechazo social. Está en La Habana, lejos de ese núcleo conspirador. No se le conoce otro vínculo político porque la correspondencia que logré consultar fue a través de unos primos de Emilia que vivían en Estados Unidos. Me la mandaron de la Universidad de Harvard y son cartas personales en las que lo único constante es su añoranza por Matanzas. Siempre escribe que está sola, que no tiene a su lado a sus amigas de Matanzas. Ella era una persona de dinero, y esa correspondencia que consulté es con la hermana del poeta José Jacinto Milanés.

«En medio de todo ese calvario que pasó en Matanzas, la única persona que la respaldó fue su mamá, quien se fue con ella para La Habana. En aquella época los jóvenes eran los Byrne, los Milanés, toda la gente de relevancia que se reunía en tertulias. Solo Francisco, uno de sus hermanos, la perdonó cuando ella estaba en París.

«En el año 2000 escuché en Cárdenas una conferencia de Eusebio Leal: la mejor evaluación sobre el anexionismo que he escuchado en mi vida. Me impactó tanto que cuando hice este estudio incorporé el análisis de la simbología de la bandera y pude dar un tratamiento imparcial a Narciso.

«La esencia de la reflexión de Leal era que el anexionismo nace y muere en un momento histórico que tenía que ser así: no podía ser otro porque en la evolución del pensamiento social tiene una correspondencia lógica. El hombre no podía haber sido independentista y luego anexionista, eso sería lo malo y condenable. Ese momento de desarrollo fue vital para el cruce a una posición superior. No se podía seguir pidiendo a España concesiones de migajas ni se podía aspirar en una anexión a ese país».

—¿Cómo se sintieron usted y Leal al regresar los restos?

—Leal se sintió más feliz que yo, porque era más sensible. Se veía muy realizado aquel día en el Cementerio de Colón y en las conversaciones posteriores. La misma tarde de la inhumación fue a la inauguración de la exposición de pinturas de Ernesto Martínez y se mostraba satisfecho por haberse cumplido sus expectativas.

«De Leal siempre recibí respeto y admiración. Quedan cosas sin decir en las que él debe haber ayudado, empeños parecidos. Estas son las pequeñas grandes cosas que definen a un hombre como él».

—¿Emilia ha sido subestimada en nuestra enseñanza?

—No se le da énfasis. Incluso cuando se habla de la bandera no se habla de la génesis; parece que para evitar el tema del anexionismo, pero la historia no se reconstruye para la enseñanza. A veces la explicación que se da de ese símbolo no es certera: se enseña que el triángulo rojo es por la sangre derramada y eso no es cierto, solo era un símbolo masón. En aquel momento no había estallado ninguna guerra.

«No siempre se habla del núcleo en Nueva York preparando un desembarco con fines de anexión y que el líder era Narciso López. Lo único que se dice es que el izamiento fue el 19 de mayo en Cárdenas. No hay que tener miedo de explicar la verdad. Lo que no se puede es ser anexionista hoy».

—¿Cuánto pierde la historia de Cuba con la muerte de Leal?

—Como todos los cubanos, lo sufrí mucho. Desde el punto de vista humano por la pérdida de un gran hombre, pero como historiadora y como la que trabajó en el caso de Emilia con él, me sentí mal porque se ha perdido una gran posibilidad de rescate y humanización de la historia.

«Si considero que esta fue mi gran obra y Leal fue quien la hizo posible, piensa cómo debo sentirme. Leal fue capaz de acompañarme en un momento en que otros no brindaron ayuda, porque no tenían posibilidades o por lo que fuera.

«Calcula lo que significa que un hombre así me dedicara ese tiempo. Y no es que fuera sobrenatural, pero tenía tantas ocupaciones, obligaciones y preocupaciones… Ya con eso yo me sentiría agradecida y lo admiraría más. Súmale entonces su atención sistemática. No fue solo un momento para salir del paso, sino que unió fuerzas.

«Para mí era un historiador importante, pero lo veía de lejos. Al verlo así de cerca fue que en verdad lo llegué a admirar. Seguramente tuvo que haber hecho mucho más igual de callado que no ha salido a la luz. Él no delegó este asunto de Emilia, todo lo hizo personalmente. Me tendió la mano, me daba aliento… Siempre decía: “Lo vamos a conseguir”. Y así fue».

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