Obra La estrella de Fidel, de José Fúster. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 11/08/2018 | 08:14 pm
«El campo huele a lluvia
reciente. Una cabeza negra y una cabeza rubia
juntas van por el mismo camino,
coronadas por un mismo fraterno laurel.
El aire es verde. Canta el sinsonte en el Turquino…
Buenos días, Fidel».
(Versos de Nicolás Guillén. Publicados por primera vez en el Suplemento del periódico Hoy, el 29 de junio de 1960, con el título «Buenos días, Fidel»).
Una sola estrella brillaba en el cielo de la noche del 29 de noviembre de 2016. En la Plaza de la Revolución, vórtice de tantas batallas, volvíamos a dar otra contienda: esa vez contra el dolor, contra una planetaria sensación de orfandad, casi contra las leyes y evidencias de lo natural.
Era martes y ninguna palabra servía del todo para contar cómo cientos de cubanos y amigos de otras latitudes se habían concentrado al pie del Martí gigante y pensativo para mostrar gratitud y cariño. Era la velada porque Fidel había dejado de acompañarnos en la dimensión de lo tangible —«Hasta los noventa…», había dicho él a dos compañeros de lucha cuando en cierta ocasión habló de acompañar—. Y así fue. Misteriosamente.
Esa noche oscurísima Raúl dijo al hermano mayor: «Hasta la victoria siempre...»; y nos sumamos a la expresión en coro de multitudes. Todo allí estaba impregnado de Fidel: los amigos llegados desde los cinco continentes —los que hablaron y los que escucharon—; la serenidad, la fuerza y el don dialógico del pueblo; la juventud hermosa y arrestada que sobresalía desde la encrespada masa humana, la misma que gritaba a ratos: «Yo soy Fidel…» —expresión cuya esencia convida a un revolucionario a encarnar, con toda lealtad posible, el ideario del Comandante en Jefe.
Muchas verdades fueron escuchadas aquella noche. Algunas nacieron vestidas de fina belleza: pocas vidas como la de Fidel han sido tan completas y luminosas; partió invencible, absuelto por la historia de la Patria; volvió a enrolarse en el Granma; zarpó casi en el mismo momento de hace 60 años; siempre regresará convertido en millones de seres inconformes; él pertenece al linaje de los que se quedan velando; la Isla, y él, coloso de nuestra era, símbolo de la resistencia, cambiaron el mundo.
Escribí esa noche desde el estremecimiento y el deber, en calidad de reportera a quien tocó narrar sobre la velada. En pocas líneas cerré el texto expresando: «Lo que se ve muy claro, tal vez como nunca antes, es que Cuba tiene marcado un destino: el de la rebeldía perenne. Por eso, querido Fidel, no hay descanso, no hay adiós. Solo contienda: ¡Ordene...!».
Desde ese momento he recordado con frecuencia a Haydée Santamaría, quien a raíz de la desaparición física del Guerrillero Heroico escribiera: «Che: ¿dónde te puedo escribir?». A mí, en actitud similar, me gusta pensar: «Fidel: ¿Desde dónde saludarte?».
Hay una dimensión, la de las ideas, que puede obrar el escape del tiempo. Reparo en que Fidel no se fue a ningún lugar lejano: su presencia se multiplica. No se ha convertido en poesía: ya lo era. Esa idea ha adquirido para mí mayor precisión e intensidad desde que hace unos días pude leer un breve y precioso libro, Buenos días Fidel, consistente en una selección realizada por Denia García Ronda de poemas y artículos, cuya autoría es de Nicolás Guillén.
El fragmento de un texto titulado Realidad de la poesía, y que Guillén publicara el 18 de octubre de 1960 en el periódico Hoy, me confirma lo ya meditado: «Pues poesía no es solo aquella que se encierra en el verso o en la prosa, la que puede vibrar en el lenguaje, sino asimismo la que se precipita a la acción. Tenemos la sospecha de que Fidel Castro no ha escrito nunca un pareado, pero nadie osaría negar la grandeza épica y la ternura lírica de toda su obra revolucionaria, que es un vasto poema, como ningún poeta ha escrito jamás en Cuba hasta hoy».1
Nicolás Guillén dijo incluso más con su texto titulado «Presencia de Rubén Martínez Villena», que vio la luz en el periódico Granma el 13 de julio de 1975: «¡Cómo no han de ser poetas, y de los más vigorosos, hombres como Maceo, que desata la invasión —gran poesía— y Fidel Castro, que pone en pie a un pueblo, y lo lanza a la conquista de su propio destino! Cada una de estas acciones no es solo tema para la poesía, es la poesía propiamente dicha.
«El enfrentamiento de Rubén a Machado, el de Fidel a Batista, y toda la larga lucha que se desprendió de aquellos gestos son poemas antológicos, que expresan dotes de carácter profundamente enraizadas en la épica universal, y pudieran ser estudiados como se estudian las grandes realizaciones literarias, hijas de la cultura y de la imaginación».2
Otro fragmento de Guillén, no menos conmovedor, es el que pertenece a su texto Los días de Martí, en el que se dibuja al Fidel que hizo posible el gigantesco salto dentro de nuestra historia: «Ninguna de las guerras civiles anteriores (ni aun la dramática pugna con Machado) logra la dimensión histórica, la profundidad política que la guerra organizada y dirigida por Fidel Castro contra la tiranía de Batista. Más aún, resulta inadecuada toda comparación. Porque se trata ahora de una guerra nueva en lo que toca a la técnica militar, y también una nueva en su proyección y lejanía. Lo que asombra en la victoria de Fidel Castro es la tenacidad con que este joven líder de 32 años puede alcanzarla. Casi barrido con sus hombres por la aviación cuando él desembarca en una playa del oriente cubano, Castro se rehace, se pone en pie y organiza un ejército combativo, ágil, múltiple, violento, puro, que fue como un tábano —un tábano socrático— sobre el ejército “regular”. Un tábano incansable, cuyo aguijón sorbió día a día la sangre de lo que parecía un poderoso gigante devastador. ¿Quiénes ingresan en esa falange revolucionaria? En primer lugar, los jóvenes campesinos de la Sierra Maestra, los “guajiros” olvidados durante años y años en el corazón de la montaña. Luego los jóvenes de las ciudades; los jóvenes estudiantes y los jóvenes obreros, los jóvenes negros y los jóvenes blancos, en todos los cuales se ensañó la tiranía. Los que no alcanzaron la Sierra, los que no se lanzaron al campo, integraron una retaguardia activa, cuyo heroísmo admite parangón con el de los que mantuvieron el ardor de la resistencia en muchas ciudades europeas durante la barbarie nazi. La primera enseñanza que se desprende de esta tremenda lucha (en la que al fin junto a los jóvenes tomó parte Cuba entera) es que nuestro pueblo, a pesar del doble impacto de la tiranía y del imperialismo, demostró tener un tesoro de reservas inagotables».3
El poeta Cintio Vitier ha escrito en su inolvidable libro Ese sol del mundo moral, por qué Fidel es posibilidad: «La patria —se lee en las páginas finales—, que estaba en los textos, en los atisbos de los poetas, en la pasión de los fundadores, súbitamente encarnó con una hermosura terrible, avasalladora, el 1ro. de enero de 1959. La teníamos delante de los ojos, viva en hombres inmediatos e increíbles que habían realizado en las montañas y en los llanos aquello que estaba profetizado, lo que fue el sueño de tantos héroes, la obsesión de tantos solitarios (…)».4
«Y entonces llegó, con el día glorioso, con el 1ro. de enero en que un rayo de justicia cayó sobre todos para desnudarnos, para poner a cada uno en su exacto sitio moral, la confrontación de los fragmentos de la realidad, que andaba rota y dispersa, a más de deshonrada: por lo tanto absurda, o enloquecida, o yerta. En un pestañear se rehizo la verdad, que estaba deshecha, en agonía o sepultada(…)».5
«Y vimos cómo la capital se volcaba para cumplir el recibimiento que parecía definitivamente frustrado, y cómo los héroes, los sacros campesinos, el ejército más hermoso del mundo, entraba lenta, gozosa, profundamente durante todo el día y una noche de solemne hartazgo, en la ciudad. ¡Qué fecundación borrando las innumerables frustraciones, las humillaciones indecibles, las minuciosas pesadillas! Comenzaban entonces otros combates; pero desde entonces el devenir tiene raíz, coherencia, identidad».6
Ahora hay que dar más, obrar apegados al pensamiento del gigante convertido en poesía. Son tantas las lecciones que nos deja para saber vivir...: que se puede luchar y vencer; que es mejor no tener miedo; que es bello ser consecuentes hasta el final; que la lucha es hasta el último aliento; que todo ser humano tiene sus reservas de vergüenza; que aun cuando la entrega se tropiece a menudo con la ingratitud probable de los hombres, no debemos perder la fe en el mejoramiento humano.
Fidel está en todas partes, allí donde se batalle por la dignidad y la felicidad. Él y su ideario no pueden faltarnos ahora que los cubanos vivimos el importantísimo momento de hacer entre todos una Constitución renovada de principio a fin, en pos de un país más socialista y con más Revolución.
Una vez el líder histórico definió el sentido de todas las batallas: «no tenemos otra alternativa que soñar, seguir soñando, y soñar, además, con la esperanza de que ese mundo mejor tiene que ser realidad, y será realidad si luchamos por él. El hombre no puede renunciar nunca a los sueños, el hombre no puede renunciar nunca a las utopías, Es que luchar por una utopía es, en parte, construirla».7
Desde esa lucha sin fin, los revolucionarios estaremos siempre —¿quién lo duda?— saludando a Fidel.
1 Guillén, Nicolás: Buenos días Fidel, Ediciones Sensemayá, Fundación Nicolás Guillén, 2016, página 72.
2 Ibídem, página 112.
3 Ibídem, páginas 36-37.
4 Vitier, Cintio: Ese sol del mundo moral, Editorial Félix Varela, La Habana, 2006, página 212.
5 Ibídem, páginas 212-213.
6 Ibídem, página 214.
7 Palabras pronunciadas por Fidel en 1992 al amigo nicaragüense Tomás Borge.