Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El escudo invulnerable de nuestra historia

Se precisa hacer el experimento de una formación martiana que vaya desde el Círculo Infantil hasta las especialidades universitarias, y que solo termine con la vida

Autor:

Cintio Vitier

(...) Imaginemos a un ciudadano, nacido dentro de las peores circunstancias económicas y familiares, a quien, de niño, en el círculo infantil y en el prescolar le hayan hablado adecuadamente de Martí, que entre los cinco y los 11 años le hayan leído los cuentos de La Edad de Oro y él mismo haya leído algunos poemas de Ismaelillo y de los Versos sencillos, con el contexto biográfico e histórico asequible a su edad; que de los 12 a los 14 años, en la Secundaria Básica, ampliando las lecturas anteriores y siempre y con la iconografía correspondiente, haya entendido la dedicatoria de Ismaelillo y el prólogo de los Versos sencillos, mediante una breve explicación de lo que fue la Primera Conferencia Internacional Americana, así como, con análoga contextualización biográfica e histórica, textos como Céspedes y Agramonte, Rafael María de Mendive, Mi raza, El General Gómez, Antonio Maceo, Mariana Maceo, el prólogo a Los poetas de la guerra y las Cartas a María Mantilla; que, ya en el noveno grado, ha sido capaz de redactar una síntesis de la vida y obra de Martí, con sus impresiones personales de las lecturas realizadas.

Ese adolescente, en tránsito hacia la primera juventud, continúe o no estudios preuniversitarios o politécnicos, de los 15 a los 17 años debiera tener a mano, como compañía vitalicia de un maestro cuyo gusto ya ha adquirido, El Presidio Político en Cuba, las cartas a Gómez y a Maceo del 20 de julio de 1882, Vindicación de Cuba, el discurso Madre América, fragmentos de las crónicas sobre el Congreso Internacional de Washington y la Conferencia Monetaria, Nuestra América, Con todos y para el bien de todos, Los pinos nuevos, las Bases del Partido Revolucionario Cubano, la carta abierta a Enrique Collazo, El tercer año del Partido Revolucionario Cubano, La verdad sobre los Estados Unidos, Los pobres de la tierra, las cartas a Federico Hernández Carvajal y de despedida a la madre y al hijo, el Manifiesto de Montecristi, el Diario de Campaña, las últimas cartas a la familia Mantilla y la carta trunca a Manuel A. Mercado.

¿Parece mucho pedir, mucho esperar? Probemos la esperanza, sistematicemos, sin burocracia pedagógica, la invencible esperanza; hagamos el experimento de una formación martiana que vaya desde el Círculo Infantil hasta las especialidades universitarias, y que solo termine con la vida.

(…) No cometo la ingenuidad de aspirar a que cada ciudadano sea un especialista en la vida y obra de José Martí, pero sí cometo la ingenuidad (fuerza del espíritu en que siempre he creído) de aspirar a que cada cubano sea un martiano. Y si llega a serlo aunque solo haya alcanzado una escolaridad de noveno grado, como vimos en nuestro ejemplo, y aunque se dedique a las tareas más disímiles, ¿llegará a ser algún día un marginal de la patria, un irresponsable, un antisocial? ¿No es Martí suficiente vacuna contra esos venenos ambientales? ¿No es Martí capaz de hacer de cada cubano, por humilde e iletrado que sea, un patriota? ¿No es capaz de inspirarle resguardo ético, amor profundo a su país, resistencia frente a la adversidad, limpieza de vida?

(…)  ¿Por qué no comentamos ampliamente con nuestros alumnos mayores el artículo de Martí en Patria sobre El remedio anexionista, en el que advierte que la idea de la anexión, por causas naturales y constantes, es un factor grave y continuo de la política cubana, y prevé, como si estuviera viendo nuestros días actuales: «Mañana, por causas menos atendibles de nuestra política interior, perturbará nuestra república». Realmente, si no acudimos constante y copiosamente a este guía y maestro, no tenemos perdón, pero cuidando de no convertirlo en una asignatura que hay que aprobar, en un «teque» que hay que soportar, en un sonsonete que hay que recitar. Maestros inspirados en él necesitamos, maestros de verdad, por humildes que sean. Maestros capaces de ser todos los días alumnos suyos, maestros con la profunda vocación de «formar», no solo de informar, pero que no confundan la formación con ningún tipo de imposición y mucho menos con ese burdo refinamiento del paternalismo que consiste «enseñar» a ser libre, creativo y audaz. Tales cosas o son innatas o se aprenden por indirectos modos, pero nunca se aprenden como libertad, creatividad y audacia «dirigidas» y «orientadas» hacia un fin previsto; y si así se aprenden, son inútiles  o nocivas. 

Acerquemos sencillamente al niño, con la menor intervención nuestra, al hechizo del «hombre de La Edad de Oro», despertemos la fantasía maravillada del adolescente con la eticidad y encendimiento de su verbo; propongamos al adulto el sentido de la vida que se desprende de toda su obra; y dejemos que en cada edad, en cada individuo, esa semilla obre.

Si la tierra no es absolutamente estéril —raro caso—, la planta de pensamiento propio y sentimiento noble crecerá sola pero enemiga de la soledad egoísta; sola y solidaria. Se habrá formado un martiano. ¿Y por qué no aspirar a que todos los cubanos lo sean? No martianos redichos, huecos, repetitivos y falsos. Hombres entrados en su propia originalidad, en su propia independencia, en su propia vocación individual y nacional, en su propia humanidad universal, en su propia epopeya. ¿Cuántos cubanos así llegarían a ser algún día lo que hoy, dolorosamente, llamamos «antisociales»? Pudiera haberlos, sí, antisocialistas, inconformes conscientes que abandonaran el país, pero nunca, ni en Cuba ni fuera, tendríamos que avergonzarnos de ellos. Y la patria sería más fuerte aún, porque en la hora actual de Cuba sabemos que nuestra verdadera fortaleza está en asumir nuestra historia, y que el escudo invulnerable de nuestra historia se llama José Martí. 

*Fragmentos del texto Martí en la hora actual de Cuba, publicado por Juventud Rebelde el 18 de septiembre de 1994.

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