José Ramón Hechavarría Licea revisa el disco de transmisión de la correa plana. Su inventiva permitió sustituir la pieza original. El ómnibus no se detuvo. Autor: Luis Raúl Vázquez Muñoz Publicado: 21/09/2017 | 05:11 pm
CIEGO DE ÁVILA.— Parecen unos ballenatos dormidos bajo la sombra de los talleres. En el patio de la Terminal de Ómnibus Nacionales de Ciego de Ávila, las guaguas «yutones» reposan de sus recorridos kilométricos. Cada una luce el número 33. Es el código que identifica los carros de la provincia avileña.
Resulta inevitable la sensación de inmensidad en reposo que surge ante ellos. Pero es mayor al bajar por uno de los fosos del taller y recorrer el vehículo por debajo. El convencimiento de la fragilidad humana aumenta bajo esa cantidad de hierros y piezas oscurecidas por el polvo y los elementos.
Sin embargo, los mecánicos Marcelo Fernández Márquez y Pablo Cabrera Gruma andan bajo el ómnibus con soltura. Son muchos los años entre equipos pesados. Cinco en ASTRO y 13 en diferentes carros. Es muy probable que conozcan de memoria cada entresijo de esos vehículos.
«Para repararlas, las “yutones” no son tan complicadas —aseguran—. Los problemáticos son los Volvos. Hay que volverse un contorsionista para llegarles a las tuercas».
También conocen su responsabilidad. Porque detrás de esos cuidados está una salida en hora, una familia a la que se evitó molestias y sobre todo la seguridad de que el vehículo y sus pasajeros lleguen en tiempo y seguros a su destino en las geografías más distantes de Cuba.
Los carros del año
Las nostalgias a veces pueden más que el presente. Lino Esquijarrosa Sánchez, director de la Empresa ASTRO en Ciego de Ávila, lo vive cuando menciona los viejos y siempre restaurados ómnibus Ikarus. «Si me los traen nuevecitos, los acojo con alegría —dice—. Eran durísimos. Fíjese que ya no daban más y aun así continuaban rodando. Yo no hablo mal de ellos».
Ahora son el pasado; pero durante los años más duros del período especial y hasta los comienzos de este siglo, los viejos Ikarus —procedentes de Europa del Este, en el entonces campo socialista— se convirtieron en los caballos de batalla en la transportación de pasajeros. Dieron dolores de cabeza; aunque también fueron el sedante para bajar la presión arterial de no pocas personas.
Lino Esquijarrosa lo sabe bien. Como director debió vivir esas tensiones, sumadas a las que hoy persisten en cualquier terminal de pasaje en Cuba, aun con la llegada de los ómnibus Yutong. Por eso, en opinión de directivos y trabajadores de ASTRO en Ciego de Ávila, una de las claves está en superar las constantes dificultades que se viven en una transportación masiva de pasajeros y concentrarse en propiciar el mejor servicio posible.
Solo así se entiende que el parque de 38 carros de la entidad se encuentre en estado óptimo y se hayan cumplido las programaciones nacionales. También que en los seis años de la «era Yutong» no se hayan reportado ni heridos ni fallecidos, ni tampoco accidentes imputables a sus choferes.
Carlos Ferrer Díaz es chofer del ómnibus 3317. En las charreteras del uniforme luce una de las codiciadas barras amarillas. Es un símbolo de honor entre los transportistas de pasajeros. Cada una indica que el conductor lleva cinco años sin accidentes ni interrupciones en el servicio, y en la Empresa ASTRO de Ciego de Ávila existe un número importante de conductores que lucen entre dos y tres bandas. Incluso hay un jubilado reciente, Pedro Conte Ramos, que finalizó sus 35 años de trabajo con siete barras en el uniforme.
«Llevo seis años en ASTRO y 24 como chofer, sin accidentes —expresa Carlos—. ¿Si son difíciles de manejar las “yutones”? No hombre, no… Cuando uno pasa de las rastras a estos ómnibus, le parece que anda en un carro del año. Lo otro es estar a la viva, respetar las leyes del tránsito y andar con precaución. Hay muchos locos en la calle y uno tiene una responsabilidad grande».
La fórmula
Los meses de verano —como los de fin de año— ponen a las terminales de Cuba en jaque. La saturación de pasajeros crece por encima de lo normal y es usual ver a personas recostadas en los asientos, a veces con una inmensidad de bultos al lado. Pero basta un aviso para que ese letargo se rompa: «Lista de espera a La Habana, un carro extra para la capital». Y un avispero se desata en la taquilla de venta.
Uno los mira, después de salir del patio, y piensa que a veces lo decisivo en la vida se esconde de la realidad. Porque de no existir una inventiva o un mecánico con habilidades y dispuesto a hacer bien su trabajo, la cantidad de personas que aguardan para transportarse y el tiempo de espera serían mayores. Ese individuo muchas veces es el gran anónimo de la historia.
Una de ellas es el mecánico José Ramón Hechavarría Licea. Es uno de los que ha tenido que innovar, muchas veces bajo la presión de una salida y la ausencia de piezas de repuesto, que han obligado a adaptar unas cajas de bolas en los rodamientos o sustituir una pieza que el vehículo traía de fábrica por otra salida del torno. José Ramón levanta la tapa del motor.
«Mire esta pieza —y señala a la maquinaria—. Es la de la correa plana, que transmite las revoluciones al alternador y la turbina. Cuando se desgasta el eje, todo lo demás se altera y puede hasta romper la tapa del motor. Esa tuvimos que adaptarla. De lo contrario, es posible que hubiera ocurrido un percance grande en la carretera».
Detrás de sus palabras están las horas en las que se tomaron las medidas milimétricas de la pieza y su eje, y el cuidado con que se siguió su elaboración en el torno. Ahí está la clave de que un carro pudiera salir en servicio extra y aliviar la carga de la lista de espera. O evitar roturas en plena carretera, con el consiguiente trasbordo.
Según Osvaldo Cuba Beune, subdirector técnico de la Empresa ASTRO, la relación entre el chofer, el taller, el técnico de transporte que inspecciona y el puesto de mando que avala el estado del carro es fundamental para el servicio y así evitar, por ejemplo, un percance en la carretera o la demora en los servicios de trasbordo, cuando un vehículo en circulación se rompe y sus pasajeros deben ser trasladados a otro carro que tiene que salir de la terminal de la provincia donde ocurrió el suceso hacia el lugar del hecho.
Ciego de Ávila tiene en ese indicador la mayor efectividad del país: solo 40 minutos de demora entre el anuncio del suceso y la llegada del carro sustituto a la zona de la rotura. También las baterías de sus carros duran 49 meses —cuando su promedio de vida es de 24 y el costo en el mercado internacional ronda los 286 dólares.
Los neumáticos —uno de los dolores de cabeza— recorren 38 000 kilómetros por encima del promedio de 140 000 que ejecutan los de otros ómnibus de la entidad en el país. Detrás de esa disponibilidad está la vigilancia técnica y el cuidado de los choferes en mantener la velocidad establecida.
«En ocasiones una terminal de ómnibus puede convertirse en el lugar más complicado del mundo —explica Lino Esquijarrosa—. Pero las cosas no se hacen más difíciles cuando detrás de los carros existen personas responsables y motivaciones para trabajar. Y eso solo se logra con unidad en el colectivo. No hay otra fórmula».